miércoles, 7 de diciembre de 2016

CARTA CIRCULAR DEL SUPERIOR GENERAL DON TARCISIO VIEIRA





“¡Heme aquí!” “¡Para siempre!” “¡Totalmente!”

Roma, 27 de noviembre de 2016

Queridos hermanos,

“¡Empiezo en el nombre de Dios bendito, bajo la mirada de Nuestra Madre Celestial, la Santa Virgen de la Divina Providencia!”.
Con estas mismas palabras Don Orione iniciaba una de sus cartas de 1920 y esas pueden ser hoy las palabras justas para ponernos en sintonía con nuestro Padre Fundador al inicio de un nuevo año litúrgico, en el recuerdo de la reciente solemnidad de la Madre de la Divina Providencia (20 de noviembre), Patrona principal de la Congregación.
Sabemos bien que para Don Orione, cada día, cada año, cada evento, cada decisión, cada deseo, incluso cualquier realización, era propiamente "de la Virgen de la Divina Providencia”. A Ella le confiaba todos sus proyectos y le tributaba todo agradecimiento. De ella esperaba gracias ordinarias e intervenciones milagrosas. Tenía una polarización mariana tan grande, constante, tangible y confiada que bien podía decir: "Todo es gracia de María".
Mirando nuestro pasado reconocemos que la protección mariana no ha tenido interrupción. Ha sido perenne y continua. Por este motivo nos unimos a nuestro Padre Fundador para decir que “A la Virgen Santísima nuestra Pequeña Congregación se lo debe todo, le debe su nacimiento y también que aún vive, camina y sigue haciendo el bien...”. Y al mismo tiempo, mirando nuestro presente y pensando en nuestro futuro, continuaremos rezando con confianza: “Recuérdate, oh Señora, de tu Congregación de la que desde el inicio fuiste la Celeste Patrona!”.

Heme aquí
El tiempo de Adviento, que ahora se inicia, es particularmente el tiempo de la Madre, de la Madre de la Divina Providencia, de la “Madre del heme aquí”. De hecho, con su “Heme aquí”, María consintió a la palabra divina y abrazó “la voluntad divina de salvación, consagrándose totalmente a sí misma como esclava del Señor, para servir al misterio de la redención”. Por tanto, no como un “instrumento pasivo en las manos de Dios”, sino como cooperadora “con libre fe y obediencia” (cfr. Lumen Gentium 56).
La misma expresión que ha señalado el inicio de la divina aventura mariana está presente en el origen de nuestra vocación religiosa y sacerdotal y se repite cada vez que renovamos nuestra disposición a servir al Señor, para colaborar en la obra de la Redención: "¡Heme aquí!". De otro modo, tal palabra ha sido sacralizada en algunos momentos importantes de nuestro itinerario vocacional, como una expresión de nuestra disposición libre y consciente de servir al Señor en una bien definida condición y misión. De hecho, observando y meditando con atención los distintos ritos litúrgicos con los que la liturgia ordena, consagra o envía a alguien para el servicio misionero, se verifica un mismo inicio: la llamada (“Acérquese aquel que…”) y seguidamente la respuesta: “Heme aquí”.
Pudiese pensarse – no sin grave perjuicio para la teología del rito - que la colocación de esta llamada al inicio, fuese simplemente un acto funcional para dar seguimiento práctico a la ceremonia (“¡Algo para empezar!”). Sin embargo, su colocación al inicio es teológicamente importante, bíblicamente fundado, canónicamente tranquilizador, dogmáticamente significativa, humanamente respetuosa y divinamente esperada.
Al inicio de nuestro itinerario vocacional hay un “Heme aquí”. No una palabra descriptiva sino la expresión de una acción verdadera y propia, cumplida por un sujeto libre y consciente (Libertad y Consciencia son las dos exigencias fundamentales, conditio sine qua non, para poder entrar legítimamente en el Rito).  Es la afirmación de un estado de ánimo, similar al vivido y manifestado por María: “Heme aquí, estoy totalmente a disposición del proyecto divino de salvación”.
El punto de partida, sin el que no se construye nada, es la disponibilidad. Después el rito prosigue con su dinamismo y, la disponibilidad (¡Heme aquí!), indicará que el servicio/ministerio asumido debe ser dirigido a la comunión (del que es signo el abrazo al final del rito), trámite el amor obediente (en la ordenación sacerdotal manifestado a través de la respuesta a las cuatro preguntas sobre “¿Quieres?” y una sobre el “¿Prometes?”) y la consigna total (postración). Todos los ritos destinados al servicio ministerial o a la consagración, por tanto también el de la Profesión, tienen el mismo dinamismo: de la disponibilidad a la comunión, trámite la manifestación del amor obediente. De este modo la liturgia hace de nosotros el ministro/siervo, disponible, totalmente en las manos del Señor.
En el principio – para María y para nosotros - hay un Heme aquí, pronunciado de modo libre y consciente. Al inicio del rito se nos coloca en medio de la gente, hemos oído una voz que nos llamaba, podíamos habernos quedado allí o haber tomado otro camino, pero nos hemos levantado y hemos respondido ritualmente, consagrando nuestra disponibilidad, ¡Heme aquí!”. Después, con el paso de los días, poco a poco, hemos descubierto el contenido y las consecuencias de esa respuesta porque aquel "Heme aquí" nos ha dado un futuro. Pero es también cierto que aquello que para nosotros era sólo esperanza y futuro, para el Señor era ya “presente” (“¡Conoces todos mis caminos; mi palabra no ha llegado a mi lengua y Tú Señor ya la conoces toda!”, Sal 138). Todo previsto, concentrado, registrado. En verdad ese "Heme aquí" es nuestro "ADN vocacional" que se desarrolla poco a poco, día tras día, en nuestra historia: “¡Tú sígueme!” (cfr. Jn 21, 22).
Queridos hermanos, que el tiempo de Adviento nos ayude a comprender, cada vez más, la profundidad y el significado de nuestro “Heme aquí”, en el saludar el recuerdo de nuestro "primer heme aquí” (el primer amor). Para ayudarnos podemos dejarnos inspirar por el testimonio de vida de nuestro Padre Fundador que, hasta el final, se hizo totalmente disponible al Señor: “Siento, ahora más que nunca, que soy un pobre trapo inútil: confío en la misericordia del Señor y en las oraciones (…) Para ese poco que el Señor querrá de mí, heme aquí dispuesto. Y si, en los días de vida que me quedan, me es dado poder confortar a un pobre de más, de dar alguna consolación al corazón del Papa y de los obispos, Dios sea bendito también por esta recuperación!”.  ¡Lo ha escrito el 5 de marzo de 1940! Desde el inicio hasta el final: ¡Heme aquí!



“Para toda mi vida”: ¿hasta cuando dura un “para siempre”?
Desde que hemos celebrado el Capítulo General, muchos de nuestros cohermanos han “consagrado ritualmente” su “Heme aquí”. El 2 de julio, Geraldo Magela da Silva (Prov. Brasil Norte) y el 26 de noviembre, Carlos Enrique Liscano Riera (Viceprov. de Madrid) han pronunciado su “Heme aquí diaconal”. Otros cohermanos han respondido con su “Heme aquí sacerdotal”: en la Prov. Argentina, Abel Isidro Olmedo Riveros (13/08); en la Prov. N. D. Afrique: el 26 de junio, Alain Jacques Sawadogo; el 2 de julio: Balibié (Justin) Bamouni, Arnaud Kambire Berwuole, Guy Roland Nana y Gildas Ouedraogo; el 9 de julio, Bogmsa Badiligma (Wil.) Simfeya, Wend-Malgueda Polycarpe Tapsoba, Assiaténa (Vinc. de P.) Arinim, Dièn (Donatien) Koumantega y Kodjo Atchiké (Pierre) Kpongbe; en la Delegación: Raju Sowraj (27/08); en la Prov. de Roma, el 10 de septiembre, Luca Ingrascì y el 30 de octubre, Andryamahandry Heritiana Rasoamiaramanana.
En fin, han querido consagrar “para siempre” su “Heme aquí” en la Congregación: en la Prov. de Warsawa, el 8 de septiembre: Piotr Mosak; Michal Pawlowski; Pawel Urbanski. Nella Prov. N. D. Afrique, el 10 de septiembre: Saidou (Emmanuel Marie) Abdou; Akila Jean Baptiste Gueba; Yves Dieudonné Gyengani; Blonsky Serge Marius Kouadio; Arthus Cyrus Roi Secka; Julien Tapsoba. En la Delegación, el 15 de octubre: Ian Kiprotich Katah. En la Prov. Brasil Norte, el 10 de noviembre: Sebastiao Bertoldo Tigre Filho; el 12 de noviembre: Fabiano de Oliveira; Renaldo Elesbão de Almeida; en la Prov. Brasile Sur, el 12 de noviembre: Rui Pedro Fernandes Nobre Pires; Adriano Roque da Silva; y Carlos Santos da Silva.
Estos cohermanos, en las distintas lenguas de la Congregación, han dicho: “Hago voto de Castidad, de Pobreza, de Obediencia y de especial Fidelidad al Papa, para toda la vida”. Es la parte central y fundamental de nuestra fórmula de profesión religiosa perpetua. Sin duda, palabras valientes y a contracorriente, llenas de audacia y de generosidad. Totalmente de Dios, para siempre en la familia de Don Orione.
Para asegurar, aún más, la autenticidad del gesto cumplido por los jóvenes, y también para recordar el compromiso de la promesa que hemos manifestado un día, y, sobre todo, para provocar una reflexión a quien está en proceso de pedir la admisión a la profesión perpetua, es necesario dejarnos interpelar por una pregunta vital y delicada: ¿Cuánto tiempo dura un “para siempre”? ¿Hasta dónde llega un “para toda mi vida”?
La pregunta, a primera vista, parece totalmente sin sentido. Puesta de este modo, hasta un niño respondería: “¡por siempre y... para siempre!”. Una profesión perpetua no tiene fecha de caducidad, o mejor, su fecha de validez es la vida, “para toda mi vida”, ha sido dicho en nuestra fórmula de profesión.
Esta pregunta, sin embargo, es justificable y tiene un sentido vital para nosotros. Cuando un religioso que vive en donación y responsabilidad su consagración se pregunta a si mismo “cuál pudiera ser el límite del para siempre” y se interroga sobre el “sentido de la consagración” o incluso sobre la actualidad de la vida religiosa “en los tiempos en que vivimos” está presentando cuestiones arriesgadas y sensibles que pudieran también comprometer su proyecto de fidelidad. No obstante, un religioso que, nunca en la vida, se haya hecho una pregunta de este tipo, difícilmente será un buen religioso. Su idoneidad en seguir sus deberes y la calidad de su donación dependen totalmente de su actitud para ser un religioso con la consciencia del significado de la promesa hecha y de los compromisos adquiridos. Por el contrario, si no tiene la conciencia del compromiso puede volverse muy fácilmente, un simple funcionario de lo sagrado que repite cada día los mismos gestos, sólo un seguidor de los horarios, que contabiliza tiempo y trabajo sin comprometerse con el espíritu de familia, uno que permanece y se da en la Comunidad sólo lo justo para justificar las propias exigencias. Estas actitudes y este modo de comportarse, regulándose según el principio de la monotonía de la cotidianidad, sin implicarse, no tienen fuerza. El religioso podrá incluso permanecer en la Congregación, pero lo hará sobre todo porque tiene miedo a arriesgarse en otro camino, o mucho más por pereza o comodidad, que por convicción. Y sucede que, cuando pasa por el momento de la prueba o cuando llega la propuesta de un empuje de confianza, probablemente no estará disponible.
Por desgracia, ante algunas situaciones de abandono la pregunta asume también un significado doloroso. Los motivos son muchos y variados, cada situación y persona es única. No se puede generalizar y ni siquiera minimizar los sentimientos y las motivaciones. Aún así, es justo reconocer, con el Papa Francisco, que hoy se nota “una preocupación exagerada por los espacios personales de autonomía y de distensión, que nos lleva a vivir las propias tareas como un mero apéndice de la vida, como si no fuesen parte de la propia identidad” (cfr. Evangelii Gaudium, 78). La consecuencia, completa el Papa, es “una acentuación del individualismo, una crisis de identidad y una caída del fervor.”
Al poner ante uno mismo la pregunta sobre la duración de su “para siempre”, el buen religioso, el “religioso hijo”, no dará una respuesta temporal, relativa al chronos, a la cantidad, a la duración del tiempo físico. Dará, sí, una respuesta fundamental (Es ¡para siempre!), pero en la línea del kairós, “el tiempo que no puede ser medido por una unidad de tiempo”, una respuesta que servirá de fundamento, de base, punto original y simbólico de un proyecto “para toda la vida”. Y tendrá ciertamente la conciencia de que su respuesta está dada en el tiempo, en la complejidad de los tiempos actuales, de tanta “liquidez”, en un contexto desfavorable para los compromisos irrevocables, convencido de no ser inmune a las circunstancias de fragilidad que pueden tocar su condición humana. Y es por este motivo por el que la pregunta sobre la durabilidad del “para siempre” va acompañada por otra pregunta: ¿Cómo mantenerse fieles a la promesa del “para siempre”?
Pienso que el capítulo 25 del Evangelio de Mateo pueda ser considerado una buena respuesta a tal pregunta. ¿Cómo perseverar y mantenerse vigilantes y fieles en el compromiso definitivo de respuesta a la llamada del Señor?
En el mencionado capítulo del Evangelio encontramos tres parábolas sobre el Reino: las parábolas de las diez vírgenes, la de los talentos y la del Juicio Final.
En la primera (1-13), las diez vírgenes esperan, con sus lámparas, la llegada del esposo. Cinco de ellas son definidas como necias porque “llevaron las lámparas, pero no tomaron consigo el aceite” (v. 3), las otras cinco son tenidas como “sabias” porque “junto con las lámparas, llevaron también el aceite en pequeñas vasijas” (v. 4). Cuando, a media noche, llega el esposo, sólo las sabias tenían una reserva de aceite suficiente para acompañarlo a las bodas. He aquí la lección de la parábola: es sabio quien es previsor y mantiene consigo una reserva de contenido que lo mantenga “para siempre” y “para toda la vida” previsor y seguro en la espera del Cristo que viene; la no previsión es signo de necedad, así como de desapego y de negligencia. Además, el aceite de la parábola es signo del compromiso personal y de la propia responsabilidad que no pueden ser suplidos por los demás.  
Seguidamente tenemos la Parábola de los talentos (14-30) – es la segunda – y conocemos bien la dinámica con los tres siervos que reciben del amo una cierta cantidad de bienes, “a cada uno según su capacidad”. Los dos primeros siervos, aunque recibieron una cantidad distinta de talentos, trabajan y operan para hacer fructificar cuanto han recibido. La distinción que se nota en la cantidad consignada (cinco y dos talentos), no aparece en el momento de la rendición de cuentas cuando ambos son elogiados del mismo modo, con palabras y méritos iguales por el esfuerzo que han cumplido. Esto quiere decir que la cantidad no es determinante, sino que lo es la cualidad de la respuesta al mandato del amo. Justo después, la atención se centra en el tercer siervo que, al contrario que sus compañeros, es holgazán, tiene una imagen dura y exigente del amo y así, movido por el miedo, conserva y se contenta con el mínimo, “fue a esconder su talento bajo tierra”. Por esto, a la cuestión de cómo conservarse fieles en el “para siempre”, la parábola de los talentos respondería indicando que es necesario obrar como lo hicieron los dos primeros siervos, sin miedo y sin aislarse, para hacer fructificar el don, el talento recibido.
La última parábola del capítulo 25 es la del Juicio Final (31-46). En ella son enumeradas obras simples, cotidianas, casi banales, de la vida normal de cada día. Bendito aquel que ha dado el alimento a quien tenía hambre, ha dado de beber a quien tenía sed, que ha visitado al encarcelado y al enfermo. En fin, a quien ha hecho un poco de bien al prójimo. El mensaje es una vez más, muy claro: grave es la omisión, el no hacer el bien que debe ser hecho y quien vive egoístamente, y quien malgasta su vida sin percibir el rostro de Cristo en el hermano. Por tanto, el texto quiere protegernos de la tentación del “dejarlo estar” revelando la importancia y la seriedad de una cotidiana elección del bien, por el valor de cada gesto, aunque pequeño y simple, de bondad y solidaridad. Para nosotros, hijos de Don Orione, la conclusión es inmediata: “¡Sólo la caridad salva!” y puede mantenernos fieles en el “para siempre”.
Por tanto, el capítulo 25 del Evangelio de Mateo nos trasmite los siguientes mensajes esenciales, en comunión con nuestras Constituciones y también con las tres prioridades/orientaciones del XIV Capítulo General:
- La Parábola de las diez vírgenes nos recuerda que el cuidado para mantenernos fieles en el “para siempre” es una tarea para toda la vida. Por tanto: “Nos empeñamos: en mantenernos constantemente dóciles a la acción santificante del Espíritu; en perfeccionar diligentemente nuestra cultura espiritual, doctrinal y técnica; para prestar oído atento y creativo a los signos de los tiempos” (cfr. Constituciones, 110). Por esto el Capítulo ha indicado como prioridad del sexenio la “formación”: “Formar a las personas en el cuidado de sí mismas y a la vez en el cuidado de la relaciones comunitarias, reforzando siempre nuevos estímulos para reavivar el don recibido (cfr. 2Tm 1,6), que a menudo arde bajo las cenizas, también en aquellos hermanos que parecen en crisis profunda.”
- La Parábola de los talentos nos recuerda que el “para siempre” es un “don preciosísimo”, por ello “buscamos cada día merecerlo y lo imploramos continuamente en la oración” (cfr. Const., 113). El Capítulo ha indicado una segunda prioridad para el sexenio: “Poner en el centro la vida comunitaria y la valoración de los hermanos”. Ligada a esta prioridad, la parábola enseña que el lugar ideal donde invertir nuestros talentos para que sean productivos, es el terreno comunitario. Además nos enseña que para hacerlo es mejor aliarnos con aquellos que dan ejemplo de laboriosidad y generosidad.
- La Parábola del Juicio Final da el sentido a nuestro “para siempre”, porque retenemos como “un privilegio servir a Cristo en los más abandonados y rechazados, porque en el más miserable de los hombres brilla la imagen de Dios(cfr. Constituciones, 119). Y por este motivo, el Capítulo ha indicado la tercera prioridad: “Actualizar el carisma entendido como vida del Espíritu, que se traduce en la caridad. Es necesario superar la simple actividad filantrópica encontrando formas para testimoniar a Jesús junto al servicio; es preciso volver a tocar la carne de Cristo.”

“Yo me ofrezco totalmente”: la cualidad del “para siempre”
En la proclamación de la fórmula de la profesión perpetua, hemos conjugado el verbo “ofrecer” en su forma reflexiva (“me ofrezco”) indicando que la acción de “ofrecer” se refería a nosotros mismos (la acción expresada por el sujeto se refleja sobre el sujeto mismo). Por tanto somos sujetos y objetos de la acción. Justo después, tal ofrecimiento es calificado con un adverbio, “totalmente”.
En el “totalmente” existe una concentración de cualidad que determina la esencia y la naturaleza de la consagración a Dios. Si el “para siempre” se sitúa más allá en la relación con el tiempo (chronos o kairós), el “totalmente” se refiere al modo como es vivido, su cualificación.
Retomando las parábolas del capítulo 25 del Evangelio de Mateo, nos percatamos de un mensaje común a las tres: no nos satisfacemos con un poco si podemos hacer más; es arriesgado vivir en el mínimo o sólo exigiéndonos el deber, la comodidad, la falta de entusiasmo, pensar solamente en uno mismo, es un daño a la vida personal, comunitaria y de Congregación. Por el contrario, es necesario ofrecerse “totalmente” para conquistar ese estatus de “religioso hijo” descrito por Don Orione: para el religioso hijo “¡nada hay más querido, después de Dios, que su Congregación! Y él nada desea más que verla prosperar, verla dilatar sus tiendas sobre la faz de la tierra para la mayor gloria de Dios. (…) Ora, sufre, trabaja, se fatiga sin descanso por su Congregación. ¿Quienes son religiosos como estos? Son los "hijos"... Cualquiera que sea el oficio del que se ocupan, el religioso "hijo" está siempre contento. (…) Que ninguno de ustedes sea "siervo" o parásito, sino todos "hijos", verdaderos Hijos de la Divina Providencia.  (Vila Moffa, 12/08/1939).
De hecho, las tres parábolas evangélicas presentan aspectos interesantes para colocarnos en el itinerario del sueño de Don Orione, en el camino de un amor generoso, de quien se ofrece con un “corazón sin límites”, “sin fronteras”. Pero para llegar allí es necesario evitar empequeñecer los sueños. Alguno podrá decir que este es un mal de nuestros tiempos, pero la verdad es que es un mal ya presente en los tiempos bíblicos. En los personajes negativos de cada parábola (las cinco jóvenes necias, el siervo temeroso y los cabritos de la tercera parábola) vemos que no se ha preparado ni siquiera el mínimo, vemos al temeroso y holgazán, a los egoístas. Todos con un proyecto mínimo y corto de vista, sólo con propuestas inmediatas. Son aquellos que han empequeñecido el sueño. Se han dejado vencer por la tentación de “aceptar de modo semiconsciente la mediocridad” (René Voillaume).
Por otra parte, los personajes positivos nos enseñan a vencer el sentimiento de temor y a alimentarnos siempre de ese espíritu orionista bien condensado en el “¡Ave María y adelante!”. Nos enseñan que unirse a aquellos que comparten los mismos propósitos, con los generosos y con quienes se esfuerzan – aunque no sean necesariamente perfectos – es buena cosa. La fraternidad motiva, da impulso y coraje para hacer el bien; puede ayudarnos a ser audaces y decididos en las propias convicciones.
En fin, el “Heme aquí”, el “para siempre” y el “totalmente”, son expresiones que nos indican los grandes ideales, los sueños elevados de nuestra vida y éstos tienen la fuerza y la capacidad de despertar nuestra generosidad, de empujar nuestra audacia y de evidenciar nuestro compromiso por el bien. Son actitudes que nos libran de la tentación de vivir con indiferencia en este mundo, preocupándonos acaso sólo de pobres intereses personales. Nos invitan a la encarnación, plena y total. Son ideales que han nutrido espiritualmente a los grandes de la Historia de la Salvación. Cuando Dios puso a prueba a Abraham, sintió su voz “¡Heme aquí!” (Gen 22,1); cuando Dios llamó a Moisés desde la zarza, la respuesta fue “¡Heme aquí!” (Ex 3,4); cuando el Señor llamó a Samuel, igualmente la respuesta fue “¡Heme aquí!” (1Sam 3,4); cuando el Señor llamó a Isaías, “¡Heme aquí, mándame!” (Es 6,8); cuando, a través del ángel, llamó a María, habrá gozado al sentir la respuesta, “¡Heme aquí, soy la esclava del Señor, hágase en mi aquello que has dicho!” (Lc 1,38). Pero cuando Dios llamó a Adán en el jardín, no oyó ninguna respuesta y después de haber insistido (“¿Dónde estás?”), el hombre ha dicho: “he tenido miedo y me he escondido” (Gen 3,8s).
Queridos hermanos, que el Señor pueda concedernos a todos nosotros que hemos pronunciado y consagrado nuestro “Heme aquí”, la gracia de la fidelidad incluso en las circunstancias desfavorables y la gracia de la disponibilidad, operante y generosa. Que no olvidemos nunca que el secreto del “para siempre” y del “totalmente” lo poseen aquellos que son previsores, empeñados y generosos. Sabiendo bien que ésta es también una gracia para pedir cada día, con insistencia al Señor.
¡Feliz tiempo de Adviento!
P. Tarcisio Vieira


Propuesta para continuar la reflexión:
1.       Valerse del texto (tal vez de una selección) para el encuentro comunitario, ofreciendo la posibilidad de un tiempo para compartir, para ampliar y enriquecer la reflexión.
2.       Se puede también preparar una “Lectio Divina” sobre el capítulo 25 del Evangelio de Mateo o sobre una de las tres parábolas.
3.       Mirando al estilo de nuestra comunidad, ¿cuáles son los aspectos a valorar para que nos ayudemos a mantener la fidelidad al “para siempre” y al “totalmente”?
4.       Cómo podemos vivir el Adviento en la perspectiva de ser “buena noticia”, don para los otros? El “intercambio de los dones” en la comunidad podría ser también un momento de compartir para descubrirse como “don” los unos para los otros.

viernes, 22 de julio de 2016

¡¡¡¡¡ FIN PRINCIPAL Y GENERAL DE LA CONGREGACIÓN, ETAPAS DEL APOSTOLADO DE DON ORIONE !!!






"Somos Hijos de la Divina Providencia; ¡no desesperemos sino más bien confiemos mucho en ella!".

Qué valor genuino tienen estas palabras grandes y proféticas. Para comprenderlo, conviene recorrer brevemente las etapas del apostolado de Don Orione.
                Se puede hablar de etapas, de desarrollo. Desde el comienzo, su pensamiento caritativo había estado abierto a todos los dolores, a todas las urgencias del prójimo; sin embargo, durante los primeros treinta años (1894-1924), su consigna había sido: "¡salvemos a los niños!". Sus numerosas y a menudo heroicas empresas habían tenido como objetivo constante, la salvación de los más pequeños. Arrancarlos del marasmo del mundo, formarlos en Cristo, insertarlos en la "Ecclesia".
                Es el período "salesiano" del Fundador: la imagen aún viva de San Juan Bosco alimentaba, guiaba su praxis del bien. Pero en el espíritu de amor de Don Orione existía una tendencia irrefrenable a abrirse, a dilatarse: el torrente tendía a ramificarse.
                Sabemos que otro de sus "ideales" era San José B. Cottolengo. Y bien, muy pronto tuvo lugar esa praxis sorprendente: las casas orioninas, verdaderas colmenas de juventud, no permanecieron cerradas para los viejos, los deformes que se arrastraban por las calles golpeando de puerta en puerta. Llegaban hambrientos a las puertas de Don Orione y eran recibidos, aunque fuera por una noche o por pocas noches...

Vimos cómo en algunas casas se había formado así un "depósito" de desechos humanos: depósito provisorio que era preciso remover al alba o a los pocos días, pero mientras tanto, se producía algo inverosímil: se reunían los dos extremos de la vida, la infancia bullente de esperanzas y la vejez destrozada por los padecimientos.
         Como referimos, en 1924, el ideal copiado a San José B. "Cottolengo" se abrió paso junto a la obra inspirada por Don Bosco, ya rica en Casas y "casos", tan original, tan "orionina" en su dinámica íntima y exterior. La Casa de Marassi, las primeras mujeres, los primeros hombres, restos unos y otras de una humanidad demasiado apresurada como para tolerarlos. Y este ideal tomado del Cottolengo se expandió revestido de ardor orionino, traducido en términos nuevos de audacia casi fanática.
         Hemos seguido, paso a paso, conquista por conquista, los varios canales en los que irrumpe el ímpetu caritativo de nuestro Padre, en Italia, más allá del océano; pero resulta difícil seguir los pasos y las conquistas de un Fundador como Don Orione. El tiempo transcurrió y nos da la impresión de que fue, desde el primer momento hasta el último, un viento vivo sobre una corriente rápida: el río corre, a velocidad creciente, desborda, forma riachos y corrientes nuevas.
         El amor se convierte en un delta.
|p2 En 1936 se producen dos hechos completamente diferentes entre sí pero que inadvertidamente se vuelven incomitantes. La visita apostólica del Abad Caronti hace necesaria una precisión respecto a las finalidades de la Obra orionina; por lo tanto, el Fundador se ve obligado a calificar y a delimitar; pero ¿qué se delimita, qué se precisa, cuando el corazón está lleno hasta desbordar?
         El otro hecho, aparentemente lejanísimo y totalmente extraño: la revolución española. En julio de 1936 la tragedia se desata. Pero no es ni lejana ni extraña sino muy próxima al espíritu de la Argentina. España, la gran madre de naciones lanzadas hacia un desarrollo rápido, está en llamas. Ningún corazón argentino permanecerá frío frente a la sangre de la gloriosa patria histórica, patria de las patrias...
         Don Orione recibió las primeras noticias con la profunda participación y la aguda percepción que siempre lo caracterizaban. Su inteligencia se extiende cada vez más en rayos adivinatorios.
         El 25 de julio escribe: "... Nos llegan noticias muy dolorosas de España. Pienso: ¿por qué el mundo está tan conmovido, infeliz, y se precipita en la barbarie? Porque no vive en Dios, sino de egoísmo. Mirad; los nacidos en la misma tierra, que hablan igual lengua... los que debieran ayudarse, consolarse, se dividen, se odian, se masacran...".
         Y el 18 de setiembre: "Acá se vive un momento de temor; si las cosas van mal en españa, algún movimiento comunista puede surgir también en Argentina, que siente mucho lo de España y tiene fuertes grupos y algunas provincias (Córdoba) en manos de los comunistas...".
         Es cierto que la revolución, con sus aspectos funestos, con sus interrogantes bañados en sangre, vuelve más intenso el trabajo íntimo del Fundador.
         Por otra parte, está convencido de que es necesario prevenir a la multitud de la revolución, sanando las llagas sociales con las que ella tiñe su bandera escarlata.
         ¿Cuál es, por lo tanto, su reacción ante la guerra fratricida de España? Un total abandono en Dios, oraciones y sacrificios más ardientes y una acción caritativa más amplia, completa y febril. Bajo la impresión de la terrible experiencia española, siente más que nunca que el mundo está en peligro, que es urgente ayudarlo a volverse cristiano. La "Pequeña Obra" se comprometerá en una gama creciente de finalidades caritativas: no circunscribir, no especializar demasiado, no limitar el amor; el mundo se cubre de tinieblas, encendamos miles de llamas de amor, todas las posibles. En verdad, siempre pensó así, no hay nada sustancialmente nuevo; pero lo que en un tiempo casi se le hubiera podido reprochar por imprudente, ahora ya no. El mal se manifiesta tan titánico, que una legítima audacia está justificada.
         Cuando le llega la exigencia del Visitador Apostólico de aclarar las constituciones del Instituto, comenzando por lo concerniente al fin principal y el particular de la "Pequeña Obra", el Fundador responde con una larga lista de obras que, a primera vista, parecería árida como la burocracia y utópica como el sueño, pero que es, por el contrario, un difícil pero real poema de amor. Y a quienes le dicen que es un poco extensa y variada la reseña de las obras previstas, les responde: "Comprendo que esa lista de instituciones no gustará; pero la hice para que se comprenda mejor el espíritu de la Congregación, que es para los pobres y por lo tanto muy diferente a otras..." (julio de 1936). Y agrega: "De la lista de obras debe decirse: así es como la redactó Don Orione, luego de años de oración".
|p3 Vale la pena leer íntegramente la humilde enumeración:
         "Buenos Aires, miércoles 22 de julio de 1936
         "Querido Don Sterpi:
         "¡Gracia y paz de Nuestro Señor!
         "Os mando la última y definitiva redacción del Capítulo I de las Constituciones; ésta anula cualquier otra precedente que haya enviado.
         "1) El nombre de la Congregación es "Pequeña Obra de la Divina Providencia, o sea, Congregación de los Hijos de la Divina Providencia.
         "La Congregación fue colocada bajo la especial protección de María Santísima, Inmaculada y Misericordiosísima madre de Dios y nuestra; de San Juan y de los Beatos apóstoles Pedro y Pablo.
         "2) El fin principal y general de esta humilde Congregación es la santificación de sus miembros, mediante la observancia de los tres votos simples de pobreza, castidad y obediencia y de estas Constituciones.
         "Luego de por lo menos diez años de vida religiosa irreprensible se puede admitir un cuarto voto de consagración al Papa, con especial obligación de servir en todo y por todo al Pontífice Romano, de ofrecer la vida por los infieles y por el regreso de los protestantes y de las Iglesias separadas a la unidad de la madre Iglesia.
         "3) El fin particular y especial consiste en propagar la doctrina y el amor a Jesucristo y a la Iglesia, especialmente en el pueblo; atraer y atar con un vínculo dulcísimo y estrechísimo de mente y corazón, a los hijos del pueblo y las clases trabajadoras, a la Sede Apostólica, en la cual, de acuerdo a las palabras de San Pedro Crisólogo, 'el Beato Pedro vive, preside y otorga la verdad de la fe a quien se la pide' (Ep. ad Eut. n. 2) y eso mediante obras de misericordia espiritual y corporal y las siguientes instituciones, destinadas sea a la educación y formación católica de la juventud más humilde y abandonada, sea a conducir las multitudes hacia Jesucristo y su Iglesia, por la vía de la caridad: Oratorios festivos - patronatos - guarderías infantiles - Institutos para externos - asociaciones pías - centros y círculos de acción católica para niños, aspirantes, jóvenes, estudiantes y obreros - escuelas de religión - escuelas y colegios para niños pobres - escuelas agrícolas - profesionales - comerciales - industriales y de magisterio - obras de prevención para los menores abandonados - reformatorios - institutos para los hijos de reclusos - casas de redención social - secretariados - patronatos para cárceles y hospitales - refugios para huérfanos y deficientes - Casas de la Divina Providencia para menores de todo tipo y para rechazados de la sociedad - leprosarios y lazaretos - casas de reposo para la vejez - cátedras ambulantes populares de propaganda religiosa - prensa - bibliotecas populares - escuelas de propagandistas - escuelas para la formación de publicistas católicos - catecismos - prédicas - peregrinaciones - obras de prevención contra la propaganda protestante - círculos militares - obras deportivas - escuelas apostólicas - institutos misioneros - seminarios para proveer vocaciones a los obispos y a sus diócesis - convictorios eclesiásticos - retiros sacerdotales - casas de santificación para el clero... y aquellas obras de fe y caridad que, según las necesidades de los países y de los tiempos, quisiera indicarme la Santa Sede, como más aptos para renovar a la Sociedad en Jesucristo.
         "Sólo excepcionalmente se tolerará la aceptación de institutos de instrucción media, clásica o técnica, cuando la juventud, a causa de escuelas laicas y protestantes, corriese grave peligro y los Excelentísimos obispos no pudieran cumplir con este objetivo de otra manera.
         "4) Esta humilde Congregación, basada en la infinita bondad y la ayuda de la Divina Providencia es, esencialmente, para los pobres y para el pueblo".
|p4 Es ese delta del amor que se ramifica cada vez más, tanto más cuando la vida de Don Orione se aproxima al fin.
         Es preciso subrayar esta multiplicidad de intervenciones en la sociedad por parte de un Instituto que no tiene medios propios y que se encuentra enteramente confiado a la Providencia: la amplitud de la enumeración responde a la variedad de las urgencias y es su fruto.
         Esto nos revela un carácter importante: la Obra surge de las necesidades de la época y responde a ellas; se trata de una ligazón muy estrecha que remarca su valor providencial: "El Instituto abraza las obras de misericordia espiritual y corporal destinadas, sea a la educación y formación católica de la juventud más humilde y abandonada, sea a conducir a las multitudes hacia Jesús y hacia la Iglesia por el camino de la verdad, y las obras de fe y de caridad que, según las necesidades de los países y de los tiempos, quisiera indicarnos la Santa Sede, como más aptos para renovar a la sociedad en Jesucristo".