"Todos somos discípulos misioneros" . La conversión misionera orionista . |
Se llevará a cabo 12
a 15 noviembre 2017 Montebello della Battaglia (PV-Italia), el VI
Congreso Misionero Orionino que lleva por título "Todos somos discípulos misioneros". La conversión misionera orionista .
¿Cómo explicaron los Directores Generales, el P. Tarcisio Vieira y madre Mabel
Spagnuolo en la carta enviada a los religiosos a las religiosas y laicos
miembros de la familia de Don Orione?, El Congreso Misionero "se
realizará bajo el impulso del" Evangelii Gaudium,
la exhortación apostólica de Francisco anuncio del evangelio en el
mundo de hoy, teniendo en cuenta "también la guía de dos capítulos
generales recientes, el decimocuarto a los Hijos de la Divina
Providencia y XII para las Pequeñas Hermanas Misioneras de la Caridad.
se realizará la conferencia teniendo en cuenta los siguientes objetivos:
Para la preparación de la Conferencia Misionera Orionina se estableció
una pequeña comisión coordinada por los Consejeros Generales, P. Pierre
Assamouan Kouassi y Sor Maria Irma Rabasa. La
Comisión, además de la organización de los aspectos prácticos de la
conferencia, está trabajando para preparar un pequeño cuestionario que
tendrá como objetivo recoger datos y reflexiones que pueden ayudar a dar
contenido y la viabilidad de las directrices de la Conferencia
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viernes, 13 de octubre de 2017
TODOS SOMOS DISCIPULOS MISIONEROS
lunes, 2 de octubre de 2017
SERVIDORES DE CRISTO Y DE LOS POBRES
Tortona, 29 de agosto de
2017
"Volver
a despertar el corazón"
Queridos
hermanos,
Ya
ha pasado más de un año desde que se concluyó el 14 Capítulo General y es
necesario continuar haciendo resonar el tema que retoma una expresión de Don
Orione: “servidores de Cristo y de los pobres”. Con este tema - se acordarán - se indicaba el
interés y el objeto central de los trabajos capitulares, es decir, la “persona del religioso Orionita”, su
identidad humana, espiritual y apostólica y su inserción en el contexto
cultural y eclesial de hoy.
En
la fase de preparación toda la congregación ha estado involucrada en la
reflexión y el discernimiento, de modo que el aporte de análisis y propuestas
llegadas al Capítulo, ha sido realmente "general", fruto de la efectiva
participación de todos. Para favorecer aún más la comprensión de la temática
referida a la persona del religioso, se llevó a cabo una "encuesta
socio-religiosa", en la que participaron todos los hermanos a través de
Internet. Las conclusiones fueron presentadas durante el Capítulo General, por
su Coordinador, Don Vito Orlando, y también fue considerada por el P. Amedeo
Cencini que presentó una lectura pedagógica sobre el tema tratado.
La sensación de todos,
capitulares y expertos externos, al evaluar los resultados de la encuesta fue
muy positiva, aunque esta haya puesto de relieve muchos desafíos y algunas
deficiencias de nuestro modo de vivir. Encuentro la síntesis de estos pareceres
en la reacción del P. Cencini que ha captado los siguientes puntos positivos:
-
"Por el aliento muy amplio, de veras
católico, eclesial y universal, que surge del conjunto de respuestas y
propuestas, fuera de esa autoreferencialidad a menudo subyacente en estas
operaciones.
-
Por la vitalidad que manifiesta el
instituto y la atención a la actualidad del mundo y de la Iglesia.
-
Por la verdad con la que cada uno se ha expresado,
y que se capta en las observaciones también críticas y autocríticas
Y concluye:
-
Pero, sobre todo, la sensación positiva se
relaciona con la imagen general que se desprende de esta encuesta: de un
instituto en el que los aspectos positivos superan ampliamente a los datos problemáticos
o incluso negativos”.
Entre
los muchos datos recogidos sobre los puntos fundamentales de nuestra vida,
algunos con grandes provocaciones a nuestro presente y para nuestro futuro, yo
concentro mi atención sobre un aspecto de la encuesta que nos cuestionaba sobre
las reacciones que hemos de tener y las estrategias a adoptar para afrontar los
desafíos del cambio: “Hoy estamos
inmersos en cambios profundos y continuos que interpelan nuestra identidad como
religiosos”. Por lo tanto, “¿qué
recursos se deben poner en marcha y qué cuidados hay que tener para no
encontrarnos desprevenidos frente a lo nuevo?”
El
resultado de la encuesta, en este caso, dio importantes indicaciones para sostener
la posición del religioso orionita, para mantenerlo "de pie" en un
contexto de profundos y continuos cambios. Según el resultado de la
investigación, es crucial:
1.
Fortalecer
la identidad carismática
2.
Resguardar
el sentido de pertenencia a la Congregación, estrechamente vinculado al
3.
Cuidado
de la renovación espiritual.
Se
observa de inmediato que son indicaciones relevantes y fundamentales. De hecho,
ser conscientes de nuestra identidad carismática es la condición para afirmar
nuestro lugar en la Iglesia, a fin de servir mejor al Pueblo de Dios en la
realidad presente de profundos cambios. Esto significa que cuanto más Orionitas
somos, tanto más somos capaces de dar nuestro aporte a la Iglesia en un mundo
en constante cambio. Pero el resultado de esta pregunta también dice que no se
puede entender nuestra identidad, si no hay sentido de pertenencia, entendiéndola,
sin embargo, con una doble referencia: pertenencia a la Congregación (vínculos
afectivos y efectivos) y “pertenencia al Señor”, de donde nace la insistencia
en el cuidado de la renovación espiritual.
Las
respuestas han demostrado que, además de centrarse en la identidad carismática
y la doble pertenencia, también es esencial estar alerta a la activación de
estrategias y recursos capaces de "volver a despertar el corazón".
Más de un tercio de los hermanos se pronunció de ese modo.
La
misma atención se ha pedido por algunos aportes llegados al Capítulo desde las
Provincias, después de las diversas etapas de reflexión (personal, comunitaria
y provincial). Aun subrayando el entusiasmo de “muchos hermanos que manifiestan la alegría de ser Orionitas y de servir
a la gente”, los aportes han puesto en evidencia la necesidad de estar
atentos a cualquier señal de insatisfacción y desaliento, de inercia y falta de
acción, insinuando también el riesgo de que algunos vivan un estilo de vida
“instalado”, a veces con una “apariencia” de vida religiosa, hecha de observancia
externa, que sigue adelante, pero con un “corazón apagado”. Se ha llamado la
atención hasta sobre el riesgo de una cierta “depresión espiritual” debido a una “espiritualidad de baja calidad, no centrada en Jesús”,
caracterizada por una falta de pasión por el Señor, por la comunidad y para el
apostolado.
Recogiendo
estos datos, los padres capitulares han comprendido que es “particularmente urgente la atención a la humanidad del religioso
mismo” (cfr. 14CG, n. 5), y que esa “atención”
- Me refiero a la Línea de Acción No. 1 - debe ser concretizada especialmente a
través de la decisión de poner en marcha “una
formación permanente integral” que de la posibilidad de “asumir y, cuando sea necesario, sanar la
propia historia y así crecer en la conformación con Cristo”. Y han promovido
una “formación más experiencial”, no
sólo teórica o informativa (dimensión cognitiva), sino que involucre a toda la
persona de una manera integral.
Para
reforzar la necesidad de una respuesta a estos niveles, promoviendo las
dinámicas de la formación continua, el resultado de la encuesta ofreció un ulterior
dato, de mucho peso que llama a la reflexión. Es significativo, que la mayoría
de los que han considerado importante insistir en una estrategia para "volver
a despertar el corazón" son hermanos de entre 6 y 35 años de
profesión perpetua, principalmente en el rango de 35 a 60 años de edad, y en
caso de ser sacerdotes tendrían entre 10 y 30 años de ministerio. Estamos
hablando por tanto de la llamada “segunda edad” de la vida; de una generación
que ya ha superado el periodo de formación inicial, y también los primeros años
del ministerio, en el que se comienza a sentir que avanza la edad y tal vez la
disminución de ese “intenso” entusiasmo juvenil; de una generación condicionada
por una lectura menos ilusoria de la vida, que se da cuenta más fácilmente de
algunas situaciones de duda vocacional y ciertos contextos de aridez
espiritual, tal vez con alguna experiencia de desaliento por la percepción del “exceso de las exigencias y de los límites
del propio obrar” (cfr. Deus Caritas Est, 35). Por todo esto, una
generación capaz de identificar esos corazones inmersos más en el sueño que en
los sueños. Necesitados por tanto de volver a "despertarse".
Amor
est in via - El amor está en camino
Un
corazón inmerso más en el sueño que en los sueños, ¿cómo se hace para volver a
despertarlo? Empecemos por la Palabra de Dios y por una consigna del Capítulo.
La
Palabra de Dios, proclamada diariamente durante el Capítulo, especialmente en
la Santa Misa, moduló el ritmo de los trabajos ¡Cómo no recordar el pasaje
leído en la celebración de apertura junto al cuerpo de Don Orione: “Cada vez que han hecho esto a uno solo de
mis hermanos más pequeños, me lo hicieron a mí” (Mt 25, 40)! Y el Evangelio
del Día de las Elecciones: “El Hijo del
Hombre vino a servir” (Mc 10, 45) O el
texto de la Misa en Santa Ana cuando, antes de reunirnos con el Papa, el Señor nos
puso en guardia contra el riesgo de presentarnos como un árbol lleno de hojas
pero sin fruto (Cfr. Mc 11, 12-14).
Cada
día el Capítulo nacía de la escucha
de la Palabra de Dios y acogía el Evangelio como su norma de vida (cfr. Verbum
Domini, No. 83). Y así fue, especialmente en el último día, en la Capilla del
Paterno, en Tortona. La última palabra del Capítulo fue la Palabra de Dios, el momento
en que el Señor ha hecho “arder nuestro
corazón” (cfr. Lc 24,32), al entregarnos un icono evangélico para el post-capítulo. Era el X Domingo del Tiempo
Ordinario (Año C) y el pasaje del Evangelio era el encuentro de Jesús con la
viuda de Naín (Lc 7,11-17).
Podemos
dejarnos inspirar por el icono evangélico de Naín para
descubrir el secreto de un “corazón siempre despierto” y ciertamente también el
itinerario a recorrer, hecho de contenidos y condiciones, para "volver a despertar
el corazón", el nuestro y el de los demás. Por lo tanto, miremos a Jesús,
observemos su humanidad que es, como decía San Agustín, “el camino a recorrer para alcanzar la meta que es su divinidad” (cfr.
San Agustín, Homilía 42, n.8). En este itinerario propongo dejarnos guiar interiormente
por estas preguntas: ¿Por qué el corazón de Jesús está siempre “despierto”? ¿Por qué su corazón es “un corazón que ve”? (cfr. Deus Caritas
est, n ° 31).
Al
comienzo del pasaje evangélico del encuentro de Naín encontramos una indicación
para la respuesta. Lucas, en todo su Evangelio, y especialmente en el texto en
cuestión, presenta a Jesús como un “corazón” en camino, en movimiento, que
nunca se detiene. Si tratamos de imaginar cómo era la jornada de Jesús “al leer los Evangelios podemos decir que la
mayor parte del tiempo lo pasaba por la calle. Esto significa cercanía a la gente,
proximidad a los problemas. No se escondía” (Papa Francisco, en Génova,
27/05/2017). Debido a este estilo Suyo, la calle era con frecuencia el lugar de
las sorpresas de Dios, de los encuentros inesperados y no programados, pero
siempre transformada en un “espacio” de salvación, de “decisión vocacional”, por
tanto de evangelización. La calle era siempre “misionera”. De hecho, si
preguntamos el “por qué” de esta actitud de Jesús o si, más específicamente,
preguntamos qué lo empujaba a dirigirse a Naín, encontraríamos la respuesta
avanzando en el texto lucano y deteniéndonos en el capítulo 8, versículo 1, que
dice: “andaba por las ciudades y las
aldeas (vivía en la calle),
predicando y anunciando la buena noticia del Reino de Dios”. Por lo tanto, no
existe una motivación referida al destino geográfico. Su “agenda” era “una orientación”
(¡Una “persona orientada”! hacia el oriente, ¡donde nace el sol!). Su “corazón”
era una “pasión”. Comprometía todos sus afectos y todo su deseo en un único
contenido: anunciar la buena noticia del Reino de Dios y siempre “en la calle”
porque “Amor est in via, recordaba San
Bernardo, el amor está siempre en la
calle, el amor está siempre en camino” (Papa Francisco a los
capitulares, 27/05/2016).
A
continuación, el evangelista relata que los pasos de Jesús se detuvieron en la
puerta de la ciudad de Naín ¡Pero no se detuvo su “corazón”! Continúa
moviéndose interiormente y este movimiento se intensifica por una situación que
su mirada descubre al instante. Impresiona la descripción de la escena. Por un
lado, con Jesús, están “los discípulos y una
gran multitud” (Lc 7,11), por la otra, “mucha
gente de la ciudad estaba con la madre viuda” (Lc 7, 12). Imaginamos con
razón a muchas personas, sin embargo, la mirada de Jesús capta de inmediato y
antes que nada a la madre que sufre. Tiene ojos solo para ella, como si fuera
la única presencia en la escena: “Viéndola,
el Señor sintió una gran compasión por ella” (Lc 7,13). He aquí, “el hombre del ojo penetrante” (Nm 24,
3), el Señor tiene ojos y ve como nadie, y por esto la madre viuda entró en su
corazón. En esa mirada que dura un instante, el Señor hizo una “lectio humana”
del cuerpo sufriente de la madre. Y es por eso que se convierte no sólo en un
corazón “apasionado” sino también “compasivo”. En efecto, como reza un dicho
medieval, “Ubi amor, ibi oculus” (“donde
está el amor, ahí está la capacidad de ver”). Para Lucas, en el texto de Naín,
lo contrario también es cierto: “Ubi
oculus, ibi amor” (“donde está la mirada, ahí está el amor”).
Sabemos
bien que la “compasión” es una palabra muy querida para Lucas. Aquí, en el
pasaje de Naín, este sentimiento se expresa de una manera “relacional”,
causando el renacimiento y el despertar de la vida en las personas
involucradas. El corazón de la madre se transforma, se vuelve a despertar
cuando la luz de sus ojos en lágrimas encuentra la luz de los ojos de Jesús. Siente
la cercanía de Dios (habría dicho con Lucas 1:68: “¡Bendito sea el Señor Dios de Israel, porque ha visitado y redimido a
su pueblo!”). Pero es sobre todo el joven que se transforma, resucita y
retoma la facultad de comunicarse y relacionarse. Lucas sólo informa que “el muerto comenzó a hablar”. Pero, ¿qué
cosa habría dicho? Con todo su corazón, simplemente: “¡Gracias!”. Y tal vez habría agregado: “Estaba muerto y he vuelto a la vida” (Lc 15, 32). Finalmente, también
para Jesús, mirar el rostro lleno de lágrimas de la madre y el cuerpo inerte del
joven se convierte en una oportunidad para la transformación, el despertar, la
conversión, “en el sentido de ayudarlo a enfocarse
con más claridad en su misma vocación de
Kyrios (el Señor) compasivo, el enviado
de Dios” (En: Nicoletta Fusaro, Con-Pasión, Ed. Cittadella, página 128).
Hay
otro aspecto en este icono evangélico
que merece ser subrayado. Cuando Jesús, en la puerta de Naín, observa que “llevaban a enterrar un muerto, hijo único
de madre viuda” (Lc 7, 12), inmediatamente captó una situación de
“desorden” que tenía que ser sanada. “Está fuera de orden” que una madre
entierre al propio hijo. La acción de Jesús, por lo tanto, está destinada a
“poner orden”, a “reordenar”, a devolver la armonía a la creación (Es cierto
que el joven devuelto a la madre volverá a morir, pero ¡que no sea antes que
ella!). Todo sucede como “en el principio”, en el capítulo 1 de Génesis, cuando
el caos fue ordenado por una palabra divina. Como entonces, “Dios dice”,
“¡Levántate!”, que significa “¡despierta!”, “¡resurge!”.
En
la puerta de la ciudad de Naín se encuentran dos cortejos. Sobre el de Jesús y
de los discípulos se nos informa solemnemente que los participantes “caminaban”.
En cambio, sobre el otro, simplemente se dice que “llevaban a la tumba a un
muerto”.
Los
dos cortejos son una metáfora de nuestra vida. De vez en cuando nos toca decidir
de qué lado estar. Los que tienen el “corazón despierto” acompañan a Jesús, están “en camino”, en movimiento como Él. Participan de este cortejo
también los que “en ciertos lugares”
eran conocidos como “los curas que corren
porque siempre se los veía en movimiento, en medio de la gente, con el paso
rápido de quien tiene prisa” (cfr. Papa Francisco, a los capitulares,
27/05/2016).
Un
corazón sin fronteras
Al
icono evangélico de Naín podría
corresponder, para nosotros, el icono orionita
del episodio de la confesión del que había envenenado a su madre. Cierto, no es
fácil seleccionar en la vida de Don Orione - vista la abundancia - un único
hecho para demostrar su “corazón siempre despierto”, “siempre inclinado” hacia las necesidades
del prójimo, o para identificar “la serena
ternura de su mirada”, como escribía Ignazio Silone. Sin embargo, el
encuentro con el matricida arrepentido en la carretera, que va de Castelnuovo a
Tortona, se ha vuelto el símbolo clásico.
La
historia, contada varias veces por Don Orione, es bien conocida y sucedió
después de la ardiente predicación de una misión en Castelnuovo. “Una tarde hablé de la confesión”, cuenta
Don Orione. “Entonces - nunca lo había
pensado antes - el Señor me puso en los labios este pensamiento: Mire - dije - la misericordia de Dios es tan
grande que aunque alguno de ustedes hubiera puesto veneno en la taza de su
madre, si está arrepentido, hay
misericordia también para él. Confesé hasta la una de la madrugada. Estaba muy
cansado (...) Salí de Castelnuovo para volver a pie a Tortona (…) A cierto
punto del camino vi una sombra negra, un hombre envuelto en una capa, parado,
mirando hacia mí (...) Cuando estaba cerca de él: Buenas noches, buen hombre;
¿Viene a Tortona? - No, lo esperaba a usted... - Diga... - Escuche bien: ¿usted
predicó que si uno hubiese puesto veneno en la taza de su madre, hay
misericordia también para él? - Sí - ¿Usted cree realmente lo que dijo? Sí, hijo
mío, lo dije y lo creo - Escuche, soy yo, ¿sabe? Ese soy yo" (Parola
XI, 234-235). “Se arrodilló y después se
confesó llorando y le di la absolución; luego se levantó y me abrazaba y me
apretaba, siempre llorando, y no conseguía separarse de mí, tanto era el
consuelo que lo inundaba. Yo también lloré y lo besé en la frente y mis
lágrimas se confundieron con las suyas. Quiso acompañarme casi hasta Tortona y,
sólo por mi insistencia, finalmente, regresó, y continué mi camino con un gran consuelo,
con una alegría en el corazón como jamás había experimentado en mi vida (...) Llegué
a Tortona todo mojado; esa noche me quité los zapatos y me tiré en la cama, y soñé... ¿Qué
cosa soñé? Soñé
el Corazón
de Jesucristo; sentí
el Corazón
de Dios, ¡qué grande es la misericordia de Dios!” (Don Luigi Orione e la
Piccola Opera della Divina Provvidenza V. III, 124).
Siguiendo
el ejemplo de Cristo, la “calle” es también para Don Orione, el lugar de las
“sorpresas de Dios”, el lugar de los “encuentros” y de la “salvación” reencontrada,
el lugar donde el “corazón muerto” de un pecador revive a causa de la acogida
de un “corazón lleno de Dios”.
¡Es
totalmente “providencial” este encuentro, divinamente providencial! De hecho,
es la Divina Providencia que le da cita al santo y al pecador al borde del camino.
Y así, en Don Orione, se realizó “la
unidad de los extremos”, un milagro que sólo la misericordia divina podría cumplir:
“la persona [de Don Orione] era el 'lugar' del encuentro entre Dios
misericordioso y el alma de un pecador” (Paolo Clerici, Don Orione un
rostro misericordioso de la Misericordia de Dios).
Parece
casi obvio -dada la evidente coincidencia- decir que Don Orione reunía en sí el
dinamismo y el estilo que el Papa Francisco nos pide hoy. Pero fue el mismo
Papa Francisco quien recientemente se acercó a nuestro Fundador, citando su
nombre en un discurso al clero y a los consagrados de la Diócesis de Génova
durante la Visita Pastoral. Era el 27 de mayo de 2017. Al presentar los
criterios “para vivir una intensa vida
espiritual” (era la pregunta de un
sacerdote diocesano), el Papa culminó la conversación con una expresión de
nuestro Fundador que marca el estilo de vida, el dinamismo que mantiene el
corazón constantemente despierto. Casi como una “exégesis” del episodio del
matricida.
La
respuesta del Papa Francisco es larga, al ritmo de sus pausas de silencio, en
la que subraya conceptos y palabras claves, utilizando imágenes y ejemplos de
la vida cotidiana. El criterio fundamental para “vivir una intensa vida espiritual” -dice ya de partida con claridad-
es “imitar el estilo de Jesús”. ¿Y
cómo era ese estilo? - se pregunta el Papa - “La mayor parte del tiempo, Jesús lo pasaba por la calle. Esto
significa cercanía a la gente, cercanía a los problemas. No se escondía. Después, al anochecer, muchas
veces se escondía para rezar, para estar con el Padre”. Este es el
dinamismo equilibrado del “corazón
siempre despierto”: Mantener la armonía entre el “no esconderse de la gente” y “el
esconderse para la oración”. Estar “siempre
en camino”, como Jesús, supone el riesgo de estar “expuesto a la dispersión, a quedar quebrantado”. Pero, advierte el
Papa: “No hemos de temer el movimiento y la
dispersión de nuestro tiempo. El miedo más grande en el que tenemos que pensar
es el de una vida estática (...) Yo tengo
miedo del [religioso] estático. Tengo
miedo (...) El [religioso] que tiene todo planificado, todo
estructurado, generalmente está cerrado a las sorpresas de Dios y pierde esa
alegría de la sorpresa del encuentro. El Señor te toma cuando no te lo esperas”. Por tanto, “El primer criterio es no tenerle miedo a esta tensión que nos toca vivir:
nosotros estamos en la calle, el mundo es así (...) Un corazón que ama, que se entrega, siempre va a vivir así”.
Otro
criterio, siempre según el Papa, es plantear la vida bajo la perspectiva del
encuentro: “Tú, [religioso], te encuentras con Dios, con el Padre, con
Jesús en la Eucaristía, con los fieles: te encuentras (...) Estás en silencio [delante del Señor], escuchas lo que dice, lo que te hace sentir...
Encuentro. Y con la gente lo mismo (...) dejar que la gente te canse; no defender demasiado tu propia
tranquilidad” concluye mencionando a nuestro Fundador: “el [religioso] que lleva una
vida de encuentro con el Señor en la oración y con la gente hasta el final del
día, es 'desgastado', San Luis Orione decía
‘como un trapo’.”
Justamente
así, “como un trapo” en las manos de la Divina Providencia. Don Orione es, para
nosotros y para la Iglesia, para el Papa Francisco, modelo de hombre de
encuentro (“vio a un hombre... Cuando estaba
cerca de él”), hombre del sagrario (“el
Señor me puso en los labios este pensamiento”), hombre de la calle (“partí... A cierto punto del camino...”),
hombre de “oreja”, que sabe escuchar (“confesé
hasta la una de la madrugada. Estaba muy
cansado”). Todo concentrado en el episodio del matricida que, sin embargo,
revela otro detalle al que el Papa Francisco está muy atento. Don Orione es
también “el hombre de las lágrimas” (“luego
se levantó y me abrazaba y apretaba, siempre llorando... Yo también lloré y lo
besé en la frente y mis lágrimas se confundieron con las suyas”).
Puede
parecer raro y, para algunos, también un poco inusual, darse cuenta de que el
Papa Francisco insiste en el tema del llanto y de las lágrimas: “Jesús en el Evangelio, lloró (...) Lloró en
su corazón cuando vio a aquella pobre madre viuda que llevaba al cementerio a
su hijo (...) Si ustedes no aprenden a llorar, no son buenos cristianos”. (Discurso
a los Jóvenes, Manila, 18 de enero de 2015).
Son
varias las referencias en este sentido, que se dan especialmente cuando está
hablando al clero y a los religiosos. “Cuando
a un religioso se le secan las lágrimas, hay algo que no funciona”, le dijo
al clero y a los religiosos en Nairobi (26/11/2015). Quiere decir que el
religioso perdió “los sentimientos de
Jesús” (cfr. Fil 2,5) y su corazón, “con
el paso del tiempo” se endureció y se volvió “incapaz de amar incondicionalmente el Padre y al prójimo”. Y
advierte: “Es peligroso perder la
sensibilidad humana necesaria para llorar con los que lloran y alegrarse con
los que se alegran” (cfr. Discurso a la Curia Romana, 22/12/2014). Por lo
tanto viene la pregunta: “Dime: ¿tu lloras?
¿O hemos perdido las lágrimas? (...) ¿cuántos
de nosotros lloran delante del sufrimiento de un niño, delante de la
destrucción de una familia, delante de tanta gente que no encuentra el camino?...
El llanto del [religioso]... ¿Tu lloras?
¿O en [esta Congregación] hemos
perdido las lágrimas?” (Cfr. Discurso a los párrocos, 06/03/2014).
Don
Orione, con su vida, dio una respuesta a esta pregunta: “¡Amor a las almas, almas, almas! ¡Escribiré mi vida con las lágrimas y
la sangre!” (25/02/1939). Nos toca a nosotros “Ser hoy Don Orione”.
Asimilación
progresiva-continua y permanente
de los sentimientos de Cristo
¿Cuál
es la síntesis después de este recorrido de reflexión que partió de la
necesidad, señalada en la fase preparatoria del Capítulo, de activar
estrategias y recursos que sean capaces de “volver
a despertar el corazón”?
Al
escribir estas páginas, me dejé llevar como divagando por una curiosidad. ¡Nunca he oído hablar de tumor en el
corazón! Y fui a consultar a Internet para verificar, descubriendo que los
tumores que se originan en este órgano vital, en verdad, existen, “pero son
bastante raros”. Y la causa de esa baja frecuencia - siempre según la respuesta
de Internet – “pareciera ser la continua actividad del músculo cardíaco”.
Un
“corazón” en movimiento continuo, permanente como en el párrafo de Naín y en el
episodio del matricida son símbolos de un estilo de vida de Jesús y de San Luis
Orione. Son dos adjetivos - continuo y
permanente - que unimos normalmente con el sustantivo “formación”:
Formación continua - Formación Permanente.
Pienso que sea ésta la
síntesis: el “Volver a despertar el Corazón” es un proceso continuo,
permanente, alcanzable a través de una opción estratégica de dar prioridad a una
“formación que nos lleve a tener los
mismos sentimientos de Cristo” (14CG, n. 2). Sin embargo, “es obvio que semejante proyecto implica un
proceso formativo que no puede reducirse a los años canónicos de la formación
inicial; lo que abarca toda la personalidad no puede sino extenderse a toda la
vida, una totalidad evoca a la otra, es decir, si se quiere alcanzar y cambiar el
corazón, hace falta un trabajo constante sin ninguna clase de interrupciones”.
(A. Cencini, El caso serio de la formación continua... En: Sequela Christi
2016/01 Vol. 2, página 132).
Lamentablemente,
parece que también a nosotros nos “Falta
una cultura acerca de la importancia de la formación permanente, considerada
más como hechos aislados que como un camino continuo que afecta toda la vida del
religioso”. Fue la conclusión de uno de los grupos formados durante el
Capítulo para analizar los aportes llegados de las Comunidades después de
escuchar la reflexión de los expertos.
Se
trata por tanto, de prestar particular atención a la línea de acción n. 1 que
nos pide “Poner decididamente en marcha una formación permanente integral...”
con la certeza que “la formación es
realmente continua [permanente] sólo
cuando es ordinaria, y se cumple en la realidad de cada día.” (CIVCSVA, A
vino nuevo odres nuevos, Nº 35c).
En este sentido, nuestras
Constituciones, en el artículo 111 indica el itinerario a poner en marcha: “Para fomentar esta formación permanente
valoramos los medios ordinarios, aptos para estimular el crecimiento personal y
comunitario. Entre ellos se pueden señalar:
-
La práctica de la dirección espiritual.
-
La fidelidad a la meditación y lectura
espiritual diaria, al retiro mensual y a la revisión de vida.
-
El estudio diligente de los documentos de
la Iglesia.
-
Lecturas personales bien seleccionadas”.
Será
importante, por lo tanto, “aprender a ser
formado por la vida de cada día, por la propia comunidad y por sus hermanos y
hermanas, por las cosas de siempre, ordinarias y extraordinarias, por la
oración y por la fatiga apostólica, en la alegría y en el sufrimiento, hasta el
momento de la muerte”. (CIVCSVA, Volver a partir desde Cristo, Nº 15).
Conclusión
Al
presentar el documento del 14º Capítulo General escribí que “el éxito del Capítulo no se medirá por las palabras
escritas, sino por la capacidad y la disponibilidad de dejarse involucrar
personal y comunitariamente por el espíritu de las líneas de acción propuestas”.
En
tal sentido, es cierto lo que escribía Don Roberto Simionato, después de la
experiencia de diecisiete años en la curia, en una de sus últimas circulares, “La transformación no la produce ni una
circular, ni una visita canónica, ni la reforma de las Normas. Ciertas cosas no
las puede lograr ninguna acción de gobierno. Están fuera del control, de la
animación. Dependen de la libre decisión de cada uno” (cfr. Atti 212, 204).
Ninguna
transformación llegará por “fuerza de ley”, aunque sea canónica o porque haya
sido emanada por el Capítulo General, la “suprema
autoridad de la Congregación” (CC Art. 138). Depende de “la decisión de cada uno” de querer combatir
la enfermedad más fuerte y poderosa que nos podría atacar. Don Flavio Peloso,
en su primera circular de octubre de 2004, ha identificado esa enfermedad de
esta manera: “La indiferencia, el aburrimiento,
el electrocardiograma plano, vacío de sentimientos y de ideales de vida. Sí, la
indiferencia es el enemigo número uno a combatir en sí mismo y en el
apostolado” (cfr. Atti 214, p.100).
El
conductor que viaja guiado por el “GPS” - permítanme tomar este ejemplo - sabe
que no basta insertar el destino y ver la hora de llegada, calculada y
programada. Si no se decide a partir o se detiene más allá de lo normal o encuentra
frenos y embotellamientos en el tráfico, la hora de llegada seguirá corriéndose
siempre hacia adelante. Por lo tanto, no basta programar, es necesario decidir de
ponerse en camino en el dinamismo del
encuentro con Dios y con la gente.
Don Orione está en camino con
nosotros. En el camino quiere “volver a despertar nuestro corazón”, como intentó hacerlo al escribir a Don
Pierino Migliore en 1936, y en la forma plural, destinando así la exhortación a
todos sus hijos: “No podemos permanecer
indiferentes y apáticos, pero tenemos que corresponder a tanta gracia de Dios, pero necesito, hijos
míos, que me comprendan, que me sigan, que me secunden y, diría más, que me
superen. No necesito gastar mis últimas energías en galvanizarlos, en arrastrarlos
hacia adelante con la fuerza de cuatro bueyes: No necesito encontrar en ustedes
unos muertos antes de morir, sino vivos, espíritus ardientes en el bien, unos
corazones grandes, una voluntad pronta a todos los sacrificios por Cristo, por la
Iglesia, por las almas”. Y más adelante en la misma carta, dando noticia de
sus actividades en la Argentina: “Aquí,
gracias a Dios, todo camina: no se me queden parados y paralizados ustedes: la Sagrada
Escritura dice una gran cosa, queridos míos, cuando nos dice que la esposa de
Lot, porque se detuvo, y en vez de mirar hacia adelante, miró hacia atrás, se convirtió
en una estatua de sal «Non progredi,
regredi est» (No avanzar, es volver atrás) ¡Yo no quiero unas estatuas en la Congregación,
sino gente viva que camine hacia delante, mirando a lo alto, a Dios! (...)
¡Charitas Christi urget nos! ¡La caridad, es decir, el amor de Dios y del
prójimo, nos urge! ¡Ánimo, oh hijos míos!” (Scr 29, 267-268).
¡Es
el corazón de Don Orione! No se duerme nunca. No se sumerge en el sueño. ¡Pero sueña! Después del encuentro
con el matricida, “yo continué mi camino
con un gran consuelo, con una alegría en el corazón como jamás había
experimentado en mi vida (...) Llegué a Tortona todo mojado; esa noche me quité
los zapatos y me tiré en la cama, y soñé...
¿Qué cosa soñé? Soñé el Corazón de Jesucristo; sentí el Corazón de Dios, ¡qué
grande es la misericordia de Dios!”
A
Don Orione, que tiene el “corazón siempre
despierto”, la palabra final: ¡Ánimo,
hijos míos!
P. Tarcisio
Vieira
Superior general
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