miércoles, 23 de diciembre de 2020

LA CARIDAD HACIA DIOS Y EL PRÓJIMO FRUTO PRINCIPAL DE LA SANTA NAVIDAD

 



Estrena Navideña de 1934.

A los Religiosos y a las Religiosas de la Pequeña Obra de la Divina Providencia.

¡Qué la gracia del Señor y Su paz, cantada por los Ángeles sobre la gruta de Belén, estén siempre con nosotros!

Amadísimos Sacerdotes hermanos míos y ustedes que son mis hijos en Cristo, y también ustedes, oh Religiosas, buenas hijas de Dios, a todos yo voy en el Señor para las dulces solemnidades de la Santa Navidad. Voy a decirles la buena palabra que los encienda siempre más de amor. ¡Estamos en Navidad! Hermanos e hijos míos, y ustedes, buenas Hermanas, purifiquemos las almas nuestras y preparémonos para la Santa Navidad con fervor especial y espíritu de oración, como hacía Cottolengo. Preparemos los senderos del Señor que viene: humillemos los montes de nuestro orgullo, llenemos los valles de nuestro egoísmo, enderecemos los caminos tortuosos de nuestra vida religiosa, tal vez poco recta, poco regular, poco edificante. Con el hecho de habernos llamado a la perfección, Dios nos ha dado una gran gracia, pero desea de nosotros grandes cosas, exige una gran correspondencia. El religioso debe velar sobre su corazón, debe romper todos los afectos terrenos y no dejarse engañar por ese sentimiento de familia que ciega: debe buscar sólo el honor y la gloria de Dios y consagrarse enteramente al Señor, sin limitación ni excepción alguna. Sólo así no seremos del todo indignos de ver la salvación y recibir al gran Dios y Salvador del mundo: Jesucristo. “Instaurare omnia in Christo!” es el lema y programa nuestro, con la ayuda divina y a las órdenes de la Iglesia, nosotros debemos ocuparnos de renovarlos a todos en la caridad de Dios. Pero, ante todo, debemos en Cristo renovarnos a nosotros mismos en lo íntimo del espíritu. Ahora, ninguna ocasión mejor que esta, oh amados míos. Jesús, en su Navidad, nos invita a vivir como religiosos humildes, y a cumplir en nosotros la voluntad del Padre celeste, en una obediencia hecha de amor. Un Dios que nace en la pobreza para vivir en el dolor, nos enseña a amar a la pobreza y a los inconvenientes pues “vita boni religiosi crux est...”, dice la imitación de Cristo: la vida del buen religioso es cruz... Jesús nació como un pobre es una gruta desnuda, abierta a los vientos, y, no nacido aún ya era abandonado por el consorcio civil; El fue mandado fuera, a campo abierto: ¡fueron más piadosos con El el buey y el asno! ¡Más su amor triunfa! La navidad nos hace sentir algo de la infinita caridad de Jesús, que trata de hacerse amar con una bondad suprema y una delicadeza infinita, desde su nacimiento. ¡Cuántas lecciones de humildad, de fe, de simplicidad, de pobreza, de obediencia, de abandono a la Divina Providencia nos da Jesús desde el pesebre!

Sobre todo Jesús desde el pesebre nos grita: “¡Caridad! ¡Caridad! ¡Caridad!” Vida de caridad: todo el Evangelio está aquí, toda la vida y el Corazón de Jesús están aquí: Todo Dios está aquí: Deus charitas est! De la caridad Dios ha hecho el cimiento de nuestra santa Religión: ella es la más noble y excelente de todas las virtudes: es el principio y la fuente de todos nuestros méritos. La caridad, infundida en nuestros corazones por el Espíritu Santo, es la virtud por la cual amamos a Dios por Sí mismo y al prójimo por el amor de Dios.

Esta es la nota distintiva de los discípulos de Jesucristo, es el precepto máximo y propio de Cristo. Y la Navidad nos manifiesta “la gran caridad de Dios hacia nosotros, que ha mandado a su Unigénito al mundo para que nosotros vivamos por El”. (1 Juan 4, 6).

Ahora bien, mis amados, mantengámonos detrás de la caridad y estaremos detrás de Jesús; vivamos de sus Mandamientos, sigámoslo desde cerca en la práctica de sus Consejos evangélicos, y caminemos en el amor de Dios y del prójimo, encendidamente, imitando a Cristo, que ha sido el primero en amarnos y tanto nos amó que murió por darnos a nosotros la vida. ¡Caridad! ¡Caridad! ¡Caridad! Esto sólo debe interesarnos, oh hijos, pues sólo en la caridad llegaremos a la santidad, que es la voluntad del Señor: “haec est voluntas Dei, sanctificatio vestra”. ¡Sí, ¡Te amaremos, oh Señor, ¡Dios de amor, nuestra fortaleza y nuestro refugio, corazón de nuestro corazón, único latido de nuestra vida! Cuídanos, oh Señor, para que las muchas amarguras y desengaños, las muchas aguas no extingan en nosotros el fuego de tu caridad. Jesús, Tú eres nuestro Dios, nuestro Salvador, nuestra misericordia, Tú la Caridad.

“¿Quién nos separará, oh hijos míos, de la caridad de Cristo? ¿Tal vez la tribulación? ¿tal vez la angustia? ¿tal vez el hambre? ¿tal vez la persecución? ¿tal vez la espada?”. No, por la virtud de Cristo, que tanto nos ha amado, y sólo por su divina gracia, no: ni la muerte con sus angustias, ni la vida con sus encantos, ni altura de honores, ni profundidad de dolores, ni amarguras, ni tinieblas podrán nunca separarnos de la caridad de Cristo y de Su Iglesia, Madre dulcísima de nuestras almas, Maestra infalible de nuestra Fe.

¡Hijos y hermanos, es el Santo Niño que viene, es el Niño Jesús sobre la paja por nuestro amor! ¿Qué nos dice? ¡Caridad! ¡Caridad! ¡Caridad! Dilatemos nuestro corazón a los efectos más tiernos, y arrojémonos en adoración a los pies de Jesús; que se encienda de su amor nuestra vida, pues su amor es suave y divino, y es la vida; es vida y fruto de su caridad es la paz, mejor dichoes la belleza misma de la paz: in pulchritúdine pacis!

Señor, en esta Navidad tuya, nosotros queremos renovarnos en lo íntimo del espíritu. Los pastores depositaron a tus pies las ovejas; ¡nosotros deponemos todas nuestras miserias morales y todos nuestros harapos! Señor, ten piedad de nosotros y de esta tu Pequeña Obra, que nosotros, desgraciadamente, hemos estropeado tanto. Deseamos enmendarnos, deseamos hacernos buenos Religiosos, verdaderos Religiosos, santos Religiosos, como lo desea tu corazón. Deseamos hacernos humildes, simplemente como los pastores, dóciles a Ti y a tu Iglesia, como sus ovejitas, queremos amarte, amarte tanto, consumirnos de amor por Ti y por las almas, ¡oh Jesús! Iesu mi, da nobis Charitátem, cétera tolle! ¡Oh Jesús, ven! Renace místicamente en nosotros y en nuestra pequeña Congregación con tu santo amor, ¡deseamos vivir sólo de tu caridad y en tu caridad!

* * *

¡Caridad! ¡Caridad! ¡Caridad! Jesús, con tu divino amor, danos a nosotros un gran espíritu de caridad hacia las almas, especialmente hacia los hijos de los pobres y hacia los pobres infelices y abandonados. Tú lo sabes, Señor: nosotros somos tus pobres y nacidos para los pobres.

¿Después de Dios, de la Santa Virgen, la Iglesia, qué cosa, oh hijos míos debemos amar más que a los pobres? ¿No ha dicho San Lorenzo, el gran diácono de la Iglesia Romana, que los pobres son los tesoros de la Iglesia de Cristo?

Danos a nosotros, oh Señor, esa caridad dulce y suave, que es fuerza y eje de todas las virtudes, esa caridad que reconforta a los cansados, refuerza a los débiles y hace suave el yugo de la verdad. Haz que la Pequeña Obra de la Divina Providencia sea como un altar, sobre el cual arda, como un incendio, el fuego inextinguible de la caridad, y la llama se eleve hacia Ti, oh Señor, y nos ilumine y entibie a todos nosotros: que quite de nosotros toda tibieza, toda frialdad, que acreciente en nosotros la divina fuerza de la gracia, de vigor al  espíritu, reanime y prospere a todas las casas de la Congregación: que haga de nosotros un corazón sólo y un alma sola, de modo que toda la Pequeña Obra sea invadida por una gran suavidad, y pueda gozar de una concordia y paz siempre más grande. Omnia in Charitate fiant!

¡Caridad! ¡Caridad! ¡Caridad! Nada hay más caro a Jesucristo, nada hay más precioso que la fraterna caridad; por lo cual nosotros debemos, oh amados míos, utilizar todos los cuidados para conservarla y acrecentarla en nosotros y en la Congregación, de modo tal de ser, en Cristo, uno para todos y todos para uno, pues es sólo este espíritu de caridad el que edifica, cementa y unifica en Cristo. A tal punto que sería de abandonar toda cuestión, aunque hecha por amor a la verdad y por ardor de la gloria de Dios, si ella, aunque sea un poquito, hace agrio a nuestro corazón y debilita el espíritu de caridad.

La caridad, dice san Pablo, es paciente y benigna, es suave y dulce, fuerte y constante, es iluminada y prudente, es humilde, ferviente, incansable y se anega a sí misma. Se hace toda a todos: no busca aquello que es suyo, es serena, no es ambiciosa, no es envidiosa, goza del bien de los demás, ya sea de las personas amadas como de las personas adversas. Compadece los defectos de los demás y, apenas le es posible, con un manto de amor los cubre.

Interpreta las palabras y acciones en el modo más favorable: excluye cualquier egoísmo, repone su felicidad al hacer todo bien. La caridad de Cristo es universal y abraza al cielo y a la tierra, Ella es valiente hasta la audacia, mas delicadísima, es omnipotente y triunfadora de todas las cosas.

La caridad es simple y límpida, nunca se enturbia; no se envanece, no busca su ventaja, no se irrita nunca, está bajo los pies de todos y sube hasta el corazón y entra en el corazón de todos. La caridad no tiene el ojo negro, no tiene espíritu de discusión, no conoce ni el pero ni el si; no tiene espíritu de contradicción, de censura, de crítica, de murmuración; la caridad desconoce todo eso. La caridad tiene siempre el rostro sereno, como es sereno su espíritu; es tranquila y cuando habla, no le levanta nunca la voz.

La caridad no es nunca ociosa, sino pronta y muy operosa, y trabaja silenciosamente. Ella tiene prerrogativa única y toda suya: está siempre feliz contenta de todo, hasta de los daños, injurias y calumnias más humillantes; en el garrote nudoso, del cual habló San Francisco, en el desprecio y en los envilecimientos más indignos, la caridad encuentra su perfecta leticia.

La caridad no se espanta por las dificultades, pues confía en Dios: Dios es su porción y el cáliz de su herencia, de la confianza en el Señor, de la paciencia y del tiempo sabe esperar los momentos y las horas de Dios y el buen resultado de toda santa empresa.

La caridad prefiere la simplicidad de la paloma a la desconfianza de la serpiente y no quiere saber nada con algo que sea serpiente. La caridad está abierta a todo bien, venga de donde venga; ella sabe y desea en humildad aprender de todos, siempre confidente en e  Señor y en ese tanto o poco de bondad, que sabe encontrar siempre en el corazón también de quienes están lejos de ella. Su empeño no quema, no rompe, es discreto et secúndum sciéntiam, porque conoce la limitación y la debilidad humana y las sabe comprender; - sabe que es muy difícil encontrar personas sin defectos.

La caridad no hace nada de indecoroso: ni nunca se agita ni tiene en cuenta los errores que le hacen; vence al mal con el bien. No goza de la injusticia, mas es feliz cada vez que puede alegrarse de la verdad. Disculpa toda cosa, espera toda cosa, soporta todo. Reza, sufre, calla y adora: ¡nunca decae! La caridad no tiene nada de arbitrario, nada de duro; encuentra su felicidad al esparcir e irradiar a su alrededor la bondad, la dulzura, la gentileza, una cosa desea: inmolarse a sí misma para hacer la felicidad y la salvación de los demás, para gloria de Dios.

Toda ciencia humana es insulsa, si la caridad no le da el sabor con el amor de Dios y del prójimo, sin ella, scientia inflat. Primero la caridad y luego la ciencia, oh Hijos míos, ya que esta “destruétur”, más aquella “non iscade mai”, y está enteramente. Es la caridad, amados míos, y sólo la caridad la que salvará al mundo. ¡Beatos aquellos que tendrán la gracia de ser víctimas de la caridad! Hermanos e hijos míos, amemos a Dios hasta hacer de nosotros una hostia, un holocausto de caridad, y amémonos tanto en el Señor: nada le agrada más al Señor, que ha dicho: “Los he amado...: amaos” (Jn. XV, 9 - 10). El gran secreto de la santidad es amar mucho al Señor y a los hermanos en el Señor. Los Santos son el cáliz de amor de Dios y de los hermanos. Amar a Jesús, amarnos en Jesús: ¡trabajar para hacer amar a Jesús y a Su Santo Vicario, el Papa; ¡rezar, trabajar, padecer, callar, amar, vivir y morir de amor a Jesús, al Papa, a las almas!

* * *

Amados míos, la Pequeña Obra de la Divina Providencia debe ser como una Familia en Jesucristo. Estrechados por la caridad, unidos de corazón indivisible en este cuerpo moral que es nuestra Congregación, ¡oh! ¡cuántas ayudas mayores tendremos de la mano de Dios, y cómo nos sentiríamos contentos, felices y fuertes! La Congregación prosperará y será bendecida por el mérito de todos los que contribuirán a mantener la unión y la paz porque nuestra fuerza, oh amadísimos, está en la unión, cuyo vínculo es Cristo. ¡Oh! con que alegría y expansión del corazón entonces cantaremos el “Ecce quam bonum et quam incundum habitare fratres in unum!”.

La caridad está toda dirigida al bien de la Iglesia y de las almas, esta es la divisa de los discípulos de Cristo y de la Iglesia. San Pablo escribió: “La fe, la esperanza, la caridad: la más grande de las tres es la caridad”. Tratemos, entonces, con ardor de tener a la caridad, Este es el camino a seguir, hijos míos, que vale inmensamente más que cualquier otra cosa. El espíritu de la Pequeña Obra es el espíritu de caridad: que la más humilde caridad guíe nuestros pasos, oh hermanos míos: in ómnibus cháritas!

Aquí debo terminar, pues mi carta no les llegaría para Navidad, deberé ser breve. Yo le ruego humildemente al Niño Jesús que quiera infundir en mi y en todos ustedes la dulcísima caridad suya; y en la caridad de Cristo los abrazo, ¡oh mis amados Sacerdotes, in osculo sacto, y les doy el Feliz Navidad! Dios sabe cuánto los pienso y cuanto los amo: recuérdenme en el Altar, especialmente en la Santa Noche. Y a ustedes, mis Clérigos y mis buenos Ermitaños, alegría, esperanza y corona mía, ¡Feliz Navidad!

¡Feliz Navidad a las Hermanas de las varias Familias Religiosas! A todos y a cada uno me encomiendo yo y la Congregación, a cada uno y a todos, desde los más ancianos y desde el más pequeño, mando Augurios con la santa bendición de Navidad y todo voto de bien para el Año Nuevo.

Adiós, oh mis queridos hermanos e hijos, y ustedes, buenas Hermanas, rueguen por mi: recuerden al padre lejano. ¡Yo rogaré tanto por ustedes! Démonos una cita a los pies de Jesús: allá nos encontraremos unidos siempre en la íntima unión de la caridad: ¡y juntos alrededor de Jesús, quam bonum et quam jucundum habitare fratres in unum!

¡Que nuestra alegría y unión sean completas en el Corazón de Jesús en la tierra, en el Corazón de Jesús en el cielo! Nuestros Hermanos de aquí y las Hermanas se encomiendan vivamente a sus oraciones, los saludan y les manden los más santos Augurios. Ellos me tratan con mucha caridad, respeto sin fin e indulgencia: ¡ayúdenme a rogarle a Dios que los compense mucho! Que el Señor de la caridad y de la paz nos de El mismo, continuamente su caridad y su paz. ¡Que el Señor y la Santa Virgen estén con todos ustedes!

Gloria a Dios en lo alto del cielo y paz en la tierra a los hombres de buena voluntad. Los bendigo una vez más: ¡vivamente en Cristo humildes y fieles a los pies del Papa y de la S. Iglesia, y Feliz Navidad! Los bendigo en el Niño Jesús y en María Inmaculada. No nos cansemos de hacer el bien y consumirnos en la caridad del Señor: ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad! ¡Feliz Navidad!

Vuestro afectuosísimo.

Sac. Luis Orione

de la Divina Providenci