Amar y da la vida cantado al amor
QUIERO SER UN SERVIDOR DE CRISTO Y DE LOS POBRES
el fundador- Don Orione: a usted le gustó un lema que usó
desde joven, desde la apertura del primer oratorio y de la primera casita en
San Bernardino de Tortona en 1893: Almas, almas.
Sí -y sonríe al recordarlo- cuando siendo seminarista, me
rodeaba de algunos muchachos y jugaba con ellos en el patio de la casa del
obispado. Al terminar el juego, dábamos una contraseña que nadie comprendía, ni
siquiera el párroco. La contraseña quedó como programa de nuestra Congregación.
Era el lema: ¡Almas, almas! Habrán leído más de una vez este grito en el
encabezamiento de las cartas, grito que es todo un programa: ¡Almas, almas!
Luego vendría todo lo demás.
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Debemos ser santos, pero hacernos tales santos que nuestra
santidad no se reduzca al cuidado de los fieles, ni se quede sólo en la
Iglesia, sino que trascienda y arroje en la sociedad tal esplendor de luz,
tanta vida de amor a Dios y a los hombres que sean más que santos de Iglesia,
seamos santos del pueblo y de la salvación social. Debemos ser una profundísima
vena de espiritualidad mística, que invada todos los estamentos sociales:
espíritus contemplativos y activos, servidores de Cristo y de los pobres...
- ¿Es esto lo que explica el estilo “popular” que ha querido
imprimir a su familia religiosa: pobreza y sencillez de vida, de ambientes, de
medios, vida sacrificada y acotada en función de los demás, partícipe de la ley
común del trabajo?
No sólo con la predicación se convierten las almas, sino
también con el trabajo. Y si en muchas familias de San Bernardino de Tortona ha
entrado el Evangelio... es porque han visto trabajar a los sacerdotes. El
pueblo quiere ver realidades. Por lo tanto, no es solamente el sacerdote con la
estola al cuello quien puede hacer el bien, sino también el sacerdote que
trabaja.
Buscar y curar las heridas del pueblo, buscar las
enfermedades, salir a su encuentro en lo moral y lo material. De esta manera
nuestra acción será no sólo eficaz, sino profundamente cristiana y
salvadora. Cristo fue al pueblo. Ayudar al pueblo, mitigar
sus dolores, devolverle la salud. Debe estar en nuestro corazón el pueblo. La
Obra de la Divina Providencia es para el pueblo. Basta de palabras, están
llenos los bolsillos de ellas. Lo milagroso será poder devolver las
muchedumbres a la fe que tuvieron, reconducirlas al Padre, a la Iglesia: un
trabajo popular.
- Tiempo atrás, con motivo de la presentación a la prensa de
su libro “En el nombre de la Divina Providencia”, Franca Giansoldati, de la
agencia Adkronos, tituló a su artículo “Don Orione: como Karl Marx y Anna
Kulisciov”, refiriéndose a algunas páginas suyas “sociales” famosas: la
proclama en defensa de las arroceras (“Trabajadores y trabajadoras, llegó la
hora de su reivindicación”), el escrito sobre el feminismo (“Mujer, familia y
sociedad”), y otros.
¿Ven estas canas? Durante muchos años he visto muchos
cambios de cosas y de hombres, también dentro de la Iglesia, y he comprendido
que la política no es el medio mejor para atraer las almas. Se ama a la Patria
realizando obras de amor, de misericordia, abrazando a los pobres, acogiendo a
los pobres, cuidando a los pobres, evangelizando a los pobres, a los pequeños.
Nosotros no hacemos política; nuestra política es la caridad
grande y divina, que hace el bien a todos. No miramos otra cosa que almas para
salvar. Si hay que tener alguna preferencia, será para quienes nos parezcan más
necesitados de Dios, puesto que Jesús ha venido más para los pecadores que para
los justos. ¡Almas y almas! Esta es nuestra vida; este es nuestro grito,
nuestro programa, toda nuestra alma, todo nuestro corazón: ¡Almas y almas!
- ¿Por dónde se empieza a educar a los jóvenes en la
caridad? ¿Cuál es la primera lección?
Hay que huir de una blasfemia y usar una jaculatoria. La
blasfemia: “Yo no me meto, no me toca a mí”. La jaculatoria: “Voy yo”.
- Decir caridad quiere decir con frecuencia, limosna,
asistencia de quienes tienden a dejar a los pobres siempre pobres, conservando
las propias posiciones de privilegio económico, cultural, social. ¿Qué entiende
usted por caridad?
El amor santo que toma el nombre de caridad, es el resultado
de la comunión con Jesucristo. Es el fervor de la gracia que no puede detenerse
y necesita expandirse. La caridad nos manda no quedarnos en una cómoda
benevolencia, sino sentir y tener compasión eficaz de los dolores y las
necesidades de los demás, a quienes no debemos contemplar a distancia, puesto
que son una misma cosa con nosotros en Cristo. La caridad no excluye nada de la
verdad y de la justicia; pero la verdad y la justicia actúan en la caridad.
- Usted ha enseñado de mil maneras, que “nuestra predicación
es la caridad”: la caridad de las obras, y antes que nada, la caridad fraterna.
Una sociedad o comunidad hermosa y fuerte, donde reine una
dulce concordia de corazones y paz, no puede no ser querida, deseable y
edificante para todos. En un mundo en el que no hay más ley que la fuerza; en
un mundo en el que resuenan a menudo voces de guerra entre ricos y pobres,
entre padres e hijos, entre gobernantes y súbditos; entre las voces de una
sociedad que vive y parece que quiere hundirse en el odio, opongamos el ejemplo
de una caridad verdaderamente cristiana.
- A diferencia de otros fundadores, usted no ha escogido un
tipo concreto de obras, ¿por qué?
Estamos en una época de transformaciones arrolladoras, de
manera que no me parece oportuno enquistarnos en una obra, atarnos a una o dos
actividades.
el fundador- ¿Por qué en la formación de sus sacerdotes y
sus religiosas insiste tanto en el trabajo manual?
Volvemos a empezar como los apóstoles que trabajaban
ganándose la vida, y tenían todo el mundo por evangelizar. Volvemos al trabajo,
y precisamente al trabajo manual, que domina las pasiones del cuerpo y las
malas tendencias del espíritu. Nosotros tenemos que trabajar... para no
convertirnos en “sacerdotes señores”, para no falsear el espíritu del
Evangelio. Qué gran eficacia, qué hermoso apostolado se realizaría entre los
pobres, si todos vieran que el sacerdote predica y trabaja, trabaja y predica,
ayuda a los pobres y se gana el pan. Que no se aprovecha de los beneficios
parroquiales, de los derechos de estola, para vivir sobre los pobres. Debemos
ser los peones de Dios. Quien no quiera ser y no es peón de la Providencia de
Dios, es un desertor de nuestra bandera.
- Pobres de salud, pobres de instrucción, pobres de afectos,
pobres de casa; entre las distintas instituciones en las que acoge a los
pobres, parece que al Pequeño Cottolengo, usted da el valor de símbolo, de
modelo, de estilo que valga para todas las otras instituciones.
El Pequeño Cottolengo es como un pequeño grano de mostaza,
al que basta la bendición del Señor para un día llegar a ser un gran árbol
sobre cuyas ramas se posen tranquilas las aves. Los pájaros aquí son los pobres
más abandonados, nuestros hermanos y nuestros amos. Nuestro banco es la Divina
Providencia, y nuestra bolsa está en los bolsillos y en el buen corazón de los
amigos y bienhechores.
El Pequeño Cottolengo está construido sobre la fe y vive de
los frutos de una caridad inextinguible. En el pequeño Cottolengo se vive
alegremente: se reza, trabaja cada uno según sus fuerzas, se ama a Dios; se ama
y se sirve a los pobres. En los abandonados se ve y se sirve a Cristo en santa
alegría. ¿Hay alguien más feliz que nosotros? También nuestros queridos pobres
viven contentos: ellos no son huéspedes, no son asilados, sino que son los
dueños, y nosotros sus siervos; ¡así se sirve al Señor! ¡Qué hermosa es la vida
en el Pequeño Cottolengo! Es una sinfonía de oración por los bienhechores, de
trabajo, de alegría, de cantos y de caridad.
- Pero con la necesidad de sacerdotes y de religiosas que
hoy tenemos en las Parroquias, en la catequesis, con la necesidad de
evangelizadores... ¿no están desaprovechados en un Pequeño Cottolengo aunque
sea una obra maravillosa y meritoria?
Corren tiempos en los que si se ve al sacerdote sólo con la
estola, no todos le seguirán; pero si alrededor de la sotana ven a los viejos y
los huérfanos, entonces sentirán el tironeo... la caridad arrastra... la
caridad mueve y lleva a la fe y a la esperanza. Muchos no logran entender los
actos de culto, y es necesario añadir las obras de amor. Salvador Sommariva me
dijo una vez: No creía en Dios, pero ahora creo porque lo he visto a las
puertas del Cottolengo.
- “Dar con el pan material, el dulce bálsamo de la fe”. Para
usted, en el fondo del corazón está la salvación de las almas. ¿No puede
parecer una manipulación de la caridad, un proselitismo?
Nunca forzar a nadie. Pero hablar con el amor de Dios en el
corazón y en los labios, con expresiones que lleguen, que convenzan y
conviertan; después Nuestro Señor pensará cómo transformarnos y transfigurarnos
a nosotros y a nuestros queridos pobres en él. Él será la vida, el consuelo,
nuestra felicidad y la de quienes él lleve con su mano.
- Don Orione, usted mira siempre para adelante, hacia
horizontes cada vez más amplios. Verdaderamente en usted se ve, como decía San
Bernardo que el amor está siempre en camino con nuevos deseos, con continuos
proyectos...
Quisiera llegar a ser alimento espiritual para mis hermanos
que tienen hambre y sed de verdad y de Dios; quisiera revestir de Dios a los
desnudos, dar la luz de Dios a los ciegos y a los deseosos de mayor luz, abrir
los corazones a las innumerables miserias humanas y hacerme siervo de los
siervos ofreciendo mi vida a los más indigentes y abandonados; quisiera llegar
a ser el insensato de Cristo y vivir y morir en la insensatez de la caridad por
mis hermanos.
Amar eternamente y dar la vida cantando al Amor. Despojarme
de todo. Sembrar la caridad a lo largo de todos los caminos; sembrar a Dios de
todas las maneras, en todos los surcos; sumergirme sin cesar infinitamente y
volar cada vez más alto, cantando a Jesús y a la Virgen sin detenerme jamás.
Llenar todos los surcos con la luz de Dios; ser un hombre
bueno entre mis hermanos; inclinarme, extender siempre las manos y el corazón
para recoger las debilidades y miserias y depositarlas sobre el altar, para que
se transformen en fuerza y grandeza de Dios
el fundadorTal vez, sea ésta una de las notas que más
deseábamos compartirles desde las páginas de Revista Don Orione. Nada menos que
un reportaje al Fundador mismo de la Pequeña Obra.
Quisimos conocerlo, para entender mejor su obra y su
pensamiento. Para eso hubo que llegarse hasta su dirección de Tortona
(Italia), en vía Emilia nº 63. Aunque, muy probablemente esta entrevista se
podría haber realizado en Buenos Aires, en Chaco, Montevideo, Itatí, San
Pablo, Santiago de Chile, o en cualquiera de las casas donde aun viven y laten
sus ideales.
Casi sin darnos cuenta, se fue abriendo un diálogo por demás
interesante y reflexivo; los razonamientos fluyeron con serenidad, apuntando
siempre a lo más profundo. Incluso frente a preguntas más incisivas y
críticas, no se dejó sorprender, sino que, por el contrario, compartió varias
de sus intuiciones y su concepción de la vida. Una vez más pudimos comprobar la
vigencia y actualidad de su mensaje.
"Quiero ser un servidor de Cristo y de los pobres"
Publicado en edición Nº48 de Revista Don Orione / Octubre
2009
Don Orione, usted es un hombre de quien hablan todos, un
sacerdote de gran corazón. Con usted empezó una maravillosa obra. Hogares,
colegios, parroquias, seminarios, centros sociales, misiones, “Pequeños
Cottolengos” se encuentran en toda Italia, en Brasil, Argentina, Uruguay,
Polonia, España, Palestina... ¿cómo definiría su obra?
No lo sé: siento la tentación de definirla como un lío...
vamos para adelante como el tren, confiando en Dios y en su Iglesia, seguros de
servir a Cristo en los más necesitados. En cuanto a mí, me parece que el Señor
me eligió porque no encontró a otro más miserable e incapaz que yo, para que se
vea bien claro que él es el artífice de todo.
- La fe en la Divina Providencia está en crisis en la
mentalidad moderna; “Dios no existe... y si existe, es como si no existiera”.
Sin embargo, para usted, la providencia de Dios es el motivo inspirador de su
vida y de su fundación.
Ciertamente, la Providencia Divina es la continua creación
de las cosas. La Divina Providencia parece desconocida para el hombre, porque
el hombre la ve, y muchas veces no la ama; la toca y muchas veces no cree en
ella; ella lo viste mejor que a los lirios del campo, le da de comer, y él cree
estar desnudo y en ayunas. Ella gobierna el mundo con su ley armónica y eterna,
se esconde y no se deja ver por quien no tiene fe, aun cuando abunde en medios
materiales y tenga una vasta inteligencia y mucha cultura.
- Pero hay una objeción contra la “Divina Providencia”: los
escenarios de miseria y de muerte en el mundo de hoy, tan caótico e injusto;
los numerosos triunfos del mal; las manifestaciones cada vez más deshumanizadas
y desesperadas de una sociedad “sin Dios”.
Los pueblos están cansados, están desilusionados; sienten
que toda la vida es vana, que toda la vida está vacía sin Dios. ¿Estamos en el
alba de un renacer cristiano? ¡Seamos Hijos de la Divina Providencia! No seamos
de aquellos catastróficos que creen que el mundo se acaba mañana.
La corrupción y el mal moral son grandes, es verdad, pero
sostengo y creo firmemente que el último en vencer será Dios, y Dios vencerá en
su infinita misericordia. En esta hora del mundo, hora muy dolorosa y muy
triste, decidamos conservar inextinguible y cada vez más encendido el fuego
sagrado del amor a Cristo y a los hombres. Sin este fuego sagrado, que es amor
y luz, ¿qué quedaría de la humanidad? Con la inteligencia en tinieblas, el
corazón frío, gélido más que el mármol de una tumba, la humanidad se debatirá
convulsiva entre dolores de todo género sin ninguna clase de consuelo, sólo
abandonada a las traiciones, a los vicios y depravaciones sin nombre... Con
Cristo, todo se eleva, todo se ennoblece: familia, amor a la patria, ingenio,
artes, ciencias, industrias, progreso, organización social.
fuente: revista Don Orione
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