“¡Heme aquí!” “¡Para siempre!” “¡Totalmente!”
Roma, 27 de
noviembre de 2016
Queridos hermanos,
“¡Empiezo en el nombre de Dios bendito, bajo la mirada de Nuestra Madre
Celestial, la Santa Virgen de la Divina Providencia!”.
Con estas mismas
palabras Don Orione iniciaba una de sus cartas de 1920 y esas pueden ser hoy
las palabras justas para ponernos en sintonía con nuestro Padre Fundador al
inicio de un nuevo año litúrgico, en el recuerdo de la reciente solemnidad de
la Madre de la Divina Providencia (20 de noviembre), Patrona principal de la
Congregación.
Sabemos bien que para Don
Orione, cada día, cada año, cada evento, cada decisión, cada deseo, incluso
cualquier realización, era propiamente "de la Virgen de la Divina
Providencia”. A Ella le confiaba todos sus proyectos y le tributaba todo
agradecimiento. De ella esperaba gracias ordinarias e intervenciones
milagrosas. Tenía una polarización mariana tan grande, constante, tangible y
confiada que bien podía decir: "Todo
es gracia de María".
Mirando nuestro pasado
reconocemos que la protección mariana no ha tenido interrupción. Ha sido
perenne y continua. Por este motivo nos unimos a nuestro Padre Fundador para
decir que “A la Virgen Santísima nuestra
Pequeña Congregación se lo debe todo, le debe su nacimiento y también que aún
vive, camina y sigue haciendo el bien...”. Y al mismo tiempo, mirando
nuestro presente y pensando en nuestro futuro, continuaremos rezando con
confianza: “Recuérdate, oh Señora, de tu
Congregación de la que desde el inicio fuiste la Celeste Patrona!”.
Heme aquí
El tiempo de Adviento,
que ahora se inicia, es particularmente el tiempo de la Madre, de la Madre de
la Divina Providencia, de la “Madre del heme
aquí”. De hecho, con su “Heme aquí”,
María consintió a la palabra divina y abrazó “la voluntad divina de salvación, consagrándose totalmente a sí misma
como esclava del Señor, para servir al misterio de la redención”. Por
tanto, no como un “instrumento pasivo en las
manos de Dios”, sino como cooperadora
“con libre fe y obediencia” (cfr. Lumen
Gentium 56).
La misma expresión que ha señalado el inicio de la divina
aventura mariana está presente en el origen de nuestra vocación religiosa y
sacerdotal y se repite cada vez que renovamos nuestra disposición a servir al
Señor, para colaborar en la obra de la Redención: "¡Heme aquí!". De
otro modo, tal palabra ha sido sacralizada en algunos momentos importantes de
nuestro itinerario vocacional, como una expresión de nuestra disposición libre
y consciente de servir al Señor en una bien definida condición y misión. De
hecho, observando y meditando con atención los distintos ritos litúrgicos con
los que la liturgia ordena, consagra o envía a alguien para el servicio
misionero, se verifica un mismo inicio: la llamada (“Acérquese aquel que…”) y seguidamente la respuesta: “Heme aquí”.
Pudiese pensarse – no
sin grave perjuicio para la teología del rito - que la colocación de esta
llamada al inicio, fuese simplemente un acto funcional para dar seguimiento
práctico a la ceremonia (“¡Algo para
empezar!”). Sin embargo, su colocación al inicio es teológicamente
importante, bíblicamente fundado, canónicamente tranquilizador, dogmáticamente
significativa, humanamente respetuosa y divinamente esperada.
Al inicio de nuestro
itinerario vocacional hay un “Heme aquí”.
No una palabra descriptiva sino la expresión de una acción verdadera y propia,
cumplida por un sujeto libre y consciente (Libertad y Consciencia son las dos
exigencias fundamentales, conditio sine
qua non, para poder entrar legítimamente en el Rito). Es la afirmación de un estado de ánimo,
similar al vivido y manifestado por María: “Heme aquí, estoy totalmente a
disposición del proyecto divino de salvación”.
El punto de partida,
sin el que no se construye nada, es la disponibilidad. Después el rito prosigue
con su dinamismo y, la disponibilidad (¡Heme aquí!), indicará que el servicio/ministerio
asumido debe ser dirigido a la comunión (del que es signo el abrazo al final
del rito), trámite el amor obediente (en la ordenación sacerdotal manifestado a
través de la respuesta a las cuatro preguntas sobre “¿Quieres?” y una sobre el “¿Prometes?”)
y la consigna total (postración). Todos los ritos destinados al servicio
ministerial o a la consagración, por tanto también el de la Profesión, tienen
el mismo dinamismo: de la disponibilidad a la comunión, trámite la
manifestación del amor obediente. De este modo la liturgia hace de nosotros el
ministro/siervo, disponible, totalmente en las manos del Señor.
En el principio – para María y para nosotros - hay un Heme aquí, pronunciado de modo libre y
consciente. Al inicio del rito se nos coloca en medio de la gente, hemos oído
una voz que nos llamaba, podíamos habernos quedado allí o haber tomado otro
camino, pero nos hemos levantado y hemos respondido ritualmente, consagrando
nuestra disponibilidad, ¡Heme aquí!”.
Después, con el paso de los días, poco a poco, hemos descubierto el contenido y
las consecuencias de esa respuesta porque aquel "Heme aquí" nos ha
dado un futuro. Pero es también cierto que aquello que para nosotros era sólo
esperanza y futuro, para el Señor era ya “presente” (“¡Conoces todos mis caminos; mi palabra no ha llegado a mi lengua y Tú
Señor ya la conoces toda!”, Sal 138). Todo previsto, concentrado,
registrado. En verdad ese "Heme aquí" es nuestro "ADN
vocacional" que se desarrolla poco a poco, día tras día, en nuestra
historia: “¡Tú sígueme!” (cfr. Jn 21,
22).
Queridos hermanos, que
el tiempo de Adviento nos ayude a comprender, cada vez más, la profundidad y el
significado de nuestro “Heme aquí”, en el saludar el recuerdo de nuestro
"primer heme aquí” (el primer amor). Para ayudarnos podemos dejarnos
inspirar por el testimonio de vida de nuestro Padre Fundador que, hasta el
final, se hizo totalmente disponible al Señor: “Siento, ahora más que nunca, que soy un pobre trapo inútil: confío en
la misericordia del Señor y en las oraciones (…) Para ese poco que el Señor
querrá de mí, heme aquí dispuesto. Y
si, en los días de vida que me quedan, me es dado poder confortar a un pobre de
más, de dar alguna consolación al corazón del Papa y de los obispos, Dios sea
bendito también por esta recuperación!”.
¡Lo ha escrito el 5 de marzo de 1940! Desde el inicio hasta el final: ¡Heme aquí!
“Para toda mi vida”: ¿hasta cuando dura un “para siempre”?
Desde que hemos celebrado el Capítulo General, muchos de
nuestros cohermanos han “consagrado ritualmente” su “Heme aquí”. El 2 de julio,
Geraldo Magela da Silva (Prov. Brasil Norte) y el 26 de noviembre, Carlos
Enrique Liscano Riera (Viceprov. de Madrid) han pronunciado su “Heme aquí
diaconal”. Otros cohermanos han respondido con su “Heme aquí sacerdotal”: en la
Prov. Argentina, Abel Isidro Olmedo
Riveros (13/08); en la Prov. N. D. Afrique: el 26 de junio, Alain Jacques
Sawadogo; el 2 de julio: Balibié (Justin) Bamouni, Arnaud Kambire Berwuole, Guy
Roland Nana y Gildas Ouedraogo; el 9 de julio, Bogmsa Badiligma (Wil.) Simfeya,
Wend-Malgueda Polycarpe Tapsoba, Assiaténa (Vinc. de P.) Arinim, Dièn
(Donatien) Koumantega y Kodjo Atchiké (Pierre) Kpongbe; en la Delegación: Raju
Sowraj (27/08); en la Prov. de Roma, el 10 de septiembre, Luca Ingrascì y el 30
de octubre, Andryamahandry Heritiana Rasoamiaramanana.
En fin, han
querido consagrar “para siempre” su “Heme aquí” en la Congregación: en la Prov.
de Warsawa, el 8 de septiembre: Piotr Mosak; Michal Pawlowski; Pawel Urbanski.
Nella Prov. N. D. Afrique, el 10 de septiembre: Saidou (Emmanuel Marie) Abdou;
Akila Jean Baptiste Gueba; Yves Dieudonné Gyengani; Blonsky Serge Marius
Kouadio; Arthus Cyrus Roi Secka; Julien Tapsoba. En la Delegación, el 15 de
octubre: Ian Kiprotich Katah. En la Prov. Brasil Norte, el 10 de noviembre: Sebastiao
Bertoldo Tigre Filho; el 12 de noviembre: Fabiano de Oliveira; Renaldo Elesbão de Almeida; en la Prov.
Brasile Sur, el 12 de noviembre: Rui Pedro Fernandes Nobre Pires; Adriano Roque
da Silva; y Carlos Santos da Silva.
Estos cohermanos, en las distintas lenguas de la Congregación,
han dicho: “Hago voto de Castidad, de
Pobreza, de Obediencia y de especial Fidelidad al Papa, para toda la vida”.
Es la parte central y fundamental de nuestra fórmula de profesión religiosa
perpetua. Sin duda, palabras valientes y a contracorriente, llenas de audacia y
de generosidad. Totalmente de Dios, para siempre en la familia de Don Orione.
Para asegurar, aún más, la autenticidad del gesto
cumplido por los jóvenes, y también para recordar el compromiso de la promesa
que hemos manifestado un día, y, sobre todo, para provocar una reflexión a
quien está en proceso de pedir la admisión a la profesión perpetua, es necesario
dejarnos interpelar por una pregunta vital y delicada: ¿Cuánto tiempo dura un “para siempre”? ¿Hasta dónde llega un “para toda
mi vida”?
La pregunta, a primera vista, parece totalmente sin
sentido. Puesta de este modo, hasta un niño respondería: “¡por siempre y...
para siempre!”. Una profesión perpetua no tiene fecha de caducidad, o mejor, su
fecha de validez es la vida, “para toda mi vida”, ha sido dicho en nuestra
fórmula de profesión.
Esta pregunta, sin embargo, es justificable y tiene un
sentido vital para nosotros. Cuando un religioso que vive en donación y
responsabilidad su consagración se pregunta a si mismo “cuál pudiera ser el
límite del para siempre” y se
interroga sobre el “sentido de la consagración” o incluso sobre la actualidad
de la vida religiosa “en los tiempos en que vivimos” está presentando
cuestiones arriesgadas y sensibles que pudieran también comprometer su proyecto
de fidelidad. No obstante, un religioso que, nunca en la vida, se haya hecho
una pregunta de este tipo, difícilmente será un buen religioso. Su idoneidad en
seguir sus deberes y la calidad de su donación dependen totalmente de su actitud
para ser un religioso con la consciencia del significado de la promesa hecha y
de los compromisos adquiridos. Por el contrario, si no tiene la conciencia del
compromiso puede volverse muy fácilmente, un simple funcionario de lo sagrado
que repite cada día los mismos gestos, sólo un seguidor de los horarios, que
contabiliza tiempo y trabajo sin comprometerse con el espíritu de familia, uno
que permanece y se da en la Comunidad sólo lo justo para justificar las propias
exigencias. Estas actitudes y este modo de comportarse, regulándose según el
principio de la monotonía de la cotidianidad, sin implicarse, no tienen fuerza.
El religioso podrá incluso permanecer en la Congregación, pero lo hará sobre
todo porque tiene miedo a arriesgarse en otro camino, o mucho más por pereza o comodidad,
que por convicción. Y sucede que, cuando pasa por el momento de la prueba o
cuando llega la propuesta de un empuje de confianza, probablemente no estará
disponible.
Por desgracia, ante algunas situaciones de abandono la
pregunta asume también un significado doloroso. Los motivos son muchos y
variados, cada situación y persona es única. No se puede generalizar y ni
siquiera minimizar los sentimientos y las motivaciones. Aún así, es justo
reconocer, con el Papa Francisco, que hoy se nota “una preocupación exagerada
por los espacios personales de autonomía y de distensión, que nos lleva a vivir
las propias tareas como un mero apéndice de la vida, como si no fuesen parte de
la propia identidad” (cfr. Evangelii
Gaudium, 78). La consecuencia, completa el Papa, es “una acentuación del
individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor.”
Al poner ante uno mismo la pregunta sobre la duración de
su “para siempre”, el buen religioso, el “religioso hijo”, no dará una
respuesta temporal, relativa al chronos,
a la cantidad, a la duración del tiempo físico. Dará, sí, una respuesta
fundamental (Es ¡para siempre!), pero
en la línea del kairós, “el tiempo
que no puede ser medido por una unidad de tiempo”, una respuesta que servirá de
fundamento, de base, punto original y simbólico de un proyecto “para toda la
vida”. Y tendrá ciertamente la conciencia de que su respuesta está dada en el
tiempo, en la complejidad de los tiempos actuales, de tanta “liquidez”, en un
contexto desfavorable para los compromisos irrevocables, convencido de no ser
inmune a las circunstancias de fragilidad que pueden tocar su condición humana.
Y es por este motivo por el que la pregunta sobre la durabilidad del “para
siempre” va acompañada por otra pregunta: ¿Cómo
mantenerse fieles a la promesa del “para siempre”?
Pienso que el capítulo 25 del Evangelio de Mateo pueda
ser considerado una buena respuesta a tal pregunta. ¿Cómo perseverar y mantenerse vigilantes y fieles en el compromiso
definitivo de respuesta a la llamada del Señor?
En el mencionado capítulo del Evangelio encontramos tres
parábolas sobre el Reino: las parábolas de las diez vírgenes, la de los
talentos y la del Juicio Final.
En la primera (1-13), las diez vírgenes esperan, con sus
lámparas, la llegada del esposo. Cinco de ellas son definidas como necias
porque “llevaron las lámparas, pero no tomaron consigo el aceite” (v. 3), las
otras cinco son tenidas como “sabias” porque “junto con las lámparas, llevaron
también el aceite en pequeñas vasijas” (v. 4). Cuando, a media noche, llega el
esposo, sólo las sabias tenían una reserva de aceite suficiente para
acompañarlo a las bodas. He aquí la lección de la parábola: es sabio quien es
previsor y mantiene consigo una reserva de contenido que lo mantenga “para
siempre” y “para toda la vida” previsor y seguro en la espera del Cristo que
viene; la no previsión es signo de necedad, así como de desapego y de
negligencia. Además, el aceite de la parábola es signo del compromiso personal
y de la propia responsabilidad que no pueden ser suplidos por los demás.
Seguidamente tenemos la Parábola de los talentos (14-30)
– es la segunda – y conocemos bien la dinámica con los tres siervos que reciben
del amo una cierta cantidad de bienes, “a cada uno según su capacidad”. Los dos
primeros siervos, aunque recibieron una cantidad distinta de talentos, trabajan
y operan para hacer fructificar cuanto han recibido. La distinción que se nota
en la cantidad consignada (cinco y dos talentos), no aparece en el momento de
la rendición de cuentas cuando ambos son elogiados del mismo modo, con palabras
y méritos iguales por el esfuerzo que han cumplido. Esto quiere decir que la
cantidad no es determinante, sino que lo es la cualidad de la respuesta al
mandato del amo. Justo después, la atención se centra en el tercer siervo que,
al contrario que sus compañeros, es holgazán, tiene una imagen dura y exigente
del amo y así, movido por el miedo, conserva y se contenta con el mínimo, “fue
a esconder su talento bajo tierra”. Por esto, a la cuestión de cómo conservarse
fieles en el “para siempre”, la parábola de los talentos respondería indicando
que es necesario obrar como lo hicieron los dos primeros siervos, sin miedo y
sin aislarse, para hacer fructificar el don, el talento recibido.
La última parábola del capítulo 25 es la del Juicio Final
(31-46). En ella son enumeradas obras simples, cotidianas, casi banales, de la
vida normal de cada día. Bendito aquel que ha dado el alimento a quien tenía
hambre, ha dado de beber a quien tenía sed, que ha visitado al encarcelado y al
enfermo. En fin, a quien ha hecho un poco de bien al prójimo. El mensaje es una
vez más, muy claro: grave es la omisión, el no hacer el bien que debe ser hecho
y quien vive egoístamente, y quien malgasta su vida sin percibir el rostro de
Cristo en el hermano. Por tanto, el texto quiere protegernos de la tentación
del “dejarlo estar” revelando la importancia y la seriedad de una cotidiana
elección del bien, por el valor de cada gesto, aunque pequeño y simple, de
bondad y solidaridad. Para nosotros, hijos de Don Orione, la conclusión es
inmediata: “¡Sólo la caridad salva!” y puede mantenernos fieles en el “para
siempre”.
Por tanto, el capítulo 25 del Evangelio de Mateo nos
trasmite los siguientes mensajes esenciales, en comunión con nuestras
Constituciones y también con las tres prioridades/orientaciones del XIV Capítulo
General:
- La Parábola de las diez vírgenes nos recuerda que el
cuidado para mantenernos fieles en el “para siempre” es una tarea para toda la
vida. Por tanto: “Nos empeñamos: en
mantenernos constantemente dóciles a la acción santificante del Espíritu; en
perfeccionar diligentemente nuestra cultura espiritual, doctrinal y técnica;
para prestar oído atento y creativo a los signos de los tiempos” (cfr. Constituciones,
110). Por esto el Capítulo ha indicado como prioridad del sexenio la “formación”:
“Formar a las personas en el cuidado de sí mismas y
a la vez en el cuidado de la relaciones comunitarias, reforzando siempre nuevos
estímulos para reavivar el don recibido (cfr. 2Tm 1,6), que a menudo arde bajo
las cenizas, también en aquellos hermanos que parecen en crisis profunda.”
- La Parábola de los talentos nos recuerda que el “para siempre” es un “don preciosísimo”, por ello “buscamos cada día merecerlo y lo imploramos continuamente
en la oración” (cfr. Const., 113). El Capítulo ha indicado una segunda
prioridad para el sexenio: “Poner en el centro la vida comunitaria y la
valoración de los hermanos”. Ligada a esta prioridad, la parábola enseña que el
lugar ideal donde invertir nuestros talentos para que sean productivos, es el
terreno comunitario. Además nos enseña que para hacerlo es mejor aliarnos con
aquellos que dan ejemplo de laboriosidad y generosidad.
- La Parábola del Juicio Final da el sentido a nuestro “para siempre”, porque retenemos como “un privilegio servir a Cristo en los más
abandonados y rechazados, porque en el más miserable de los hombres brilla la
imagen de Dios” (cfr. Constituciones, 119). Y
por este motivo, el Capítulo ha indicado la tercera prioridad: “Actualizar el carisma entendido como vida del Espíritu, que
se traduce en la caridad. Es necesario superar la simple actividad filantrópica
encontrando formas para testimoniar a Jesús junto al servicio; es preciso
volver a tocar la carne de Cristo.”
“Yo me ofrezco totalmente”: la cualidad del “para siempre”
En la proclamación de la fórmula de la profesión perpetua,
hemos conjugado el verbo “ofrecer” en su forma reflexiva (“me ofrezco”)
indicando que la acción de “ofrecer” se refería a nosotros mismos (la acción
expresada por el sujeto se refleja sobre el sujeto mismo). Por tanto somos
sujetos y objetos de la acción. Justo después, tal ofrecimiento es calificado
con un adverbio, “totalmente”.
En el “totalmente” existe una concentración de cualidad
que determina la esencia y la naturaleza de la consagración a Dios. Si el “para
siempre” se sitúa más allá en la relación con el tiempo (chronos o kairós), el “totalmente”
se refiere al modo como es vivido, su cualificación.
Retomando las parábolas del capítulo 25 del Evangelio de Mateo,
nos percatamos de un mensaje común a las tres: no nos satisfacemos con un poco
si podemos hacer más; es arriesgado vivir en el mínimo o sólo exigiéndonos el
deber, la comodidad, la falta de entusiasmo, pensar solamente en uno mismo, es
un daño a la vida personal, comunitaria y de Congregación. Por el contrario, es
necesario ofrecerse “totalmente” para conquistar ese estatus de “religioso hijo”
descrito por Don Orione: para el religioso hijo “¡nada hay más querido, después de Dios, que su Congregación! Y él nada
desea más que verla prosperar, verla dilatar sus tiendas sobre la faz de la
tierra para la mayor gloria de Dios. (…) Ora, sufre, trabaja, se fatiga sin
descanso por su Congregación. ¿Quienes son religiosos como estos? Son los "hijos"...
Cualquiera que sea el oficio del que se ocupan, el religioso "hijo" está
siempre contento. (…) Que ninguno de ustedes sea "siervo" o parásito,
sino todos "hijos", verdaderos Hijos de la Divina Providencia.”
(Vila Moffa, 12/08/1939).
De hecho, las tres parábolas evangélicas presentan
aspectos interesantes para colocarnos en el itinerario del sueño de Don Orione,
en el camino de un amor generoso, de quien se ofrece con un “corazón sin
límites”, “sin fronteras”. Pero para llegar allí es necesario evitar empequeñecer
los sueños. Alguno podrá decir que este es un mal de nuestros tiempos, pero la
verdad es que es un mal ya presente en los tiempos bíblicos. En los personajes
negativos de cada parábola (las cinco jóvenes necias, el siervo temeroso y los
cabritos de la tercera parábola) vemos que no se ha preparado ni siquiera el
mínimo, vemos al temeroso y holgazán, a los egoístas. Todos con un proyecto
mínimo y corto de vista, sólo con propuestas inmediatas. Son aquellos que han
empequeñecido el sueño. Se han dejado vencer por la tentación de “aceptar de
modo semiconsciente la mediocridad” (René Voillaume).
Por otra parte, los personajes positivos nos enseñan a
vencer el sentimiento de temor y a alimentarnos siempre de ese espíritu
orionista bien condensado en el “¡Ave María
y adelante!”. Nos enseñan que unirse a aquellos que comparten los mismos
propósitos, con los generosos y con quienes se esfuerzan – aunque no sean
necesariamente perfectos – es buena cosa. La fraternidad motiva, da impulso y
coraje para hacer el bien; puede ayudarnos a ser audaces y decididos en las
propias convicciones.
En fin, el “Heme aquí”, el “para siempre” y el “totalmente”,
son expresiones que nos indican los grandes ideales, los sueños elevados de
nuestra vida y éstos tienen la fuerza y la capacidad de despertar nuestra
generosidad, de empujar nuestra audacia y de evidenciar nuestro compromiso por
el bien. Son actitudes que nos libran de la tentación de vivir con indiferencia
en este mundo, preocupándonos acaso sólo de pobres intereses personales. Nos
invitan a la encarnación, plena y total. Son ideales que han nutrido
espiritualmente a los grandes de la Historia de la Salvación. Cuando Dios puso a
prueba a Abraham, sintió su voz “¡Heme aquí!” (Gen 22,1); cuando Dios llamó a Moisés
desde la zarza, la respuesta fue “¡Heme aquí!” (Ex 3,4); cuando el Señor llamó
a Samuel, igualmente la respuesta fue “¡Heme aquí!” (1Sam 3,4); cuando el Señor
llamó a Isaías, “¡Heme aquí, mándame!” (Es 6,8); cuando, a través del ángel,
llamó a María, habrá gozado al sentir la respuesta, “¡Heme aquí, soy la esclava
del Señor, hágase en mi aquello que has dicho!” (Lc 1,38). Pero cuando Dios
llamó a Adán en el jardín, no oyó ninguna respuesta y después de haber
insistido (“¿Dónde estás?”), el hombre ha dicho: “he tenido miedo y me he
escondido” (Gen 3,8s).
Queridos hermanos, que el Señor pueda concedernos a todos
nosotros que hemos pronunciado y consagrado nuestro “Heme aquí”, la gracia de
la fidelidad incluso en las circunstancias desfavorables y la gracia de la
disponibilidad, operante y generosa. Que no olvidemos nunca que el secreto del “para
siempre” y del “totalmente” lo poseen aquellos que son previsores, empeñados y
generosos. Sabiendo bien que ésta es también una gracia para pedir cada día,
con insistencia al Señor.
¡Feliz tiempo de Adviento!
P. Tarcisio Vieira
Propuesta para continuar la reflexión:
1.
Valerse del texto (tal
vez de una selección) para el encuentro comunitario, ofreciendo la posibilidad
de un tiempo para compartir, para ampliar y enriquecer la reflexión.
2.
Se puede también preparar
una “Lectio Divina” sobre el capítulo 25 del Evangelio de Mateo o sobre una de
las tres parábolas.
3.
Mirando al estilo de
nuestra comunidad, ¿cuáles son los aspectos a valorar para que nos ayudemos a
mantener la fidelidad al “para siempre” y al “totalmente”?
4.
Cómo podemos vivir el
Adviento en la perspectiva de ser “buena noticia”, don para los otros? El “intercambio
de los dones” en la comunidad podría ser también un momento de compartir para
descubrirse como “don” los unos para los otros.
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