Piccole Suore Missionarie della Carità
(Don Orione)
Casa generale
Prot. MG 98/17
QUERIDAS HERMANAS:
¡Ya estamos en Cuaresma! El Papa Francisco,
en su Mensaje de este año, dice: “la
Cuaresma es un nuevo comienzo, un camino que nos lleva a un destino seguro: la
Pascua de Resurrección, la victoria de Cristo sobre la muerte. Y en este tiempo
recibimos siempre una fuerte llamada a la conversión: el cristiano está llamado
a volver a Dios «de todo corazón», a no contentarse con una vida mediocre, sino
a crecer en la amistad con el Señor. Jesús es el amigo fiel que nunca nos
abandona, porque incluso cuando pecamos espera pacientemente que volvamos a él
y, con esta espera, manifiesta su voluntad de perdonar”[1].
Estas palabras del Papa son doblemente significativas para
nosotras, PHMC, que nos encontramos frente a otro “nuevo inicio”: el XII
Capítulo general, también esto un evento de “conversión”, de “renovación”,
para superar las actitudes mediocres que se pueden haber introducido en nuestra
vida, para crecer en la amistad con el Señor y, purificándonos de los pecados,
acoger su “voluntad de perdón”.
Ciertamente esta Cuaresma es el “lugar” privilegiado en el que la Divina Providencia nos quiere
purificar, modelar, e introducir en el “tiempo
nuevo”, en el “kairòs” del XII
Capítulo general que viviremos todas las PHMC.
En este tiempo que nos conduce a la Pascua, deseo
proponerles a la reflexión y a la condivisión personal y comunitaria, un tema
que concluye el itinerario que les he ofrecido a lo largo de estos seis años, a
través de las Circulares de los varios tiempos litúrgicos.
Pienso que todas han podido seguir este recorrido que quería
ayudarnos a encarnar el “nuevo estilo de
vida” propuesto por el XI Capítulo general, pero a través de la
profundización de los principales núcleos temáticos de nuestro carisma: la
obediencia, la pobreza, la libertad, la castidad, el sentido de pertenencia, el
espíritu de famiglia... y ahora, el último, el que toca el corazón de nuestra
identidad: la caridad.
Para nosotras la vivencia de la caridad no es un “tema” más en la lista de los
mandamientos del Evangelio, para nosotras es cuestión de vida o de muerte.
Nosotras somos “misioneras” de la
caridad que es Dios mismo. Estamos llamadas a ser “encarnación de la caridad”, en las relaciones fraternas entre
nosotras, en las relaciones con los demás, en la relación con los pobres.
La “caridad” es
para nosotras un “estilo de vida”
que, además, profesamos con “Voto”: el IV Voto, el Voto de Caridad.
LA “CARIDAD” ES HUMANIZACIÓN
La Cuaresma es el tiempo propicio para examinarnos en la
caridad fraterna, en la calidad de nuestras relaciones entre nosotras, y luego
con los demás y con el pobre!
Papa Francisco, en el Mensaje para la
Cuaresma, antes citado, dice: “el otro es
un don. La justa relación con las personas consiste en reconocer con gratitud
su valor.…”, se necesita “abrir la
puerta de nuestro corazón al otro, porque cada persona es un don, sea vecino
nuestro o un pobre desconocido”; estamos en el “tiempo propicio para abrir la puerta a cualquier necesitado y
reconocer en él o en ella el rostro de Cristo. Cada uno de nosotros los
encontramos en nuestro camino. Cada vida que encontramos es un don y merece
acogida, respeto y amor”[2].
Me ha llamado inmediatamente la atención esta expresión del
Papa: “el otro es un don”, por lo
tanto, también “yo soy un don”. El
amor existe y tiene sentido solamente si existe “otro” a quien amar y, entonces, Dios nos ha dado al otro, a la
otra, propio para poder hacer activo el amor que El mismo ha puesto en nuestros
corazones. Entonces, si “el otro es un
don” que me ha sido dado para poder dar forma concreta al amor, a la
caridad, a través de la acogida, del diálogo, del servicio, de la solidaridad,
del respeto... ¿cómo puedo ilusionarme de poder vivir una vida consagrada a la
caridad que excluya al otro, a la otra? ¿Cómo puedo ser indiferente a la
presencia de la hermana, del hermano, del pobre, del enfermo... comenzando por
aquellas que están “dentro” de mi
casa?
Somos un don las unas para las otras en la comunidad. Somos
un don los unos para los otros en el lugar donde estamos llamadas a vivir
nuestra vocación. La negación del otro es un pecado contra la “caridad”, o sea, contra Dios mismo que
está presente en el otro, en la otra, porque Dios mismo se hace don en la
persona de cada prójimo que encontramos.
¡No nos engañemos con una espiritualidad desencarnada, con
un espiritualismo devocionista, moralista o fariseico, que está lejos de hacer
nuestra vida más “humana”!
La verdadera espiritualidad es caridad, y la caridad
verdadera es humanización, a la medida del hombre Cristo.
La “deshumanización”
en la Vida religiosa es uno de los temas que más se está reflexionando en los
encuentros de Superioras mayores y formadoras a nivel intercongregacional en
este tiempo. Pero yo me pregunto: ¿No nos avergonzamos de esto? ¿Cómo podemos
decir que Dios se hizo hombre, que Dios está presente en el otro, que el otro
es un don de Dios para mí, si después hemos deshumanizado el “estilo de vida”?
Tal vez alguna al leer esto podrá decir: “¡no exagerar!”. Pero yo me pregunto: “exagero?”.
En estos días la liturgia nos está
presentando, a través de algunas lecturas del libro del Génesis, sobre la
creación, un ejemplo concreto de este terrible efecto “deshumanizante” del pecado en nosotros: la historia de Caín y Abel.
He encontrado la homilía que Papa Francisco ha hecho en la Misa cotidiana en la
Capilla de Santa Marta. Les transcribo sólo algunos párrafos para la reflexión:
“La de Caín y Abel es la historia de una
hermandad que debía crecer, ser bella, pero sin embargo termina destruida. La historia,
la hemos escuchado, comenzó con una pequeña envidia... Caín prefirió el
instinto, prefirió dejar hervir dentro de sí este sentimiento, agrandarlo,
dejarlo crecer. Este pecado que hará después, que está escondido detrás del
sentimiento, crece. Así crecen las enemistades entre nosotros: comenzamos con
una pequeña cosa, unos celos, una envidia, y luego esto crece y nosotros vemos
la vida sólo desde ese punto, y esa paja se transforma para nosotros en una
viga: pero la viga la tenemos nosotros, está allá. Luego nuestra vida gira en
torno a eso, y eso destruye los lazos de hermandad, destruye la fraternidad.
Cuando nos encontramos bajo este instinto, anidado en nuestro corazón, nos
transformamos con el espíritu amarillento, como se dice, la hiel; como si no
tuviéramos sangre, sino hiel. Es así. A tal punto que lo que cuenta es
solamente aquella persona, aquella que ha hecho el mal. Nos volvemos
obsesionados, perseguidos por aquello, y así crece la enemistad y termina mal,
siempre. Termina que yo me separo de mi hermano: éste no es mi hermano, es un
enemigo, éste deve ser destruido, alejado! Y es justamente así que la gente se
destruye; así las enemistades destruyen familias, pueblos, todo. Es aquel
carcomerse el
hígado, siempre obsesionado con aquello. Esto le sucedió a Caín y, al final, ha
sacado al hermano del medio: no, no está el hermano, estoy yo solo; no hay
hermandad, estoy yo solo!”
Jesús ha venido justamente a “humanizarnos” a través de su encarnación, pasión y resurrección,
ayudándonos para llegar a ser verdaderos “hombres”
y “mujeres” a imagen de Dios Amor. En
un mundo como el nuestro sólo serán significativos y proféticos los testigos de
una “caridad humanizante”, único
camino para construir la nueva civilización del amor.
Preguntémonos personalmente
y luego compartamos comunitariamente:
Ø
¿De qué modo “la otra” en comunidad, es un “don”
para mí y para las demás? ¿Cómo sentimos a “la
otra” como “hermana”?
Ø
¿De qué modo “yo” soy un “don” para las
demás? ¿Qué rasgos de “deshumanización”
encuentro todavía en mí, en mis sentimientos, en mi comportamiento hacia las
demás?
Ø
¿Cómo podemos, en este tiempo de Cuaresma,
mirando la “caridad humanizante” de
Jesús, purificar nuestras relaciones fraternas de cualquier pizca de “deshumanización”?
LA “CARIDAD” SE HACE CARGO DEL OTRO
La “caridad” se
hace cargo del otro porque la “caridad”
es comunión: Dios es comunión!
Siempre me han gustado muchísimo las
palabras de Juan Pablo II: “Espiritualidad
de la comunión significa ante todo una mirada del corazón sobre todo hacia el
misterio de la Trinidad que habita en nosotros, y cuya luz ha de ser reconocida
también en el rostro de los hermanos que están a nuestro lado. Espiritualidad
de la comunión significa, además, capacidad de sentir al hermano de fe en la unidad
profunda del Cuerpo místico y, por tanto, como «uno que me pertenece», para
saber compartir sus alegrías y sus sufrimientos, para intuir sus deseos y
atender a sus necesidades, para ofrecerle una verdadera y profunda amistad”[3].
Nosotras, PHMC, esta “caridad
que cuida”, la profesamos con Voto. Esta es la caridad que movía el corazón
apostólico de Don Orione a ir “hasta los
confines del mundo”, sin fronteras, sin pausa, sin ahorrar fuerzas, tiempo,
salud...
El amor verdadero tiende siempre al cuidado de la vida,
especialmente de aquella más débil y desafortunada, y es propio de la mujer
cuidar la vida, sentir al hermano, a la hermana, “como uno que me pertenece”, o sea, como uno de nosotros, no como un
extraño o extranjero…
Es propio de la mujer agudizar “la mirada del corazón” que nos hace capaces de “ver” y “sentir” lo que es invisible y lo que el otro no pronuncia. La
caridad cuida la vida del otro con humildad, con prontitud, sin ruido, sin
cálculos humanos, sin humillar, sin excepciones o antipatías, porque el amor es
más grande.
No puedo entender que en ciertas comunidades exista la
indiferencia, la indolencia, la agresividad, el egoísmo, la pereza, la
mezquindad de una caridad hecha “con el
metro”, que ve sólo el propio ombligo y se desentiende de la otra, del
otro... que haya personas con un corazón pequeño y miope, preocupadas sólo de
la comida, de las medicinas, de las propias necesidades...
No puedo entender que en ciertas comunidades
haya hermanas en la “periferia”, o “anónimas”, o solas en sus amarguras...
la terrible historia de Caín y Abel es con frecuencia, también nuestra propia
historia. Quisiera citar una vez más la homilía del Papa: “también en nuestros presbiterios, en nuestros colegios episcopales,
cuántas rupturas comienzan así! Tal vez uno se pregunta: por qué a este le han
dado aquella sede y no a mí? ¿Y por qué este?
Así con pequeñas cosas, rupturas, se destruye la hermandad. Frente a
esta actitud el Señor le pregunta a Caín: dónde está Abel, tu hermano? La
respuesta de Caín es irónica: no lo sé. Soy tal vez yo el guardián de mi
hermano? Sí, tú eres el guardián de tu hermano... Pero Caín no reconoce a Abel
como hermano: se destruyó la hermandad. Es como decir: yo sé dónde está aquel o
aquella, o estos o aquellos, lo sé, pero no sé dónde están mis hermanos. En
efecto, cuando se cae en este proceso que termina en la destrucción de la
hermandad, se puede decir esto: lo sé, sí, dónde está este o aquella, pero no
sé dónde está mi hermano, mi hermana, porque para mí este o aquella no son
hermanos o hermanas.”[4].
Hermanas queridas, no existe tal vez alguna semejanza con
algunas situaciones de nuestras comunidades? De nuevo me podrán decir: “exagerada!”. Puede ser … pero…
Preguntémonos
personalmente y luego dialoguemos comunitariamente:
Ø
¿Cómo hemos madurado entre nosotras esa “mirada del corazón” que nos ayuda a ir
al encuentro de la hermana que está a mi lado?
Ø
¿Cómo sentimos a cada hermana “como una que me pertenece”?
Ø
Dios nos pregunta hoy a nosotras: “¿Dónde está tu hermana? ¿Dónde está tu
hermano?”. Qué le respondemos a Dios: “es
grande, sabe lo que hace, no soy su guardián…?”, de qué parte estamos?
LA “CARIDAD” DE CRISTO NOS EMPUJA
Por último, qusiera proponerles a la reflexión este otro
aspecto del amor, de la caridad: la caridad es “centrífuga”, nos empuja, nos sacude y nos envía a la misión, al
pobre, a las periferias.
También en esto el lema y el tema del XII Capítulo general
nos dan tanta luz: “Donarnos todas a
Dios, para ser todas del prójimo” – Discípulas-misioneras… Dos movimientos
que se “retroalimentan” y que, si se
excluyen, harían nuestra vida estéril y nuestra vocación triste. Hemos
reflexionado sobre dos aspectos de la caridad: la humanización y el cuidado del
otro, un poco más dirigidos a nuestras relaciones fraternas dentro de las comunidades
y a las personas que interactúan con nosotras. Este tercer aspecto quiere, en
cierto sentido, “descentrarnos”, “desacomodarnos”, llevarnos fuera, hacia
las periferias, allí donde la carne de Cristo espera nuestro abrazo, nuestra
caricia, nuestra ayuda…
Ciertamente nos reencontramos con el sentido de nuestro Voto de Caridad, tan hermoso pero, a
veces, tan olvidado o diluido en medio de tantas otras “cosas” que “observar, cumplir”…
Nuestro Voto de Caridad es el alma de nuestra vocación y misión, el “hilo rojo”, esencial, que sostiene todo
el edificio de nuestra vocación orionina, como PHMC. Sin esta caridad orionina,
nuestra identidad pierde color, sabor, sentido y profecía.
En ésto Don Orione ha sido siempre claro y
exigente: en la vivencia de la vocación y de una caridad ardiente no existen “negociaciones”, o se es lo que se debe
ser o mejor irse. Escribía a los clérigos en 1928: “¡ay de los tibios!... ¡ay de aquellos que se abandonan a la
indiferencia… ¡Ay de las aguas estancadas…! ¡Fuera, la pereza, fuera!
Sacúdanse, queridos hijos, y dénse a amar a Jesús y a vuestra alma que es: la
Iglesia y vuestra Congregación... Sientan, hijos míos, toda la responsabilidad
que les atañe: sobre todo sientan la Caridad de Cristo que nos urge y nos
empuja: Charitas
Christi urget nos! Quien no la siente, que deje la Congregación: no está hecho
para nosotros! Que vuestros ojos se abran a la luz de Dios y a vuestra
vocación! Que vuestros ojos se abran, y se abran juntos vuestros corazones, a
sentir, en la caridad de Jesús, toda la sublimidad, todo el valor de vuestra
celestial llamada!”[5].
Don Orione ha querido plasmar fuertemente en nosotras este
fuego de caridad, dándonos el IV Voto, con el que asumimos un fuerte compromiso
de servicio y de evangelización hacia los más pobres: “entendemos comprometernos con Voto en el ejercicio de la caridad,
mediante la enseñanza de la doctrina cristiana y las obras evangélicas de
misericordia”[6].
Sólo a la luz de este IV Voto es que nosotras podemos vivir
todos los otros compromisos de nuestra vida consagrada orionina. El Voto de
caridad perfila nuestro “estilo de vida”
en todos sus aspectos; la nuestra es una vida plasmada dentro y fuera de esta “caridad que salvará el mundo”, y para
nosotras es “grande honor unirnos con voto
al ejercicio personal y comunitario de la caridad, obligándonos a consagrar
nuestra vida” a este fin[7].
Por lo tanto, en nuestra vida y en nuestras comunidades, no
puede haber espacio para la lentitud apostólica, para la pereza que nos lleva a
hacer “lo mínimo y necesario”, para
encerrarnos en las obras y para el miedo del nuevo y de las nuevas
periferias.
No puedo entender que haya comunidades con tanto tiempo para
perder delante de un televisor, que haya hermanas encerradas horas y horas en
las habitaciones con la computadora, o durmiendo… que se pierda tanto tiempo en
habladurías, en llamadas telefónicas o “conversaciones
chat” interminables, no siempre útiles y constructivas... mientras los
pobres siguen esperando “el fuego de
nuestra caridad orionina”.
No puedo entender que existan todavía algunas comunidades
encerradas en su “nido”, con sábados
y domingos inactivos (¡porque están cansadas!). Que existan todavía comunidades
que se niegan a asumir una verdadera transformación apostólica de la obra, a
abrirse al territorio, a los niños de la calle, a los jóvenes sin horizonte, a
los pobres y a los refugiados... comunidades que resisten toda propuesta de
nuevos dinamismos de caridad orionina, porque están todavía ancladas en las “formas” del pasado, tristemente “más orioninas”!
De nuevo alguna me podrá decir: “¡exagerando otra vez!”. Creo que sí… ¡soy exagerada! O tal vez no
tanto…
Entonces preguntémonos
personalmente y luego compartamos en comunidad:
Ø
¿Cómo está viva en nosotras la llama de esta caridad
orionina, ardiente y expansiva, creativa e intraprendente? (¿qué formas
concretas?)
Ø
¿Cómo nos sentimos tocadas por las palabras que
Don Orione le dirige a los clérigos? ¿Qué cosas sentimos que deberíamos
purificar en nosotras?
Ø
¿De qué manera somos sensibles a los
sufrimientos de los pobres y corremos a “tocar
su carne”, como nos invita Francisco?
Ø
Leamos nuevamente los artículos 42 al 46 de
nuestras Constituciones, que se refieren al Voto
de caridad, y reflexionemos sobre aquellos aspectos que habíamos olvidado
un poco.
Ø
A la luz de
todas las reflexiones hechas con la ayuda de la presente carta: ¿qué
compromiso personal y comunitario asumir para esta Cuaresma? ¿Qué oración, qué
fraternidad, qué “ayuno” sería
agradable a Dios en este tiempo?
Queridas mías,
quisiera terminar retomando una vez más las palabras de Papa Francisco que he
citado al inicio de esta circular.
Tenemos ante nosotras una nueva oportunidad para “recomenzar” una vida nueva. No nos
conformemos con una vida mediocre, opaca y sin horizontes.
Que este tiempo nos ayude a crecer en el amor, en la amistad
y en la relación esponsal con el Señor, para llegar a la Pascua purificadas con
la Sangre del Cordero, ayudadas por la oración, por la comunión fraterna, por
los Sacramentos, especialmente el de la reconciliación. “Jesús es el amigo fiel que nunca nos abandona, porque incluso cuando
pecamos espera pacientemente que volvamos a él y, con esta espera, manifiesta
su voluntad de perdonar”[8].
Encontraremos nuevamente la alegría verdadera y el
entusiasmo que todo renacimiento lleva consigo!
María nos guía y sostiene en este camino y Ella, Madre del Cristo
Resucitado, nos conducirá a Él por los caminos de una verdadera
“caridad humanizante”, de una “caridad que cuida” y de una “caridad
misionera”.
Las abrazo con fraternal afecto en el Señor y les auguro, en
nombre de las Consejeras, una fecunda Cuaresma y una Santa Pascua.
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Roma, Casa general, 15 febrero 2017.
[1] Papa
Francisco, Mensaje para la Cuaresma 2017.
[2] Idem.
[3] JP II,
Novo Millennio ineunte, n. 43, 6 enero 2001.
[4] Papa
Francisco, idem.
[5]
Don Orione, Scritti, 52, 148; desde
Roma, a los clérigos de Villa Moffa, 27 junio 1928.
[6]
PHMC, Constituciones, art. 42.
[7] Cfr.
PHMC, Constituciones, art. 45.
[8] Papa
Francesco, ibidem.
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