Rasgos característicos de Don
Orione
Prof. Pietro Borzomati
Rocca di Papa, 9.10.1997
Movimiento Laical Orionino
Don Luis Orione ha sido un gran
protagonista de la Iglesia y de la sociedad italiana y del mundo por la
originalidad de sus opciones espirituales e intuiciones pastorales relativas a
un “servicio” eficaz y a la participación del laicado en la obra de “caridad”
propuesta y realizada por él.
El análisis de sus escritos y de su
compromiso social y religioso lo confirma plenamente, poniendo de relieve la
vigorosa relación que existía entre su espiritualidad y su acción, y el
carácter prevalentemente cristológico de su espiritualidad que vivificaba su
“servicio” - totalmente de piedad - como la de un contemplativo itinerante que
amaba a Dios vigorosamente y con un amor habitual. Su obra era, en efecto,
fruto de una piedad extraordinaria y, por supuesto, de una excepcional
capacidad organizativa.
La vida de Don Orione, impregnada
de espiritualidad y piedad, constituyó un punto de referencia y, al mismo
tiempo, una invitación para eclesiásticos y laicos al valor de la relación
intensa con Dios, condición indispensable para el buen éxito de una acción
cristiana en el mundo, aunque más no fuera para no ceder a la tentación de
aprovecharse de la obra con el fin de obtener ventajas personales o
hegemónicas. En la agitada historia de la Iglesia y del movimiento católico de
fines del siglo XIX y principios del siglo XX, el testimonio orionino
representó una especie de metodología ética y operativa que aseguró éxitos a
veces notables, y despejó el terreno de posibles equívocos sobre la acción de
los cristianos en el mundo, que no debe tomarse como pura filantropía sino como
una consagración total a un auténtico servicio a los hermanos. Obviamente, en
esta misma línea actuaron otros protagonistas de la santidad “social” (por
ejemplo, en Francia, y Don Bosco, Scalabrini, Cusmano) que nunca perdieron de
vista sus opciones espirituales y alcanzaron una vigorosa contemplación que
vivificaba su compromiso caritativo, pastoral y social en el mundo.
Don Orione se ubica en este grupo
de santos “sociales” y opta por el vasto mundo de los marginados, logrando ser
realmente un pobre entre los pobres en búsqueda del rostro de Cristo en los
abandonados. Es evidente que su “servicio” ha sido un mensaje fascinante para
las comunidades cristianas, particularmente para sacerdotes y laicos de las
distintas instituciones del movimiento católico, poco sensibles a realizar
programas de promoción humana y, a veces, más ocupados en protestas ineficaces
sobre la cuestión romana y en discusiones no pocas veces estériles.
La obra de las nuevas
congregaciones religiosas y de protagonistas como don Orione, así como las
asociaciones del laicado promovidas por los institutos de vida consagrada,
distintas de las tradicionales “Terceras Ordenes”, ha sensibilizado a los
laicos creyentes en Cristo con testimonios de gran valor cívico.
En efecto, no se deben subestimar
las iniciativas promovidas sobre todo en los centros menores o aislados (a
veces por falta de medios de comunicación) en pro de los huérfanos, de los
pobres, de los incapacitados y de los marginados a quienes ni los organismos
asistenciales de los entes públicos ni los eclesiales prestaban la debida
atención. Don Orione se ha movido siempre en esa dirección, acentuando, por
ejemplo, con el Pequeño Cottolengo y sus congregaciones, la opción por los
“últimos” para realizar el proyecto de Dios. Los “últimos” eran también, los
nobles y notables venidos a menos, las masas populares afectadas por los
grandes procesos de urbanización y tecnificación que llevan a la pérdida de la
fe y de la identidad, el subproletariado esclavizado por el patronato, los
marginados que definía como “muy queridos y amados” (enero 57) y, además, los
huérfanos, deficientes, inválidos y aquéllos a quienes llamaba “el desecho de
la sociedad” (ivi, 60-61). Un programa demasiado lleno de perspectivas
fascinantes que no podía menos de sugestionar a las almas deseosas de
perfección, dispuestas a dar en el mundo un testimonio realmente cristiano,
fiel al evangelio, y en sintonía con las exigencias de la gente.
Se percibía, además, en sus
exhortaciones el ansia - como él mismo escribía - de “estar a la vanguardia de
los tiempos y de los pueblos, y no quedarse en la retaguardia dejándose arrastrar.
Para poder arrastrar y llevar a los pueblos y a la juventud a la Iglesia y a
Cristo hay que ir a la vanguardia. Así podremos cubrir el abismo que se va
abriendo entre el pueblo y Dios, entre el pueblo y la Iglesia” (ivi, 130-131).
Esta es una lección de metodología
pastoral muy importante, que el sacerdote de Tortona trasmitía al mundo
católico para que no hubiera rémoras en el anuncio de la Palabra de Dios y se
utilizaran comportamientos y tácticas operativas eficaces para “ir a la vanguardia”,
con el objeto de evitar también el peligro de irreparables fracturas “entre el
pueblo y Dios, entre el pueblo y la Iglesia”.
La variedad de los intereses
apostólicos y sociales de Don Orione, pero sobre todo sus propuestas
operativas, la opción por los marginados impregnada de un amor entrañable y sin
límites, brotaban de su espiritualidad y acción social, como se desprende de
sus escritos y de sus obras.
Fueron un modo de vida y al mismo
tiempo una auténtica catequesis que captaron de lleno a creyentes y no
creyentes (por ejemplo, Gallarati Scotti y Silone, exponentes y socios del
movimiento católico) para su proyecto de amor. Como las páginas de alta
espiritualidad o las afirmaciones, por ejemplo, sobre la “soledad sin Dios” que
“podrá ser un descanso para el espíritu, pero exaspera el corazón” (Piemme,
24).
Era de todos conocido su cristo
centrismo, su repetición constante de que Cristo es el Maestro que camina sobre
las aguas turbulentas de este mundo. “Sufrir, callar, orar, amar, crucificarse
y adorar. Él es la paz del corazón” (Petrocchi 135-136).
Era realmente pobre. Una vez
escribió una frase muy significativa al respecto: “nosotros no somos de
aquéllos que siguen a Jesús hasta la fracción del pan” sino que “llegamos hasta
beber el cáliz de la Pasión para estar con Cristo” (ivi 136).
La coherencia de los cristianos en
el testimonio del Jesús pobre, del Jesús de la Pasión, y el ejemplo de total
donación (escribe) son patrimonio de su vida interior y objeto de su
“servicio”. Auspiciaba una” unificación espiritual de todo el mundo bajo la
Cruz” (Piemme 28) que hubiera podido realizarse no con “una espiritualidad
tísica” y, mucho menos, sin “esa verdadera vida de fe y de Cristo en nosotros
que lleva en sí toda la aspiración a la verdad y al progreso social que penetra
todo y a todos hasta llegar a los más humildes trabajadores” (ivi, 31).
Es evidente que con estas
afirmaciones don Orione ha querido aclarar ulteriormente que no se podría hacer
ningún apostolado en el mundo sin la fe y la intención de Cristo que vivifica
las aspiraciones a la verdad y al progreso social, comprometiendo en la acción
a todos los protagonistas, mayores y menores, doctos y no doctos. La Fe y la
plena sintonía con el Maestro son el fruto de la contemplación, la piedad, la
caridad.
El sacerdote de Tortona ha
afirmado, además: “Si tenemos una gran Caridad, tendremos una gran renovación
católica” (ivi, 39); y aclaraba: “nosotros no hacemos política: nuestra
política es la caridad grande y divina” (ivi, 41).
Estos y otros escritos, sus
realizaciones y su acción indefensa, constituían algo excepcional, y a veces
una novedad en una Iglesia y un movimiento católicos que practicaban casi
siempre la promoción humana por mero proselitismo y, con menor convicción, por
razones eminentemente espirituales y de piedad. Don Orione quiere de sus hijos
espirituales “un adiós para siempre a la vida del mundo” y la “renuncia a todos
los intereses de aquí abajo”, llegar a ser realmente pobres “por amor de
Jesucristo, el cual es nuestro ejemplo divino, que nació pobre, vivió pobre, y
murió pobre sobre una cruz, sin siquiera un poco de agua” (Lo spirito di don O.
vol. I, 95-96).
Estos conceptos, expresados tal vez
con palabras distintas de las de otros protagonistas de la santidad, fueron
compartidos y plasmados en obras, sobre todo después del Vaticano II, por las
asociaciones de voluntariado, y todavía constituyen la “raíz” de tantos éxitos.
Pero estas metas se alcanzaron
después de las nobles experiencias de verdadero servicio de las almas
consagradas y de un laicado católico que supo conjugar espiritualidad y acción,
siguiendo las huellas de la enseñanza y el testimonio de personalidades como la
de don Orione, don Guanella, la Madre Cabrini, en quienes la actividad y la
contemplación iban unidas, y el desprecio del mundo se conjugaba con las obras
en favor de los hermanos que estaban en el mundo.
Don Orione recomendaba, además, que
la piedad “fuera una verdadera vida interior, una religiosidad profunda….
(Piemme, 125).
El pensamiento y la obra del Beato
tenían una connotación particular, la de un compromiso social que, como ya se
ha dicho, surgía de la espiritualidad y piedad que caracterizaban su vida; una
riqueza interior que lo indujo a opciones audaces, por ejemplo, en la tutela de
los intereses de los trabajadores. Indudablemente, como se desprende de un
estudio del Don Flavio Peloso, tuvo una parte importante en esta obra social el
obispo de Tortona, Mons. Igino Bandi, en los años en que don Orione era muy
joven. Es evidente que esa experiencia ha tenido su “peso” en la opción por el
“servicio” a los pobres y por la promoción de la Pequeña Obra de la Divina
Providencia.
En 1894 Bandi invitaba a salir “de
la sacristía, para salvar la familia y la sociedad, organizándose
conjuntamente, el clero y el laicado, para una acción concorde y restauradora
por medio de las Asociaciones Católicas, la Educación e Instrucción Católicas,
y la Buena Prensa”. (Peloso, 28).
El magisterio de Mons. Bandi y sus
primeras experiencias en Tortona con el oratorio festivo que había fundado como
seminarista constituyen el primer contacto con una realidad social dolorosa
caracterizada por las prepotencias del sector patronal, la explotación de los
menores, la desconfianza generalizada del proletariado incluso respecto a los
sacerdotes, y la miseria general y aislamiento total de los rechazados por la
sociedad.
Posteriormente, a raíz de sus
muchos viajes y numerosas experiencias realizadas en Italia y en otras partes
del mundo, don Orione no tuvo ya dudas, aceptó la voluntad divina y el proyecto
que Dios le había reservado, y llevó a cabo aquellas pequeñas, aunque en
realidad grandes empresas destinadas a un rescate a fondo de los desheredados.
El plan y programa de la Pequeña Obra,
por ejemplo, es un auténtico tratado, una obra maestra de doctrina social
cristiana rica de intuiciones operativas interesantes y eficaces, destinadas “a
introducir un orden perfecto en la nueva sociedad para gloria de Dios “(Carisma
233), pero, “realizando también la caridad, tendiendo fraternalmente la mano y
el corazón especialmente a las clases del proletariado, a los obreros pobres, a
los más humildes y desdichados” (ivi, 232, 236).
Propósitos nobilísimos y de una
gran solidaridad alimentada por un amor sin límites por los marginados más
marginados del mundo.
Su posición era sustancialmente
diversa de la de otros proyectos filantrópicos, por otra parte muy válidos, de
muchas instituciones sobre todo civiles porque él vivificaba el “servicio” a
los marginados con actos de verdadero amor, hechos con el corazón, inclinándose
con gestos de gran caridad y con alegría ante aquéllos que habían sido
rechazados por muchos, viendo en ellos al mismo Cristo. Su obra ha sido un
ejemplo y una invitación para los creyentes, las asociaciones del laicado
católico, las Pías Uniones, los movimientos sindicales, a los valores del
espíritu en los que arraigaban esos gestos de amor animados por Dios, que es
Amor.
No debe sorprender que invitara,
por ejemplo, a los arroceros a la rebelión, adoptando términos y expresiones
típicos de las proclamas sindicales, como, por ejemplo: “Proletariado de los
arrozales, en pie”, “no os dejéis explotar por los principales”, “reuníos
contra los esquiroles”, hay patrones que son unos “explotadores infames”.
(Piemme, 32/33).
Lenguaje insólito en el mundo
católico, y hasta revolucionario y subversivo se podría decir, en una Iglesia
dominada por la lógica de los conservadores o de algunos patrones que asigna
escaso interés a los trabajadores tratados como esclavos por los contratistas.
Don Orione se pone en una actitud diversa e incita a los trabajadores a la
rebelión “en el nombre de Cristo, que nació pobre, vivió pobre, y murió pobre”
(Piemme 32); el sacerdote de Tortona da testimonio de Cristo con hechos y
palabras que no tienen nada que ver con los gestos o el lenguaje diplomáticos o
curiales y eclesiásticos, sino con el evangelio, y por eso son palabras de
esperanza y apoyo: “os defenderemos en todo lo que es justo” ; “toda esclavitud
debe abolirse, debe terminar, y terminar para siempre” (ivi, 33).
El llamamiento tiene fecha del
1919, un año especial, de crisis económica y social, en un momento de
postguerra dominado por la incertidumbre, sobre todo política, que comprometía
todo intento de evolución en Italia y el mundo: Don Orione estaba convencido de
que la doctrina social cristiana y la acción de los católicos en los entes centrales y periféricos del Estado
eran indispensables para lograr la justicia en favor del proletariado y, por lo
tanto, no dudaba en urgir a los católicos más propensos a hacer alianza con los
grandes y a estar sometidos a ellos o que consideraban un sacrilegio utilizar
términos o métodos de lucha de los partidos de los trabajadores o de las
organizaciones sindicales, como si profanasen la vida de la Iglesia y del
laicado católico.
En este contexto se comprenden sus
teorías sobre una verdadera valorización de la mujer (“los católicos - ha
escrito en los años veinte - hemos tratado el feminismo con una ligereza lamentable
(Piemme, 36), desde 1898 no dude ni promueva una colonia agrícola en Noto en
Sicilia, cuidando de no promover juicios indebidos muy severos sobre el sur de
Italia y las iglesias del sur a raíz de una tradición consolidada impregnada de
las regiones del norte de Italia o que nunca he echado de menos, en tiempos
insospechados, para expresar sentimientos de lealtad a su tierra natal
convencidos de la efectividad de la unidad de Italia, especificando, sin
embargo, que "todo el mundo es tierra natal" (Carisma, 266).
Ha sido, y es, un maestro de
santidad para los laicos; se ha expresado el deseo - y es algo importante - de
que la santidad “no pertenezca sólo al culto de los fieles, ni esté sólo en la
Iglesia, sino que trascienda y proyecte sobre la sociedad un esplendor de luz
tan grande, y tanta vida de amor de Dios y de los hombres, que más que santos
de la Iglesia lo sean del pueblo y del bienestar social” (Carisma 313).
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