miércoles, 3 de julio de 2019

LA VIRGEN DEL MANTO AZUL




La Virgen deL Manto azuL
 En 1892, a poco de abrir oratorio “San Luis”, el joven seminarista Luis Orione vivió una de las experiencias más duras su vida, Mons. Bandi le ordenaba cerrarlo. Durante un discurso en defensa del Papa, el critica al rey de Italia. Esto llego a oídos del obispo, por personas mal intencionadas, y tuvo que pedirle un acto de obediencia. Como un niño que corre a su madre, Luis puso las llaves del oratorio en manos de la virgen, le escribió entre lágrimas una carta y se quedó dormido mientras rezaba. Ese día soñó con una Señora con un gran manto azul que cobijaba gente de todas las razas y colores. “La virgen estaba vestida con una túnica cándida, ceñida la cintura con una faja celesta. Protegía el Oratorio y me miraba con gran consolación y amor, y yo la miraba y comenzaba a consolarme del todo. Y he aquí, que el hermoso manto, de un hermoso azul, comenzó a extenderse (…) desaparecieron las casas que estaban frente al jardín, y en su lugar, he aquí llanuras inmensas, colinas, montañas… Eran todos muchachos. El manto se extendía, ya no se distinguían los extremos. El cielo también desapareció, en su lugar, solo se veía el manto azul de la virgen. He aquí que, bajo el manto, aparecen claramente muchas, muchas cabezas, todas de muchachos, que jugaban y se divertían. Eran muchachos de distintos colores: de color blanco, de color negro, de color cobre, que iban perdiéndose en la inmensidad de la llanura” Muchos años después de este sueño profético, en una carta a Mons. Bandi, le pedirá su bendición para ir a Brasil y recordando aquel sueño, le compartió lo que el Señor le mostró: las misiones. “Ahora, desde hace unos meses, recordando que no estaba más la cerca [que rodeaba el oratorio] y que eran de muchos colores, comprendí que son las misiones, y lo comprendí en un momento de oración, como si fuese una luz inesperada que N. Señor me mandaba, jamás antes lo había pensado” Parola 3, 146. Roma, 2 de julio de 1928 por la tarde. Parola 3, 146. Carta a Mons. Igino Bandi, 11 de enero de 1908. Scritti 45,38 y 45,59
Acuérdate, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir, que ninguno de los que han acudido a tu protección, implorando tu asistencia, y reclamando tu socorro, haya sido abandonado por tí. Animado con esa confianza, a ti acudo, Madre, la más excelsa de las vírgenes; a ti vengo, a ti me acerco, yo, pecador contrito. Madre del Verbo, no desprecies mis palabras, antes bien escúchalas y acógelas benignamente. Así sea.