Amar hasta el
final: Juan, Luis y Jesús Eucaristía
Fernando Héctor
Fornerod fdp
Pcia. Roque
Sáenz Peña
Chaco
Bien sabemos que
Luis Orione fue un verdadero escritor. La gran variedad de manuscritos,
especialmente los que se refieren a sus primeros años como fundador, nos ayudan
a marcar las etapas del desarrollo de la reflexión en algunos temas más
importantes, como son el fin de la congregación, los medios de apostolado, los
desafíos que le tocaba vivir, el horizonte de la Iglesia hacia la construcción de
una verdadera sociedad humana, entre otros tantos argumentos.
Ahora bien, la
actividad apostólica desarrollada por Luis Orione no solamente tuvo
características originales por su popularidad y creatividad. Revela, también,
el alma profunda de su estilo de vida cristiana. Su vida estuvo siempre
atravesada por una espiritualidad definida como «espiritualidad de brazos
arremangados». En efecto, en la aceptación de la voluntad de Dios y en la
caridad, es como Don Orione y su familia contribuyen con su apostolado a
«Instaurare Omnia in Cristo», especialmente entre los más pobres, que son el
tesoro de la Iglesia. La noche del 22 de julio de 1936 escribía a Don Carlos
Sterpi desde Buenos Aires:
[...] 3° El fin
particular y especial consiste en propagar la doctrina y el amor a Jesucristo y
a la Iglesia, especialmente en el pueblo; atraer y atar con un vínculo
dulcísimo y estrechísimo de mente y corazón, a los hijos del pueblo y las
clases trabajadoras, a la Sede Apostólica, en la cual, de acuerdo a las
palabras de San Pedro Crisólogo, «el Beato Pedro vive, preside y otorga la
verdad de la fe a quien se la pide» (Epist. ad Eut. n. 2) y eso con el
apostolado de la caridad entre los pequeños y los pobres, mediante aquellas
Instituciones y Obras de misericordia más aptas a la educación y formación
cristiana de los hijos del pueblo, y a conducir las multitudes hacia Jesucristo
y su Iglesia [...][1].
Todo esto nos
permite formular una clave de lectura que nos ayude a dar con el espíritu de
cuanto él escribió. Efectivamente, la
conciencia orionina plasmada en sus cartas, es fruto de la reflexión sobre la
praxis pastoral acontecida. Por lo que los investigadores del carisma, tienen
un enorme trabajo pendiente que ofrecernos: el de iluminar los escritos de
nuestro Fundador con gestos particulares de su vida. Para que los hechos
vividos por Orione, nos revelen el espíritu de sus dichos y escritos.
Quienes leyeron
alguna de las biografías de nuestro Padre Fundador, conocen algunos
acontecimientos de su vida, que dicen más que mil palabras. Algunos fueron
programáticos; y ¡hasta tantas veces proféticos! Habría muchos temas sobre los
que podríamos escribir. Elegimos uno: Don Orione y la Eucaristía.
Todos nosotros
sabemos del amor que Don Orione manifestó por la presencia Eucarística. Son
muchos los relatos que hablan del tiempo vivido delante del tabernáculo en
actitud de adoración al Señor; de la frecuencia con la que lo recibía desde el
tiempo del oratorio en Valdocco, hasta la piedad de la celebración de la Misa y
de su deseo de la adoración en los «Pequeños Cottolengos»[2]. Pero de entre
tantos gestos eucarísticos, entre muchos, hay uno que se destaca: aquél vivido
por Don Orione precisamente en 1920, cuando celebró su veinticinco aniversario
de ordenación sacerdotal. Este auxilio paternal nos habla del amor por Jesús
sacramentado.
Estamos hablando
del servicio que el mismo Don Orione cumpliera al seminarista Basilio Viano
(1899-1920), mientras en el «Paterno» se estaba realizando la fiesta en honor
del director de la Pequeña Obra. Don Orione decidió en esas circunstancias,
celebrar sus bodas de plata sacerdotales asistiendo a uno de sus hijos
moribundo: el relato es conmovedor, semejante al contexto joánico del lavatorio
de los pies:
[...] Aquí no se
han hecho festejos. No permití hacerlos por mis 25 de sacerdocio. Aquel día
debía pasarlo en Bra, en recogimiento y en el Señor; pero, en la víspera me
acorde de que mi querido amigo, el seminarista Viano empeoraba en su salud y
tomé la determinación de quedarme en Tortona. Pasé la noche junto al lecho de
Viano, y celebré por la mañana la Misa a los pies de la Virgen de la Divina
Providencia; [...] Llegada la hora del almuerzo, te contaré como lo pasé. Viano
continuaba empeorando, pero conservaba su lucidez. Desde algunos días atrás, aquel
pobre hijo, a pesar de los medicamentos, no había mejorado. Hasta que, hacia el
mediodía, padeció un relajamiento del cuerpo que lo superó, ya que ni él se
percató, ¡pobrecito! Entonces el seminarista don Camillo Secco (ahora es
subdiácono) que hace de enfermero y que quizás siga siéndolo, levantó al
querido enfermo y cambiamos todo: al lecho y al enfermo. De esta forma,
mientras los demás comían, yo, con agua tibia lo lavaba y limpiaba, haciendo
con Viano, nuestro querido enfermo, aquellos oficios humildes, sí, pero santos:
lo que hace una mamá con sus hijitos. Miré en ese momento al seminarista
Camillo, y vi que lloraba. Estábamos recluidos en la enfermería para evitar que
nadie entre, mientras golpeaban con insistencia para que fuera rápido a almorzar.
Yo estaba seguro de que lo mejor era cumplir con amor y humildad ese trabajo
santo, de Dios, y me decía a mi mismo: ¡es mucho mejor esto, que todo lo que he
predicado en mi vida! [...] ¿Ves? ¡Con este amor nos amamos entre nosotros!
[...][3]
El P. Luis
Heriberto Rivas, nos ayuda a comprender el lugar que ocupa la Ultima Cena en el
evangelio de Juan:
El Evangelio de
Juan no tiene una narración de la “última cena” como la que se encuentra en los
sinópticos. Mientras que para éstos se trata de la cena pascual en la que
participan Jesús y los Doce, Juan se refiere a una comida que tiene lugar la
noche anterior a la fiesta de la Pascua. [...] El relato del capítulo 13 no
describe los incidentes propios de la cena de los sinópticos (entrega del pan y
del vino ...), sino que centra su atención en el lavado de los pies, un hecho
desconocido por los otros evangelios. [...] La narración del lavado de los pies
está hecha prácticamente sin comentarios. [...] El relator puntualiza que Jesús
“se levanta de la cena”. Este no se trata de un dato superfluo, porque está
mostrando lo novedoso del gesto. La acción de Jesús tendrá otro sentido. La
tarea de lavar los pies a los comensales, reservada a los sirvientes, a la luz
de las tradiciones judías podía ser interpretada como un gesto de suntuosa
hospitalidad cuando era asumida por los dueños de casa. [...] sin embargo,
mediante el gesto de lavar los pies a sus discípulos, entre los cuales está el
traidor y el que lo va a negar, Jesús está mostrando el “amor hasta el fin” por
el cual entrega su vida para “lavar” totalmente “a los suyos”. El “amor hasta
el fin” no se deja ver sólo en el acto de humildad, sino que abraza también el
lavado que Él realiza en los discípulos para que estos puedan ser partícipes de
su gloria. Solamente aceptando ese acto de amor se puede llegar “a tener parte
con Él” participando de su vida eterna[4].
Aquel gesto
hacia el clérigo Viano fue "mejor que todas las prédicas". No era la
última cena en el Cenáculo; se trataba de un almuerzo para festejar las bodas
de plata sacerdotales. Don Orione no bajó a almorzar, porque no había mejor
forma de celebrar esa fecha que sirviendo a uno de sus hijos enfermo. Y este
tipo de servicio, que hace presente a Jesús, no es un hecho aislado en la vida
de Luis Orione. Recordemos cuando él, en la santa misa ofreció su vida a cambio
de la salud de Don Bosco, moribundo; o cuando asistió a Mons. Claudio Andrè la
noche previa a su propia ordenación[5]. La misa y el servicio de caridad en
Luis Orione, no fueron sino dos momentos de una única celebración eucarística,
presencia real de Jesús.
Así como Jesús
entrega su vida hasta el fin, así también en los gestos de entrega de Luis
Orione, podemos entrever a Jesús que nos lava los pies a nosotros. La caridad,
el servicio hecho por amor; sin otra medida que sin medidas, hace presente a
Jesús servidor, tan real como lo está en el Pan consagrado. Por lo que, el amor
de Don Orione a Jesús Eucaristía, no puede separarse del servicio de caridad.
Es más: es su mismo contenido.
[1] Orione, L.,
CC., FDP, sf., 1936, odac., calo., ADO, Scr., 59,21c. Cf. Idem, a C. Sterpi,
22.07.1936, noche, c., ADO, Scr., 59,27.
[2] Venturelli,
G., «Don Orione, apostolo dell’Eucaristia e suscitatore di adoratori». Sobre la
iniciativa de Don Orione en Turín de los ermitaños de la Adoración Cotidiana
Universal Perpetua, ve. DOPO III, 42-61. Gemma, A., «Don Orione, anima
eucaristica».
[3] Orione, L.,
a F. Casa, 01.06.1920, c., inc., ADO, Scr., 29,116-119; (L. I, 191-195: om.);
el original de esta carta se encuentra en el Monasterio de S. Maria de São
Paolo (Brasil); véase la reserva de esta escena íntima que Don Orione no hace
referencia a ella en una carta circular comunicando la muerte de Basilio Viano
cf. Idem, ccir., 19.04.1920, L. I, 161-174.
[4] Rivas, L.,
El evangelio de Juan. Introducción, teología, comentario, Buenos Aires,
Ediciones San Benito, 2008, 366-370.
[5] Sobre el
ofrecimiento de su propia vida: DOPO I, 301 ss.; del servicio a Mons. Claudio
Andrè: DOPO II, 162 no. 5e.
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"Amar
eternamente y dar la vida cantando al Amor"
-San Juan de la
Cruz
Si hemos logrado
un acercamiento a Dios mediante la oración intima, es decir con las palabras,
sentimientos y oraciones que han ido brotando de nuestro corazón, hay que dejar
al alma a solas con Dios, que ella entre en dialogo, que ella se encumbre a
Dios, se abra y se refugie en el, y se quede en estado de confianza, de tal
modo que pueda expresarle todo lo que sienta, confesarle todo lo que anhela. Si
logramos esto, nuestra alma se ira educando en Dios.
-San Juan de la
Cruz
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