VATICANO, 24 Nov. 17 / 06:25 am
(ACI).- En un mensaje hecho público con motivo de la Jornada Mundial de la Paz
que se celebrará el próximo 1 de enero, el Papa Francisco hizo un llamado a
acoger a migrantes y refugiados, a considerarlos miembros de una única familia
humana y a ayudarles a alcanzar la paz y una vida digna.
A continuación, el texto completo
del mensaje del Papa:
1. Un deseo de paz
Paz a todas las personas y a
todas las naciones de la tierra. La paz, que los ángeles anunciaron a los
pastores en la noche de Navidad, es una aspiración profunda de todas las
personas y de todos los pueblos, especialmente de aquellos que más sufren por su
ausencia, y a los que tengo presentes en mi recuerdo y en mi oración.
De entre ellos quisiera recordar
a los más de 250 millones de migrantes en el mundo, de los que 22 millones y
medio son refugiados. Estos últimos, como afirmó mi querido predecesor Benedicto
XVI, «son hombres y mujeres, niños, jóvenes y ancianos que buscan un lugar
donde vivir en paz». Para encontrarlo, muchos de ellos están dispuestos a
arriesgar sus vidas a través de un viaje que, en la mayoría de los casos, es
largo y peligroso; están dispuestos a soportar el cansancio y el sufrimiento, a
afrontar las alambradas y los muros que se alzan para alejarlos de su destino.
Con espíritu de misericordia,
abrazamos a todos los que huyen de la guerra y del hambre, o que se ven
obligados a abandonar su tierra a causa de la discriminación, la persecución,
la pobreza y la degradación ambiental.
Somos conscientes de que no es
suficiente sentir en nuestro corazón el sufrimiento de los demás. Habrá que
trabajar mucho antes de que nuestros hermanos y hermanas puedan empezar de
nuevo a vivir en paz, en un hogar seguro. Acoger al otro exige un compromiso
concreto, una cadena de ayuda y de generosidad, una atención vigilante y
comprensiva, la gestión responsable de nuevas y complejas situaciones que, en ocasiones,
se añaden a los numerosos problemas ya existentes, así como a unos recursos que
siempre son limitados.
El ejercicio de la virtud de la
prudencia es necesaria para que los gobernantes sepan acoger, promover,
proteger e integrar, estableciendo medidas prácticas que, «respetando el recto
orden de los valores, ofrezcan al ciudadano la prosperidad material y al mismo
tiempo los bienes del espíritu».
Tienen una responsabilidad
concreta con respecto a sus comunidades, a las que deben garantizar los derechos
que les corresponden en justicia y un desarrollo armónico, para no ser como el
constructor necio que hizo mal sus cálculos y no consiguió terminar la torre que
había comenzado a construir.4
2. ¿Por qué hay tantos refugiados
y migrantes?
Ante el Gran Jubileo por los 2000
años del anuncio de paz de los ángeles en Belén, san Juan Pablo II incluyó el
número creciente de desplazados entre las consecuencias de «una interminable y
horrenda serie de guerras, conflictos, genocidios, “limpiezas étnicas”», que
habían marcado el siglo XX.
En el nuevo siglo no se ha
producido aún un cambio profundo de sentido: los conflictos armados y otras
formas de violencia organizada siguen provocando el desplazamiento de la
población dentro y fuera de las fronteras nacionales.
Pero las personas también migran
por otras razones, ante todo por «el anhelo de una vida mejor, a lo que se une
en muchas ocasiones el deseo de querer dejar atrás la “desesperación” de un futuro
imposible de construir».
Se ponen en camino para reunirse
con sus familias, para encontrar mejores oportunidades de trabajo o de
educación: quien no puede disfrutar de estos derechos, no puede vivir en paz.
Además, como he subrayado en la Encíclica Laudato si’, «es trágico el aumento
de los migrantes huyendo de la miseria empeorada por la degradación ambiental».
La mayoría emigra siguiendo un
procedimiento regulado, mientras que otros se ven forzados a tomar otras vías,
sobre todo a causa de la desesperación, cuando su patria no les ofrece
seguridad y oportunidades, y toda vía legal parece imposible, bloqueada o
demasiado lenta.
En muchos países de destino se ha
difundido ampliamente una retórica que enfatiza los riesgos para la seguridad
nacional o el coste de la acogida de los que llegan, despreciando así la
dignidad humana que se les ha de reconocer a todos, en cuanto que son hijos e
hijas de Dios. Los que fomentan el miedo hacia los migrantes, en ocasiones con
fines políticos, en lugar de construir la paz siembran violencia,
discriminación racial y xenofobia, que son fuente de gran preocupación para
todos aquellos que se toman en serio la protección de cada ser humano.
Todos los datos de que dispone la
comunidad internacional indican que las migraciones globales seguirán marcando
nuestro futuro. Algunos las consideran una amenaza. Os invito, al contrario, a
contemplarlas con una mirada llena de confianza, como una oportunidad para
construir un futuro de paz.
3. Una mirada contemplativa
La sabiduría de la fe alimenta
esta mirada, capaz de reconocer que todos, «tanto emigrantes como poblaciones
locales que los acogen, forman parte de una sola familia, y todos tienen el
mismo derecho a gozar de los bienes de la tierra, cuya destinación es
universal, como enseña la doctrina social de la Iglesia. Aquí encuentran
fundamento la solidaridad y el compartir».
Estas palabras nos remiten a la
imagen de la nueva Jerusalén. El libro del profeta Isaías (cap. 60) y el
Apocalipsis (cap. 21) la describen como una ciudad con las puertas siempre
abiertas, para dejar entrar a personas de todas las naciones, que la admiran y
la colman de riquezas.
La paz es el gobernante que la
guía y la justicia el principio que rige la convivencia entre todos dentro de
ella. Necesitamos ver también la ciudad donde vivimos con esta mirada
contemplativa, «esto es, una mirada de fe que descubra al Dios que habita en sus
hogares, en sus calles, en sus plazas [promoviendo] la solidaridad, la
fraternidad, el deseo de bien, de verdad, de justicia»; en otras palabras, realizando
la promesa de la paz.
Observando a los migrantes y a
los refugiados, esta mirada sabe descubrir que no llegan con las manos vacías:
traen consigo la riqueza de su valentía, su capacidad, sus energías y sus
aspiraciones, y por supuesto los tesoros de su propia cultura, enriqueciendo
así la vida de las naciones que los acogen.
Esta mirada sabe también
descubrir la creatividad, la tenacidad y el espíritu de sacrificio de
incontables personas, familias y comunidades que, en todos los rincones del
mundo, abren sus puertas y sus corazones a los migrantes y refugiados, incluso
cuando los recursos no son abundantes.
Por último, esta mirada
contemplativa sabe guiar el discernimiento de los responsables del bien
público, con el fin de impulsar las políticas de acogida al máximo de lo que
«permita el verdadero bien de su comunidad», es decir, teniendo en cuenta las
exigencias de todos los miembros de la única familia humana y del bien de cada
uno de ellos.
Quienes se dejan guiar por esta
mirada serán capaces de reconocer los renuevos de paz que están ya brotando y
de favorecer su crecimiento. Transformarán en talleres de paz nuestras
ciudades, a menudo divididas y polarizadas por conflictos que están
relacionados precisamente con la presencia de migrantes y refugiados.
4. Cuatro piedras angulares para
la acción
Para ofrecer a los solicitantes
de asilo, a los refugiados, a los inmigrantes y a las víctimas de la trata de
seres humanos una posibilidad de encontrar la paz que buscan, se requiere una
estrategia que conjugue cuatro acciones: acoger, proteger, promover e integrar.
«Acoger» recuerda la exigencia de
ampliar las posibilidades de entrada legal, no expulsar a los desplazados y a
los inmigrantes a lugares donde les espera la persecución y la violencia, y
equilibrar la preocupación por la seguridad nacional con la protección de los
derechos humanos fundamentales. La Escritura nos recuerda: «No olvidéis la
hospitalidad; por ella algunos, sin saberlo, hospedaron a ángeles».
«Proteger» nos recuerda el deber
de reconocer y de garantizar la dignidad inviolable de los que huyen de un
peligro real en busca de asilo y seguridad, evitando su explotación. En
particular, pienso en las mujeres y en los niños expuestos a situaciones de
riesgo y de abusos que llegan a convertirles en esclavos. Dios no hace
discriminación: «El Señor guarda a los peregrinos, sustenta al huérfano y a la
viuda».
«Promover» tiene que ver con
apoyar el desarrollo humano integral de los migrantes y refugiados. Entre los
muchos instrumentos que pueden ayudar a esta tarea, deseo subrayar la
importancia que tiene el garantizar a los niños y a los jóvenes el acceso a
todos los niveles de educación: de esta manera, no sólo podrán cultivar y sacar
el máximo provecho de sus capacidades, sino que también estarán más preparados
para salir al encuentro del otro, cultivando un espíritu de diálogo en vez de
clausura y enfrentamiento. La Biblia nos enseña que Dios «ama al emigrante,
dándole pan y vestido»; por eso nos exhorta: «Amaréis al emigrante, porque emigrantes
fuisteis en Egipto».
Por último, «integrar» significa
trabajar para que los refugiados y los migrantes participen plenamente en la
vida de la sociedad que les acoge, en una dinámica de enriquecimiento mutuo y
de colaboración fecunda, promoviendo el desarrollo humano integral de las
comunidades locales. Como escribe san Pablo: «Así pues, ya no sois extraños ni
forasteros, sino conciudadanos de los santos y familiares de Dios»
5. Una propuesta para dos Pactos
internacionales
Deseo de todo corazón que este
espíritu anime el proceso que, durante todo el año 2018, llevará a la
definición y aprobación por parte de las Naciones Unidas de dos pactos
mundiales: uno, para una migración segura, ordenada y regulada, y otro, sobre
refugiados.
En cuanto acuerdos adoptados a
nivel mundial, estos pactos constituirán un marco de referencia para
desarrollar propuestas políticas y poner en práctica medidas concretas. Por
esta razón, es importante que estén inspirados por la compasión, la visión de
futuro y la valentía, con el fin de aprovechar cualquier ocasión que permita
avanzar en la construcción de la paz: sólo así el necesario realismo de la
política internacional no se verá derrotado por el cinismo y la globalización
de la indiferencia.
El diálogo y la coordinación
constituyen, en efecto, una necesidad y un deber específicos de la comunidad
internacional. Más allá de las fronteras nacionales, es posible que países
menos ricos puedan acoger a un mayor número de refugiados, o acogerles mejor,
si la cooperación internacional les garantiza la disponibilidad de los fondos
necesarios.
La Sección para los Migrantes y
Refugiados del Dicasterio para la Promoción del Desarrollo Humano Integral
sugiere 20 puntos de acción17 como pistas concretas para la aplicación de estos
cuatro verbos en las políticas públicas, además de la actitud y la acción de
las comunidades cristianas.
Estas y otras aportaciones
pretenden manifestar el interés de la Iglesia católica al proceso que llevará a
la adopción de los pactos mundiales de las Naciones Unidas. Este interés
confirma una solicitud pastoral más general, que nace con la Iglesia y continúa
hasta nuestros días a través de sus múltiples actividades.
6. Por nuestra casa común
Las palabras de san Juan Pablo II
nos alientan: «Si son muchos los que comparten el “sueño” de un mundo en paz, y
si se valora la aportación de los migrantes y los refugiados, la humanidad
puede transformarse cada vez más en familia de todos, y nuestra tierra verdaderamente
en “casa común”».
A lo largo de la historia, muchos
han creído en este «sueño» y los que lo han realizado dan testimonio de que no
se trata de una utopía irrealizable. Entre ellos, hay que mencionar a santa
Francisca Javier Cabrini, cuyo centenario de nacimiento para el cielo
celebramos este año 2017. Hoy, 13 de noviembre, numerosas comunidades eclesiales
celebran su memoria.
Esta pequeña gran mujer, que
consagró su vida al servicio de los migrantes, convirtiéndose más tarde en su
patrona celeste, nos enseña cómo debemos acoger, proteger, promover e integrar
a nuestros hermanos y hermanas. Que por su intercesión, el Señor nos conceda a
todos experimentar que los «frutos de justicia se siembran en la paz para
quienes trabajan por la paz».
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