I. Scritti di Don
Orione, volumen 57, 103-104
¡Almas! ¡Almas! ([12])
No saber ver ni amar en el mundo más que
las almas de nuestros hermanos.
Almas de pequeños,
Almas de pobres,
Almas de pecadores,
Almas de justos,
Almas de extraviados,
Almas de penitentes,
Almas de rebeldes a la voluntad de Dios,
Almas de rebeldes a la S. Iglesia de
Cristo,
Almas de hijos degenerados,
Almas de sacerdotes malvados y pérfidos,
Almas sometidas al dolor,
Almas blancas como palomas,
Almas simples, puras, angélicas de
vírgenes,
Almas caídas en las tinieblas de la
sensualidad
Y en la baja bestialidad de la carne,
Almas orgullosas en el mal,
Almas ávidas de poder y de oro,
Almas llenas de sí, que sólo se ven ellas,
almas descarriadas que buscan un camino,
Almas dolientes que buscan un refugio o una
palabra piadosa,
Almas gritando en la desesperación de la
condena
O almas embriagadas por las cicatrices de
la verdad vivida:
Todas son amadas por Cristo,
Por todas Cristo murió,
A todas Cristo quiere salvar
Entre sus brazos y sobre su Corazón
traspasado. ([13])
Nuestra vida y toda la Congregación deben
ser un cántico y juntos un holocausto de fraternidad universal en Cristo.
Ver y sentir a Cristo en el hombre.
Debemos tener en nosotros la música profundísima
y altísima de la caridad.
Para nosotros el punto central del universo
es la Iglesia de Cristo, y la pieza central del drama cristiano, el alma.
Yo sólo siento una infinita y divina
sinfonía de espíritus, palpitantes en torno a la Cruz. Y la Cruz destila para
nosotros, gota a gota a través de los siglos, la sangre divina esparcida para
cada alma humana.
Desde la Cruz Cristo grita: ¡Sitio!
Terrible grito de un ardor que no es de la carne, sino un grito de sed de
almas, y es por esta sed de nuestras almas por las que Cristo muere.
Yo sólo veo un cielo, un cielo
verdaderamente divino, porque es el cielo de la Salvación y de la paz
verdadera: Yo sólo veo un reino de Dios, el reino de la caridad y del perdón,
donde toda la multitud de la gente es heredad de Cristo y del Reino de Cristo.
La perfecta alegría no puede estar más que
en la perfecta entrega de sí a Dios y a los hombres, a todos los nombres, a los
más míseros como a los más deformes física y moralmente, a los más alejados, a
los más culpables, a los más adversos.
Ponme oh Señor, sobre la boca del infierno
para que yo, por tu misericordia, lo cierre. Que mi secreto martirio para la
salvación de las almas, de todas las almas, sea mi paraíso y mi suprema
beatitud.
Amor de las almas, ¡Almas, almas! Escribiré
mi vida con lágrimas y sangre.
(25/2 939) ([14])
Que la injusticia de los hombres no
debilite nuestra plena confianza en la bondad de Dios.
Estoy alimentado y guiado por el soplo de
una esperanza inmortal y renovadora.
La caridad nuestra es un dulcísimo y loco
amor de Dios y de los hombres que no es terreno.
La caridad de Cristo es tan dulce y tan
inefable que el corazón ni siquiera lo puede pensar ni decir, ni el ojo ver, ni
la oreja oír.
Palabras siempre encendidas.
Sufrir, callar, rezar, amar, crucificarse y
adorar.
Luz y paz en el corazón.
Subiré por mi Calvario como manso cordero.
Apostolado y martirio: martirio y
apostolado.
Nuestras almas y nuestras palabras deben
ser blancas, castas, casi infantiles, y deben llevar a todos un soplo de fe, de
bondad, de un bienestar que eleve al cielo.
Tengamos firme la mirada y el corazón en la
divina bondad.
¡Edificar a Cristo, siempre edificar! «Petra autem est Christus».
II. Scritti di Don
Orione, volumen 57, 104 b-d
Abramos a mucha gente un mundo nuevo y
divino, pleguémonos con caritativa dulzura a la comprensión de los pequeños, de
los pobres, de los humildes.
Nuestra Italia que ha tenido a los más
grandes poetas de Dios y un arte católico altísimo desde Dante a Michelangelo y
de Michelangelo a Manzoni.
Son laicos en la poesía italiana los más
grandes glorificadores de la Iglesia, desde el Autor del Canto de Hermano Sol al
Autor de los Himnos sagrados.
Queramos estar ardientes de fe y de
caridad.
Queramos ser santos vivos para los demás y
muertos para nosotros.
Cada palabra debe ser un soplo de cielo
abierto: todos deben sentir la llama que arde en nuestro corazón y la luz del
incendio interior y encontrar a Dios y a Cristo.
Nuestra devoción no debe dejar a nadie frío
y aburrido porque debe estar ser de verdad viva y llena de Cristo.
Seguir los pasos de Jesús hasta el
Calvario, y después subir con él a la Cruz o a los pies de la Cruz morir de
amor con Él y por Él.
Tener sed de martirio.
Servir en los hombres al Hijo del Hombre.
Para conquistar a Dios y aferrar a los
otros, es necesario primero, vivir una vida intensa de Dios en nosotros mismos,
tener dentro de nosotros una fe dominante, un ideal grande que sea llama que
arda en nosotros y resplandezca; renunciar a nosotros mismos para los otros;
quemar nuestra vida en un ideal y en un amor sagrado más fuerte.
Nadie que obedezca a dos patrones – a los
sentidos y al espíritu – podrá jamás encontrar el secreto de conquistar las
almas.
Debemos pronunciar palabras y crear obras
que sobrevivan a nosotros.
Mortificarnos en silencio y en secreto.
Sigue tu propia vocación y mantén la fe en
tus votos.
Honrémonos de poder hacer los servicios
domésticos más humildes.
Debemos ser santos, pero ser santos de tal
modo que nuestra santidad no pertenezca sólo al culto de los fieles, ni esté
sólo en la Iglesia, sino que trascienda y vierta en la sociedad tanto esplendor
de luz, tanta vida de amor de Dios y a los hombres que seamos más que los
santos de la Iglesia los santos del pueblo y de la salud social.
Debemos ser una profundísima vena de
espiritualidad mística que invada todos los estratos sociales, espíritus
contemplativos y activos, «siervos de Cristo y de los pobres».
No se den a la vanidad de las cartas, no se
dejen inflar por las cosas del mundo. Comunicarse con los hermanos sólo para
edificarlos, comunicarse con los demás sólo para difundir la bondad del Señor.
2) servir a Cristo en los pobres 1) amar en todo a Cristo 3) renovar a Cristo
en nosotros y todo restaurarlo en Cristo 4) salvar siempre, salvar a todos,
salvar a costa de cualquier sacrificio, con pasión redentora y con holocausto
redentor. Almas grandes y corazones grandes y magnánimos.
Fuertes y libres conciencias cristianas que
sientan su misión de verdad, de fe, de altas esperanzas, de amor santo de Dios
y de los hombres, y que a la luz de una fe grande, verdaderamente grande,
propiamente “de aquella” en la Divina Providencia, caminen sin mancha y sin
ningún miedo, per ignem et aquam e incluso entre el fango de tanta hipocresía y
de tanta perversidad y disolución.
Llevemos con nosotros y bien dentro de
nosotros el divino tesoro de esa Caridad que es Dios, y teniendo que caminar
entre la gente, sirvamos de corazón a ese celeste silencio que ningún rumor del
mundo puede romper y que es la celda inviolada del humilde conocimiento de
nosotros mismos, donde el alma habla con los ángeles y con Cristo Señor.
El tiempo pasado ya no lo tenemos: el
tiempo que ha de venir no estamos seguros de tenerlo: por tanto sólo este
tiempo presente es lo que tenemos y nada más.
En nuestro entorno no faltarán los
escándalos y los falsos pudores de los escribas y fariseos, ni las
insinuaciones malévolas, ni las calumnias y persecuciones. Pero, oh hijos míos,
no tengamos siquiera el tiempo de “volver la cabeza para mirar al arado”, es
tanta la misión de caridad que nos empuja y que nos reclama, es tanto el amor
del prójimo que nos arde, es tan ardiente el fuego de Cristo que nos consume.
Nosotros somos los embriagados de la
caridad y los locos de la Cruz de Cristo Crucificado.
Amaestrar sobre todo con una vida humilde,
santa, llena de Él, a los pequeños y a los pobres y seguir el camino de Dios.
Vivir en una esfera luminosa, embriagados
de luz y del amor divino de Cristo y de los pobres y del rocío celestial, como
la alondra que se eleva, cantando al sol.
Que nuestra mesa sea como un antiguo ágape
cristiano.
¡Almas, almas! Tener un gran corazón y la
divina locura de las almas.
[1] Nacido en Sasso di Catalda (Potenza) el
15 de septiembre de 1898 y muerto en Roma el 19 de marzo de 1962, Don Giuseppe
De Luca fue “un cura romano”, como le gustaba definirse, pero también un fino
intelectual relacionado con muchos intelectuales de su tiempo. Fue archivero de
la Congregación para las Iglesias Orientales y activo en el movimiento de
Acción Católica. Fue un prolífico autor y escritor en prosa; en 1941 fundó la
casa editorial “Edizioni di Storia e Letteratura”. Protagonista de los sucesos
civiles y eclesiásticos de su tiempo, relacionado con personal amistad con el
Papa Juan XXIII que dejó el Vaticano para visitarlo en su lecho de muerte.
[2] Este amigo es Don Pietro Stefani que,
desde 1943 a 1946, estuvo en el Instituto de la Vía de Sette Sale, a 30 metros
de la casa donde vivía Don Giuseppe De Luca, con quien mantenía una amistad con
encuentros muy frecuentes, también porque sustituía a Don De Luca en las
celebraciones de las Misas en el Hospicio de las “Hermanas de los Pobres”. Él
mismo, recordando la amistad con Don De Luca, escribe: “Le regalé un folio de
carta con las palabras autógrafas de Don Orione: ¡Almas, almas! No hizo ningún
comentario. Me abrazó conmovido”; ADO L IV, 35.3. Evidentemente, el autógrafo
original quedó o retornó al Archivo Don Orione.
[3] El texto de Giuseppe De Luca fue
publicado con el título Una página reveladora en “Nuova Antologia” del 1° de
marzo de 1943, p. 13-15; el mismo comentario está publicado en el título Una
página reveladora de Don Orione en el Boletín “La Piccola Opera della Divina
Provvidenza” de mayo de 1943; fue posteriormente recogido en la antología
Scritti a petición, Morcelliana, Brescia, p. 253-257; entró también en el
volumen Don Giuseppe De Luca. Elogio de Don Orione con otros escritos y
comentarios sobre él. Introducción de Giovanni Marchi con Presentación y
Apéndices de Loris Capovilla, Edizioni di Storia e Letteratura, Roma, 1999,
p.93-97.
[4] Giuseppe Zambarbieri nació en Pecorara
(Piacenza) el 26 de noviembre de 1914 y murió en Roma el 15 de enero de 1988.
Conoció y siguió a Don Orione siendo aún estudiante; estuvo muy cercano a él
con tareas de secretario desde 1938 hasta su muerte. Se ordenó primero
sacerdote en 1941, y después religioso, en 1943. Fue director en Novi Ligure y
después del Pequeño Cottolengo de Milán. En 1958 fue elegido vicario general de
la Congregación y, sucesivamente, Superior General desde 1963 a 1975. Tuvo dos
hermanos sacerdotes: Ángel después Obispo de Guastalla (+ 1970), y Alberto
orionista (+ 1985). Véase la biografía de Ignazio Terzi, Don Giuseppe
Zambarbieri. Una integración carismática de Don Orione, Barbati Orione,
Seregno, 1993.
[5] Presentación del fascículo “Servir en
el hombre al Hijo del Hombre”, fechado el 13 de abril de 1972, por la editora
de la Escuela Tipográfica San José de Tortona, de 16 páginas.
[6] La compilación de los volúmenes de los
Escritos de Don Orione, hasta el Volumen 64, se remonta a finales de los años
50. Evidentemente estos otros folios de los “Appunti de 1939”, dados a conocer
por Don Zambarbieri en 1972, fueron añadidos posteriormente y, para dar
continuidad a aquellos denominados “¡Almas, almas!”, se les puso seguidamente
las páginas 104 b
[7] Es de notar que en el fascículo impreso
el texto aparece nítido y pulido, mientras la fotocopia presente en el Archivo
es más bien áspera y se trasparentan las sombras del texto escrito por la otra
cara del folio.
[8] Filiberto Guala nació en Montanaro
(Turín), el 18 de diciembre de 1907 y murió en la Trapa de las Frattocchie
(Roma), el 24 de diciembre de 2000. Fue un personaje muy conocido en Italia.
Llevó una vida de activista católico, de manager de alto nivel en la
administración pública italiana: fue presidente de INA-Casa, primer administrador
delegado de la moderna RAI; organizó y organizó muchas iniciativas para la
reconstrucción de Italia después de la II Guerra Mundial. En 1960, dejó todo y
se hizo monje trapense. Conoció y frecuentó a Don Orione en los años 1938-1940
recibiendo de él una huella retenida como profunda e indeleble. Puede verse su
perfil biográfico en AA. VV., Filiberto Guala l’imprenditore di Dio.
Testimonios y documentos, Piemme, Casale Monferrato, 2001.
[9] Texto publicado en la p.11 de Sete di
anime. Un texto de Don Orione comentado por Fray Filiberto Guala, “Messaggi di
Don Orione” n.10, 1972, p. 11.
[10] Pío Dante Mogni nació en Sarezzano
(Alessandria) el 18 de abril de 1907; creció en la escuela de Don Orione, fue
religioso ejemplar y docto. Entró posteriormente en la Orden de los Trapenses;
murió el 4 de febrero de 1975 en el monasterio de las Tre Fontane de Roma.
[11] Servir en los hombres al Hijo del
Hombre. La comprensión de los pequeños, de los pobres, de los humildes, “Messaggi
di Don Orione” n.21, 1974.
[12] Está escrito sobre el margen izquierdo
del folio, casi como para dar un título a lo escrito.
[13] Los titulares son de redacción y no
del texto autógrafo.
[14] Esta fecha está escrita así por Don
Orione mismo.
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