Estrena Navideña de 1934.
A los Religiosos y a las Religiosas de la Pequeña Obra
de la Divina Providencia.
¡Qué la gracia del Señor y Su paz, cantada por los
Ángeles sobre la gruta de Belén, estén siempre con nosotros!
Amadísimos Sacerdotes hermanos míos y ustedes que son
mis hijos en Cristo, y también ustedes, oh Religiosas, buenas hijas de Dios, a
todos yo voy en el Señor para las dulces solemnidades de la Santa Navidad. Voy
a decirles la buena palabra que los encienda siempre más de amor. ¡Estamos en Navidad!
Hermanos e hijos míos, y ustedes, buenas Hermanas, purifiquemos las almas
nuestras y preparémonos para la Santa Navidad con fervor especial y espíritu de
oración, como hacía Cottolengo. Preparemos los senderos del Señor que viene:
humillemos los montes de nuestro orgullo, llenemos los valles de nuestro
egoísmo, enderecemos los caminos tortuosos de nuestra vida religiosa, tal vez
poco recta, poco regular, poco edificante. Con el hecho de habernos llamado a
la perfección, Dios nos ha dado una gran gracia, pero desea de nosotros grandes
cosas, exige una gran correspondencia. El religioso debe velar sobre su
corazón, debe romper todos los afectos terrenos y no dejarse engañar por ese sentimiento
de familia que ciega: debe buscar sólo el honor y la gloria de Dios y
consagrarse enteramente al Señor, sin limitación ni excepción alguna. Sólo así
no seremos del todo indignos de ver la salvación y recibir al gran Dios y Salvador
del mundo: Jesucristo. “Instaurare omnia in Christo!” es el lema y programa
nuestro, con la ayuda divina y a las órdenes de la Iglesia, nosotros debemos
ocuparnos de renovarlos a todos en la caridad de Dios. Pero, ante todo, debemos
en Cristo renovarnos a nosotros mismos en lo íntimo del espíritu. Ahora,
ninguna ocasión mejor que esta, oh amados míos. Jesús, en su Navidad, nos
invita a vivir como religiosos humildes, y a cumplir en nosotros la voluntad
del Padre celeste, en una obediencia hecha de amor. Un Dios que nace en la pobreza
para vivir en el dolor, nos enseña a amar a la pobreza y a los inconvenientes
pues “vita boni religiosi crux est...”, dice la imitación de Cristo: la vida
del buen religioso es cruz... Jesús nació como un pobre es una gruta desnuda,
abierta a los vientos, y, no nacido aún ya era abandonado por el consorcio
civil; El fue mandado fuera, a campo abierto: ¡fueron más piadosos con El el
buey y el asno! ¡Más su amor triunfa! La navidad nos hace sentir algo de la
infinita caridad de Jesús, que trata de hacerse amar con una bondad suprema y
una delicadeza infinita, desde su nacimiento. ¡Cuántas lecciones de humildad,
de fe, de simplicidad, de pobreza, de obediencia, de abandono a la Divina Providencia
nos da Jesús desde el pesebre!
Sobre todo Jesús desde el pesebre nos grita:
“¡Caridad! ¡Caridad! ¡Caridad!” Vida de caridad: todo el Evangelio está aquí,
toda la vida y el Corazón de Jesús están aquí: Todo Dios está aquí: Deus charitas
est! De la caridad Dios ha hecho el cimiento de nuestra santa Religión: ella es
la más noble y excelente de todas las virtudes: es el principio y la fuente de
todos nuestros méritos. La caridad, infundida en nuestros corazones por el Espíritu
Santo, es la virtud por la cual amamos a Dios por Sí mismo y al prójimo por el
amor de Dios.
Esta es la nota distintiva de los discípulos de
Jesucristo, es el precepto máximo y propio de Cristo. Y la Navidad nos manifiesta
“la gran caridad de Dios hacia nosotros, que ha mandado a su Unigénito al mundo
para que nosotros vivamos por El”. (1 Juan 4, 6).
Ahora bien, mis amados, mantengámonos detrás de la
caridad y estaremos detrás de Jesús; vivamos de sus Mandamientos, sigámoslo
desde cerca en la práctica de sus Consejos evangélicos, y caminemos en el amor
de Dios y del prójimo, encendidamente, imitando a Cristo, que ha sido el
primero en amarnos y tanto nos amó que murió por darnos a nosotros la vida.
¡Caridad! ¡Caridad! ¡Caridad! Esto sólo debe interesarnos, oh hijos, pues sólo
en la caridad llegaremos a la santidad, que es la voluntad del Señor: “haec est
voluntas Dei, sanctificatio vestra”. ¡Sí, ¡Te amaremos, oh Señor, ¡Dios de
amor, nuestra fortaleza y nuestro refugio, corazón de nuestro corazón, único
latido de nuestra vida! Cuídanos, oh Señor, para que las muchas amarguras y desengaños,
las muchas aguas no extingan en nosotros el fuego de tu caridad. Jesús, Tú eres
nuestro Dios, nuestro Salvador, nuestra misericordia, Tú la Caridad.
“¿Quién nos separará, oh hijos míos, de la caridad de
Cristo? ¿Tal vez la tribulación? ¿tal vez la angustia? ¿tal vez el hambre? ¿tal
vez la persecución? ¿tal vez la espada?”. No, por la virtud de Cristo, que
tanto nos ha amado, y sólo por su divina gracia, no: ni la muerte con sus
angustias, ni la vida con sus encantos, ni altura de honores, ni profundidad de
dolores, ni amarguras, ni tinieblas podrán nunca separarnos de la caridad de
Cristo y de Su Iglesia, Madre dulcísima de nuestras almas, Maestra infalible de
nuestra Fe.
¡Hijos y hermanos, es el Santo Niño que viene, es el
Niño Jesús sobre la paja por nuestro amor! ¿Qué nos dice? ¡Caridad! ¡Caridad!
¡Caridad! Dilatemos nuestro corazón a los efectos más tiernos, y arrojémonos en
adoración a los pies de Jesús; que se encienda de su amor nuestra vida, pues su
amor es suave y divino, y es la vida; es vida y fruto de su caridad es la paz,
mejor dichoes la belleza misma de la paz: in pulchritúdine pacis!
Señor, en esta Navidad tuya, nosotros queremos
renovarnos en lo íntimo del espíritu. Los pastores depositaron a tus pies las
ovejas; ¡nosotros deponemos todas nuestras miserias morales y todos nuestros
harapos! Señor, ten piedad de nosotros y de esta tu Pequeña Obra, que nosotros,
desgraciadamente, hemos estropeado tanto. Deseamos enmendarnos, deseamos
hacernos buenos Religiosos, verdaderos Religiosos, santos Religiosos, como lo
desea tu corazón. Deseamos hacernos humildes, simplemente como los pastores,
dóciles a Ti y a tu Iglesia, como sus ovejitas, queremos amarte, amarte tanto,
consumirnos de amor por Ti y por las almas, ¡oh Jesús! Iesu mi, da nobis
Charitátem, cétera tolle! ¡Oh Jesús, ven! Renace místicamente en nosotros y en
nuestra pequeña Congregación con tu santo amor, ¡deseamos vivir sólo de tu
caridad y en tu caridad!
* * *
¡Caridad! ¡Caridad! ¡Caridad! Jesús, con tu divino
amor, danos a nosotros un gran espíritu de caridad hacia las almas,
especialmente hacia los hijos de los pobres y hacia los pobres infelices y
abandonados. Tú lo sabes, Señor: nosotros somos tus pobres y nacidos para los
pobres.
¿Después de Dios, de la Santa Virgen, la Iglesia, qué
cosa, oh hijos míos debemos amar más que a los pobres? ¿No ha dicho San
Lorenzo, el gran diácono de la Iglesia Romana, que los pobres son los tesoros
de la Iglesia de Cristo?
Danos a nosotros, oh Señor, esa caridad dulce y suave,
que es fuerza y eje de todas las virtudes, esa caridad que reconforta a los
cansados, refuerza a los débiles y hace suave el yugo de la verdad. Haz que la
Pequeña Obra de la Divina Providencia sea como un altar, sobre el cual arda,
como un incendio, el fuego inextinguible de la caridad, y la llama se eleve
hacia Ti, oh Señor, y nos ilumine y entibie a todos nosotros: que quite de
nosotros toda tibieza, toda frialdad, que acreciente en nosotros la divina
fuerza de la gracia, de vigor al espíritu,
reanime y prospere a todas las casas de la Congregación: que haga de nosotros
un corazón sólo y un alma sola, de modo que toda la Pequeña Obra sea invadida
por una gran suavidad, y pueda gozar de una concordia y paz siempre más grande.
Omnia in Charitate fiant!
¡Caridad! ¡Caridad! ¡Caridad! Nada hay más caro a
Jesucristo, nada hay más precioso que la fraterna caridad; por lo cual nosotros
debemos, oh amados míos, utilizar todos los cuidados para conservarla y
acrecentarla en nosotros y en la Congregación, de modo tal de ser, en Cristo,
uno para todos y todos para uno, pues es sólo este espíritu de caridad el que
edifica, cementa y unifica en Cristo. A tal punto que sería de abandonar toda
cuestión, aunque hecha por amor a la verdad y por ardor de la gloria de Dios, si
ella, aunque sea un poquito, hace agrio a nuestro corazón y debilita el
espíritu de caridad.
La caridad, dice san Pablo, es paciente y benigna, es
suave y dulce, fuerte y constante, es iluminada y prudente, es humilde,
ferviente, incansable y se anega a sí misma. Se hace toda a todos: no busca
aquello que es suyo, es serena, no es ambiciosa, no es envidiosa, goza del bien
de los demás, ya sea de las personas amadas como de las personas adversas.
Compadece los defectos de los demás y, apenas le es posible, con un manto de
amor los cubre.
Interpreta las palabras y acciones en el modo más
favorable: excluye cualquier egoísmo, repone su felicidad al hacer todo bien.
La caridad de Cristo es universal y abraza al cielo y a la tierra, Ella es
valiente hasta la audacia, mas delicadísima, es omnipotente y triunfadora de
todas las cosas.
La caridad es simple y límpida, nunca se enturbia; no
se envanece, no busca su ventaja, no se irrita nunca, está bajo los pies de
todos y sube hasta el corazón y entra en el corazón de todos. La caridad no
tiene el ojo negro, no tiene espíritu de discusión, no conoce ni el pero ni el
si; no tiene espíritu de contradicción, de censura, de crítica, de murmuración;
la caridad desconoce todo eso. La caridad tiene siempre el rostro sereno, como
es sereno su espíritu; es tranquila y cuando habla, no le levanta nunca la voz.
La caridad no es nunca ociosa, sino pronta y muy
operosa, y trabaja silenciosamente. Ella tiene prerrogativa única y toda suya:
está siempre feliz contenta de todo, hasta de los daños, injurias y calumnias
más humillantes; en el garrote nudoso, del cual habló San Francisco, en el
desprecio y en los envilecimientos más indignos, la caridad encuentra su
perfecta leticia.
La caridad no se espanta por las dificultades, pues
confía en Dios: Dios es su porción y el cáliz de su herencia, de la confianza
en el Señor, de la paciencia y del tiempo sabe esperar los momentos y las horas
de Dios y el buen resultado de toda santa empresa.
La caridad prefiere la simplicidad de la paloma a la
desconfianza de la serpiente y no quiere saber nada con algo que sea serpiente.
La caridad está abierta a todo bien, venga de donde venga; ella sabe y desea en
humildad aprender de todos, siempre confidente en e Señor y en ese tanto o poco de bondad, que
sabe encontrar siempre en el corazón también de quienes están lejos de ella. Su
empeño no quema, no rompe, es discreto et secúndum sciéntiam, porque conoce la
limitación y la debilidad humana y las sabe comprender; - sabe que es muy
difícil encontrar personas sin defectos.
La caridad no hace nada de indecoroso: ni nunca se
agita ni tiene en cuenta los errores que le hacen; vence al mal con el bien. No
goza de la injusticia, mas es feliz cada vez que puede alegrarse de la verdad.
Disculpa toda cosa, espera toda cosa, soporta todo. Reza, sufre, calla y adora:
¡nunca decae! La caridad no tiene nada de arbitrario, nada de duro; encuentra
su felicidad al esparcir e irradiar a su alrededor la bondad, la dulzura, la
gentileza, una cosa desea: inmolarse a sí misma para hacer la felicidad y la
salvación de los demás, para gloria de Dios.
Toda ciencia humana es insulsa, si la caridad no le da
el sabor con el amor de Dios y del prójimo, sin ella, scientia inflat. Primero
la caridad y luego la ciencia, oh Hijos míos, ya que esta “destruétur”, más
aquella “non iscade mai”, y está enteramente. Es la caridad, amados míos, y
sólo la caridad la que salvará al mundo. ¡Beatos aquellos que tendrán la gracia
de ser víctimas de la caridad! Hermanos e hijos míos, amemos a Dios hasta hacer
de nosotros una hostia, un holocausto de caridad, y amémonos tanto en el Señor:
nada le agrada más al Señor, que ha dicho: “Los he amado...: amaos” (Jn. XV, 9
- 10). El gran secreto de la santidad es amar mucho al Señor y a los hermanos en
el Señor. Los Santos son el cáliz de amor de Dios y de los hermanos. Amar a Jesús,
amarnos en Jesús: ¡trabajar para hacer amar a Jesús y a Su Santo Vicario, el
Papa; ¡rezar, trabajar, padecer, callar, amar, vivir y morir de amor a Jesús,
al Papa, a las almas!
* * *
Amados míos, la Pequeña Obra de la Divina Providencia
debe ser como una Familia en Jesucristo. Estrechados por la caridad, unidos de
corazón indivisible en este cuerpo moral que es nuestra Congregación, ¡oh!
¡cuántas ayudas mayores tendremos de la mano de Dios, y cómo nos sentiríamos
contentos, felices y fuertes! La Congregación prosperará y será bendecida por
el mérito de todos los que contribuirán a mantener la unión y la paz porque
nuestra fuerza, oh amadísimos, está en la unión, cuyo vínculo es Cristo. ¡Oh!
con que alegría y expansión del corazón entonces cantaremos el “Ecce quam bonum
et quam incundum habitare fratres in unum!”.
La caridad está toda dirigida al bien de la Iglesia y
de las almas, esta es la divisa de los discípulos de Cristo y de la Iglesia.
San Pablo escribió: “La fe, la esperanza, la caridad: la más grande de las tres
es la caridad”. Tratemos, entonces, con ardor de tener a la caridad, Este es el
camino a seguir, hijos míos, que vale inmensamente más que cualquier otra cosa.
El espíritu de la Pequeña Obra es el espíritu de caridad: que la más humilde
caridad guíe nuestros pasos, oh hermanos míos: in ómnibus cháritas!
Aquí debo terminar, pues mi carta no les llegaría para
Navidad, deberé ser breve. Yo le ruego humildemente al Niño Jesús que quiera
infundir en mi y en todos ustedes la dulcísima caridad suya; y en la caridad de
Cristo los abrazo, ¡oh mis amados Sacerdotes, in osculo sacto, y les doy el
Feliz Navidad! Dios sabe cuánto los pienso y cuanto los amo: recuérdenme en el
Altar, especialmente en la Santa Noche. Y a ustedes, mis Clérigos y mis buenos
Ermitaños, alegría, esperanza y corona mía, ¡Feliz Navidad!
¡Feliz Navidad a las Hermanas de las varias Familias
Religiosas! A todos y a cada uno me encomiendo yo y la Congregación, a cada uno
y a todos, desde los más ancianos y desde el más pequeño, mando Augurios con la
santa bendición de Navidad y todo voto de bien para el Año Nuevo.
Adiós, oh mis queridos hermanos e hijos, y ustedes,
buenas Hermanas, rueguen por mi: recuerden al padre lejano. ¡Yo rogaré tanto
por ustedes! Démonos una cita a los pies de Jesús: allá nos encontraremos
unidos siempre en la íntima unión de la caridad: ¡y juntos alrededor de Jesús,
quam bonum et quam jucundum habitare fratres in unum!
¡Que nuestra alegría y unión sean completas en el
Corazón de Jesús en la tierra, en el Corazón de Jesús en el cielo! Nuestros
Hermanos de aquí y las Hermanas se encomiendan vivamente a sus oraciones, los
saludan y les manden los más santos Augurios. Ellos me tratan con mucha
caridad, respeto sin fin e indulgencia: ¡ayúdenme a rogarle a Dios que los
compense mucho! Que el Señor de la caridad y de la paz nos de El mismo,
continuamente su caridad y su paz. ¡Que el Señor y la Santa Virgen estén con
todos ustedes!
Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra
a los hombres de buena voluntad. Los bendigo una vez más: ¡vivamente en Cristo
humildes y fieles a los pies del Papa y de la S. Iglesia, y Feliz Navidad! Los
bendigo en el Niño Jesús y en María Inmaculada. No nos cansemos de hacer el
bien y consumirnos en la caridad del Señor: ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad!
¡Feliz Navidad!
Vuestro afectuosísimo.
Sac. Luis Orione
de la Divina Providenci
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